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Primavera sin fiestas: un vacío en el calendario murciano de 1924

4/04/2024 - 

MURCIA. La gran novedad de las Fiestas de Primavera de 1924, un siglo atrás, fue… que no hubo Fiestas de Primavera.

La cuestión de organizar los festejos funcionaba por entonces un poco a salto de mata. Pasadas las Navidades, alguien hacía la gran pregunta a través de la prensa local, se activaban entonces las fuerzas vivas, se organizaban algunas reuniones para recabar apoyos y fondos, se constituían los comités encargados de organizar cada una de las grandes cabalgatas… y, llegadas las fechas habituales, desfilaban carrozas y figurantes con mayor o menor esplendor.

Eran las primeras fiestas desde la proclamación por Primo de Rivera del Directorio Militar, a la que ya nos referimos en estos ayeres, y cabe suponer que las circunstancias no eran propiciatorias para el despliegue de las antiguas carnavaladas y el jolgorio que las envolvía.

Lo cierto es que al igual que en otras ocasiones se dieron los pasos previos habituales, pero esta vez no cuajaron las buenas intenciones, ya que no encontraron el eco suficiente.

"El principal debate fue si se debía incluir o no al Entierro de la Sardina, acusado en los años anteriores de inmoral"

El 27 de enero fue El Liberal el diario que preguntó en su portada: "¿Habrá Fiestas de Primavera?". Y entre las consideraciones que traía a colación señalaba que el Ayuntamiento debía cuanto antes "determinar su actitud", y no sólo "para poner con tiempo suficiente manos en la organización, sino para que sepan a qué atenerse los elementos industriales que intervienen en los festejos" y entre ellos se señalaba el caso de los jardineros, que estaban en época de hacer las previsiones oportunas para cuando llegaran las fechas.

Estimaban los de El Liberal, por tanto, que era el momento de que el Ayuntamiento decidiera si "no deben morir esas fiestas", o, por el contrario, "si hay alguna dificultad" para su celebración. Y lo era, entre otras cosas, porque se acercaba la fecha del 2 de febrero, día en que tuvo lugar, durante mucho tiempo, la cabalgata anunciadora de la Fiestas de Primavera.

Terminaba el diario recordando que el año anterior, en parecido trance, con el impulso del Ayuntamiento y de los comerciantes bastó para que llegaran a buen puerto unos festejos brillantes.

Carroza en un Bando de la Huerta de los años 20 del siglo pasado.

Lo cierto es que el día de la Candelaria se celebró en el Ayuntamiento la acostumbrada reunión de las que llamé más arriba fuerzas vivas, convocadas por el alcalde, con la presencia de los mandatarios de la Diputación y del Regimiento de Artillería (inexcusable en los años del Directorio Militar) y representantes de sociedades y círculos de recreo, comercio e industria. Y de la reunión, no sólo salieron un programa y unas comisiones encargadas de cada festejo: Bando de la Huerta, Batalla de Flores, Entierro de la Sardina y Coso Blanco, sino que esa misma tarde, a las seis, recorrió las principales calle la antedicha cabalgata anunciadora.  

El principal punto de debate fue si se debía incluir o no al Entierro de la Sardina, acusado en los años anteriores de inmoral, o sustituirlo por una especie de cabalgata regional, como propuso el alcalde, a la que los distintos municipios pudieran aportar sus carrozas, pero encontró valedores la tradicional fiesta sardinera, y logró mantenerse en el programa pese a todo, con la advertencia de que habría de hacerse "culto y moral", evitando de este modo "herir los sentimientos religiosos".

A los números fuertes citados se sumaban la corrida de toros, cuyo cartel estaría formado por los diestros Maera, Gavira y Villalta, los conciertos ofrecidos por el presidente del Círculo de Bellas Artes para sábado y domingo de Gloria en el Romea a cargo de la Orquesta Filarmónica dirigida por Pérez Casas, y las tiradas de pichón y partidos de fútbol que completarían un programa prometedor.

"Como no hay mal que por bien no venga, recordaba la crónica que hacía mucho tiempo que en la ciudad no se había rendido culto a las meriendas pascuales de Resurrección"

Con todo, la iniciativa se torció, a pesar de que una entidad decisiva a la hora de recabar apoyos y fondos, como la Unión Mercantil e Industrial, aun habiendo entendido en primera instancia que el ambiente no era favorable a la celebración de Fiestas de Primavera, atendiendo a que un determinado número de comerciantes solicitó una asamblea sobre la celebración de las fiestas, realizó un sondeo entre sus asociados con el resultado de 1.200 boletines repartidos; sólo 153 suscritos, 94 partidarios de que se celebren festejos; 44 no partidarios; y 3.090 pesetas suscritas. Así, la directiva decidió desistir de cooperar en las fiestas.

Llegado el Domingo de Pascua de ese año 1924, El Liberal hacía notar que con la procesión del Resucitado se acababan las fiestas, y que quedaban por delante los tres días de Pascua "para que cada cual busque su diversión por donde le plazca".

Recordaba que, en los años pasados, cuando llegaba la Pascua, "la gente respiraba fuerte; se desataba del nudo que apretaba sus gargantas de las congojas de la semana de Pasión y se disponía a disfrutar del contraste de los toros, de la Batalla de Flores, del Bando huertano y de todas las demás fiestas cívicas populares".

Por el contrario, en la primavera de 1924 "se queda la capital desierta. Por los caminos que cubren los centenarios árboles de las alamedas, se verán infinidad de carruajes que se dirigen al monte, a la huerta, a los pueblos vecinos; y como nota general y característica, se observará en todos esos carruajes las monumentales cestas repletas de viandas: es la mona".

Como no hay mal que por bien no venga, recordaba la crónica que hacía mucho tiempo que en la ciudad "no se había rendido culto a las meriendas pascuales de Resurrección, hasta se había perdido la costumbre, porque la complejidad de los festejos no daba tiempo para atender a estas giras campestres", pero que con la no celebración de las fiestas "se rememorarán las canciones clásicas que sonaron con tanto sabor murciano, al compás de las campanillas de las tartanas de retorno de los sitios pintorescos que las familias eligieron para sus expansiones".

De modo que, paradójicamente, la supresión de las cabalgatas tradicionales había dado paso a la recuperación de una auténtica tradición.


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