James Romberger ha publicado una novela gráfica de aventuras postapocalípticas en un Nueva York sumergido bajo el agua, en el que los ricos pueden flotar y alimentarse de ballenas, y los demás tienen que sumergirse por sus medios. El cómic viene acompañado de un reportaje realizado con cierta solvencia que fecha en 2050 la peor de las pesadillas climáticas
MURCIA. Treinta grados en enero en València, la temperatura más alta jamás registrada en Europa este mes desde que hay registros, no está nada mal. La sensación de que en unos años vamos a sufrir los estragos del clima, que se traducen en desertización, con todo lo que eso implica, ya empieza a ser inquietante. Se parece mucho a caerse, que no te enteras hasta que te das contra el suelo. La pregunta ahora será cuándo notaremos el impacto y el descalabro, de lo que no hay duda es de que lo habrá.
Ya hemos comentado en esta columna que el género postacapolíptico o las distopías dan la sensación, a falta de un estudio académico que eche cuentas, de estar atravesando una época de especial auge. Partiendo de la base de que noticias como las anteriores ya son de por sí de género distópico, es normal que la industria editorial que más explota los miedos, el tebeo, se centre en esta clase de historias para un público joven que, hoy más que nunca, sufre la amenaza del futuro.
En la Guerra Fría y durante el siglo XX el ser humano podría haber desaparecido en cualquier momento por la amenaza nuclear, pero hacía falta que alguien apretara el botón. Era una cuestión de voluntad. Hoy, si se cumplen los peores pronósticos, nadie podrá hacer nada por remediarlo. Es sensiblemente diferente la sensación de que el día de mañana será un infierno. A los jóvenes de hoy se les presenta en términos más crudos e inexorables.
Dentro de esa oleada de cómics postapocalípticos, el año pasado llegó a España de la mano de Planeta, Post York, una novela gráfica de James Romberger, publicada en Estados Unidos en 2021 por Dark Horse Comics. La premisa es sencilla, se han derretido los casquetes polares y Nueva York es una ciudad que está bajo el agua, como le ocurriría presumiblemente a la mayor parte de las costeras.
Para mayor escarnio, en las primeras páginas, cuando aparecen los personajes, están viendo Waterworld en un cine. Aquella película icónica de los 90 por su fracaso, pero que para el aficionado a los géneros populares del cine no estaba nada mal -su secuela, por cierto, salió en viñetas-. El paralelismo por si alguien no las ha visto es que Kevin Costner, su director, también planteaba un futuro en el que todo el globo terráqueo estaba cubierto de agua.
En esta historia los supervivientes se alojan en lo alto de los rascacielos. Si necesitan algo, tienen que vestirse de buzo, con bombonas de oxígeno, y sumergirse. Los protagonistas si por algo destacan es por su desasosiego y pesimismo. Viven en esas condiciones, pero además tienen que estar pendientes de las subidas y bajadas del nivel del agua. Se nos muestra cómo se ha roto la línea de continuidad de la humanidad. Los artistas quieren pintar, pero el agua se lo come todo. La obra de arte ya no puede aspirar a ser eterna, como ocurría en la Antigüedad.
Aparte, la comida es escasa y eso supone el gran enfrentamiento en el eje de la novela, cuando un grupo organizado trata de dar caza a una ballena. En una conversación después del suceso, descubrimos lo más interesante. Resulta que los ricos sobreviven en una ciudad flotante. Ese es el punto de vista más interesante de lo que se ofrece, que desgraciadamente es más de lo mismo, pero no se explota demasiado la idea, que daba bastante más de sí.
Es la pregunta más acuciante de la desertización, cómo la vamos a vivir cada uno. ¿Tendrán la posibilidad las capas más privilegiadas de la sociedad de eludirla y aislarse del resto? ¿El caos acabará con las clases privilegiadas? ¿De ese caos surgirán otras clases nuevas con sus privilegiados que… eludirán las consecuencias del clima y se aislarán? En Post York, entretanto, las respuestas no gozan de profundidad.
El protagonista, un joven y su gato, a lo Don Johnson de Un muchacho y su perro (mucha más calidad en aquella vuelta de tuerca al mito de Alicia en el País de las Maravillas) vive en esta realidad postapocalíptica en una zona rodeada por bohemios y alternativos. Son planteamientos cansinos por complacientes y reiterativos en los mismos símbolos, pero la historia ciertamente tiene una narración original y con varios niveles de lectura. Además, el final no es en absoluto previsible.
Al principio, la obra comienza con una cita “El ser humano es una invención reciente. Una invención que, posiblemente, esté tocando a su fin... y que quedará borrada como el dibujo de una cara en la arena cuando sube la marea”, de Michel Focault. En las últimas páginas, el autor desarrolla esta premonición con un reportaje sobre la subida del nivel del mar que, además, predice que la mayoría de los edificios perderán la estabilidad bajo el agua. O sea, que la realidad seguramente sea peor que la ficción que nos ofrece. Feliz verano… en enero.