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COMO AYER / OPINIÓN

Pregón de pregones (para otra Semana Santa sin procesiones)

25/03/2021 - 

MURCIA. Haced el silencio por encima del fragor de las cosas. Detened el ruido de las máquinas y amordazad el griterío de los hombres, entre despavoridos y enajenados. Haced el silencio. Y oíd el paso de Dios.

En la Semana Santa, el aire se empapa de la presencia del Señor. Callan doloridos los hombres. Y la voz de Dios resuena, como entonces, a la orilla del Jordán o en la cumbre del Tabor: Este es mi Hijo muy amado. Escuchadlo.

De Ramos a Pascua, el tránsito de Dios se hace imagen y callejeo. La Palaba, la eterna y divina Palabra, el Evangelio del Verbo, se revela y descubre al aire libre de la tarde y al intemperie de la noche pascual.

Transita Dios en congoja y muerte, en dolor encarnado y verdecido en la madera esculpida, en el perfil de las flores, en la liturgia infinita del Amor y del Dolor (Juan Hernández Fernández, 1979).

"Abrid las puertas, salgamos a las calles, Murcia nos espera"

La ciudad se instituye en opulento auto sacramental, en monumental y formidable oratorio sagrado, donde lo murciano y todos los murcianos participan como protagonistas. En la representación pasionaria del drama sacro no cabe el divismo ni la comparsería, ni la pasividad como espectador.

Aquí cada palo aguanta su vela. Murcia entera retuerce el adagio, repicando y saliendo en procesión. Es el happening, el espectáculo total, el acontecimiento integrador de todo un pueblo en la concelebración, gozosa y apasionada, de la liturgia de Semana Santa (Mariano González Vidal, 1981).

Echar la procesión a la calle, que la procesión vaya ganando poco a poco la calzada, empezando a consumir su itinerario, se convierte en uno de los más gozosos momentos de la Semana Santa.

¿Quién no alcanzó bajo las bóvedas del templo los nerviosos preliminares de aquella faena que va a poner en marcha el paso procesional empujándolo hasta la calle?

Cada andero en su puesto, atento a la orden del cabo de andas. Un golpe en la pequeña chapa de la delantera del trono, levanta al unísono la pesada mole. Cobra cuerpo en ese momento el mito del atlante, mientras vibra musicalmente la cristalería de las tulipas, cabecean las flores y, por unos instantes, se tambalean las imágenes sobre sus respectivas peanas (Asensio Sáez, 1986).

"Nunca es Murcia más ella misma que en estos días de Semana Santa"

Este no es pregón de lluvias, ni de vientos airados, ni de fracasos de ningún tipo, siempre esperando en Dios. Deberá ser pregón de sol tibio, de penitencias de color azul, de color verde, o magenta, de túnicas blancas y moradas, o encarnadas, colorás, y negras avivadas de rojo,  luego blancas, y de todos los colores imaginables, en la última celebración, cuando Cristo resucita y el demonio cobra fama de buena persona y se deja encadenar por niños, y se fotografía abrazándolos, dejando testimonio imperecedero de que todavía puede conservar un vago recuerdo de cuando fue un ángel buenísimo, como los demás ángeles (Manuel Muñoz Barberán, 1991).

Un año más, tardía y torpemente, perseguimos la idea y la palabra con la cual expresar la hondura de tu drama. Torpemente, Señor, porque hemos hecho oficio de este anual salir a tu camino, seguirte con la vista y la mirada y ver cómo te pierdes en la sombra, tras la esquina de la calle y del recuerdo.

 Tardíamente, Señor, porque antes que la idea y la palabra, están las cosas diciendo  en su silencio que tú sufres, que vives plenamente tu agonía, y de amor tu muerte estás viviendo (Carlos Valcárcel Mavor, 1992).

Nunca es Murcia más ella misma que en estos días de Semana Santa, y nunca se podrá entender a esta ciudad sin vivir, momento a momento, año tras año, los días de esta Semana.

Quienes, llevados por la moda, se ausentan de su tierra en este tiempo, o permanecen ajenos al rito procesional, corren el riesgo de que Murcia deje de ser para ellos lo que es, y se convierta en un simple lugar en el mapa; se arriesgan a vivir en Murcia como si residieran en cualquier parte. Bien que lo saben los murcianos en el exilio, que regresan como golondrinas en Semana Santa para renovar su compromiso con la murcianidad.

"Murcia vuelve en este tiempo a ser tierra hortelana y vegetal"

Murcia vuelve en este tiempo a ser tierra hortelana y vegetal, y en cada uno de nosotros revive ese huertano que todos llevamos dentro y que sabe muy bien que si la semilla no muere en la tierra no fructifica. El huertano de Murcia ha entendido, desde hace muchos siglos, que el silencio de Cristo en la muerte y el sepulcro, es el preludio de una Resurrección. (Antonio Díaz Bautista, 1993).

Y la cruz se levanta en el Calvario murciano, no como símbolo de tortura, sino como el verdadero triunfo del Amor y de la Redención en la noche pasionaria. Y la noche se ilumina con el parpadeo de la cera, camino prodigioso de la penitencia, del dolor anónimo, que es una de las cosas serias que hay que respetar. El dolor que se vive y se siente bajo el peso agobiante, aunque a la vez dulce, de los pasos, o dentro de la cárcel del cartón de un capirote.

El dolor, en Murcia, es una mezcla de sonidos y silencios; de oraciones y susurros. Cuchilla de las horas que muerde inexorablemente en el alma de un nazareno murciano. Todos los años, siempre ha sido así y así lo será, el dolor se despliega en la procesión junto con una alegría que desordena las galerías íntimas del alma (Ramón Luis Valcárcel, 1999).

Estamos llamados a dar cumplimiento al rito secular de sacar nuestras procesiones a la calle; estamos convocados por nuestras cofradías a vestir la túnica penitencial, a portar los pasos sobre nuestros hombros; estamos comprometidos con la fe y la tradición que recibimos de nuestros mayores y que hemos de entregar, como el más preciado tesoro material y espiritual, a nuestros sucesores.

Abrid las puertas, salgamos a las calles, Murcia nos espera. Que cada cofrade cumpla su misión con fidelidad. Que cada procesionista ofrezca el testimonio indesmayable de su vocación nazarena. Que nuestras procesiones cumplan, por los siglos de los siglos, con su privilegiada misión de evangelizar y de conmover. Y que nuestra oración y nuestra ofrenda penitencial, en esta Semana Santa que ahora comienza, sean gratas a Dios nuestro Señor y proclamen la gloria de Cristo y de su Santísima Madre (José Emilio Rubio, 2007).

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