Rubén González ha reunido en 500 páginas una auténtica enciclopedia sobre la música popular española de las últimas tres décadas, una etapa poco reivindicada y analizada por los gurús, que siguen encasillados en otros momentos que, por lo que sea, se considerarán más interesantes. Lo cierto es que durante treinta años ha dado tiempo a que surjan clásicos de la misma magnitud de los que se soban continuamente en los medios
MURCIA. Con revistas como Efe Eme convertidas prácticamente en un libro que sale cuando puede, ciertamente la oferta de periodismo musical no recluido en nichos es muy escasa. Podemos deducir lo que queramos de este hecho, pero estos fenómenos cuando se producen es porque no hay un público que respalde el género. El eclecticismo de la citada Efe Eme a mí me parece un tesoro nacional en cuanto a calidad, aunque mi hipótesis es que la música popular gusta mucho, pero muy poco por una motivación que provenga de la curiosidad. Generalmente, lo que se quiere de ella es el estatus y la medalla de turno que confiere ser fan o no de historietas. Algo muy primitivo, sumamente estancado en la adolescencia con más acné, y con lo que siguen, erre que erre, señores de cincuenta años. La curiosidad, sin embargo, se tacha frecuentemente de friquismo.
Por este motivo, es muy fácil de entender por qué, por ejemplo, a La Movida se le ha puesto la lupa de forma cansina, oportunista, delirante e incluso mezquina mientras que escenas de otras épocas reciben muy poco interés. Lo que no da para peleíta, no tiene sentido. Aunque ya hemos llegado a un momento en el que empieza a dar igual. La actualidad musical, la de la música que conocimos en el siglo XX, no viene marcada ya por esta u otra preferencia, sino por los obituarios. Hay uno por semana, o más, y con ellos saltamos de un estilo a otro. No voy a mencionar a nadie, pero me da pena que a veces los periodistas de música más brillantes de este país parezcan empleados de pompas fúnebres.
Rubén González en Piedra contra tijera (2023, La Oveja Roja) parte de esa premisa para presentar su colosal volumen. Se queja de que los gurús le dan vueltas a La Movida, el Rock Radical Vasco, el rock urbano y el heavy, incluso la irrupción del indie, pero ¿y a partir de ahí? Pues resulta que hubo tres décadas de las que pocas veces se comentan escenas y tendencias con el rango que tienen las anteriores citadas. Si alguien comparte ese punto de vista, aquí tiene un libro que es un verdadero tratado. Quinientas páginas para abordar el periodo comprendido entre la aparición del rock alternativo en la escena mainstream, una contradicción que ha causado estragos, y la pandemia; entre 1991 y 2021.
En las primeras páginas se explica cómo en Catalunya el rock laietano dio paso a unos grupos apoyados por la Generalitat y TV3, que en el pecado llevaron la penitencia, porque ese fue el motivo de su difusión y también el de la acusación de falta de autenticidad. El resultado al final fue una serie de grupos que han estado años compartiendo un circuito de pueblos catalanes, muy sólido, y en el que luego no ha sido muy bien vista la competencia, como me contaba uno de los grupos citados en este capítulo de la obra, Birghton 64.
En Andalucía, la fecunda época de Smash, Triana, Alameda, Veneno y otros tantos grupos dentro de la injusta etiqueta de rock andaluz, dio paso a grupos como Los Planetas, Lagartija Nick y Reincidentes y unos incombustibles Medina Azahara, que a principios de los 90 volvieron a firmar composiciones a la altura de su sagrado debut.
En el País Vasco la llegada de los 90 también dejaba atrás un legado muy conocido y difícil de igualar en relevancia. El testigo de la hornada de Eskorbuto, RIP, Kortatu y Cicatriz, entre otros, lo tomaron unos Barricada en sus mejores años, Negu Gorriak o Soziedad Alkohólika.
Hubo un cambio generacional evidente y fueron pocos los grupos que consiguieron ser icónicos en ambas décadas. Para mí, que empecé a escuchar música a principios de los 90, los 80 era una época mucho más lejana de lo que es ahora, cuando con Youtube y las imágenes de Google tienes herramientas con las que te puedes sumergir en el pasado de forma obsesiva. Entonces, encontrar cualquier revista de los 80 era un hallazgo en los mercadillos y todo aquello, su estética y su música, generalmente se consideraba basura pura. Tan solo el heavy metal era fiel a sus raíces y sus años dorados, en el resto de géneros musicales se apreciaba un deseo de ruptura estética que se fue manifiesto en detalles como cantar en inglés para rechazar todo lo anterior.
El libro marca 1992 como el punto de inflexión. Se citan los desvaríos de Guillem Martínez y su monigote de la Cultura de la Transición, que ya es un cliché incontrolado, pero recurrente para quien no tiene pensado tomarse la molestia de conocer su propia Historia. No obstante, en el año de los Juegos Olímpicos, la EXPO, el V Centenario y la capitalidad cultural de Madrid o lo que fuera aquello, se produjo una contestación a absolutamente a todo. La crisis económica del 93, fundamentalmente, movilizaba el desapego, pero también el movimiento por la insumisión era fortísimo y el resultado de diez años de libertad, que habían hecho fecundar múltiples escenas alternativas que no necesitaban apoyos institucionales para existir y cambiar el paisanaje. Rubén González los llama Quinta anti-92.
A partir de ahí, el primer grupo que se cita es Extremoduro. Por lo que fuera, porque no fue voluntario, simplemente los escuché un día en la radio y me volví loco, fui fanático de ellos hasta el disco en el que tomaron una dimensión mucho mayor que ya no me interesaba mucho, Agila. Antes de eso, sus álbumes no eran para canallitas poetas, sino que olían a heroína, cárcel y miserias varias, pero tenían todos los cromos contestatarios, con canciones contra el V Centenario y contra la policía y los jueces. Su estilo era único, sus versos intransferibles. Para mí una etapa digna de estudio, unos discos consecutivos, hasta La Pedrá, absolutamente sublimes. En el libro, en cambio, se sitúa en Agila el momento en el que un “lumpeproletariado” publicó unas canciones en un disco que fue “una sacudida en las mentes de una sociedad cada vez más biempensante y aburrida”. Hay que reconocer que para el público que se mueven en los terrenos comerciales, fue exactamente así lo que ocurrió.
El recorrido sigue con Boikot, Porretas y Reincidentes, donde estos últimos sí que me parece que lograron álbumes realmente reseñables, hasta Sol y Rabia, este incluido, aportaban algo original, cargado de energía y talento compositivo. Luego llegaron Ska-P, que no recuerdo habérmelos tomado en serio nunca, pero mis respetos a su éxito. Y mucho más interesante fue el siguiente aparado, El Último ke zierre, de Burriana. Muy en la estela con Reincidentes, con los que compartían sello, Discos Suicidas.
En el capítulo del rock alternativo, con Sex Museum y los grupos malasañeros, ahora resulta curioso ver cómo Los Enemigos fueron los dejaron una huella más profunda, con todos los que había y lo respetados que eran, pero nunca con una personalidad tan original como Josele para romper. También fue un impacto en Madrid la aparición de Def Con Dos. Aquí vienen citados junto a Negu Gorriak, normal, siempre se ha comentado mucho quién bebió de quién, pero supongo que sería que los dos tenían las mismas referencias en Estados Unidos.
Al pasar las páginas también me detengo en Dover. El autor se hace eco de su inconmensurable éxito y también el agotamiento físico y mental que les supuso. Para mí, una crisis bien resuelta con los cambios de estilo que pusieron en práctica en sus últimos trabajos. A mí me gustan más que su Devil came to me, pero he podido comprobar que ese disco sigue fascinando a jóvenes de hoy. Será porque era bueno.
Todo esto es solo la primera parte, a partir de ahí, confieso que soy yo el que se pierde. Ni el eusko-metal (algo de Su Ta Gar muy al principio y poco más) ni el rock nacionalista catalán me despertaron la curiosidad. En cuanto al Nu-metal, me alegra ver ahí a Ktulu, un grupo que logró muchísimo llevando un sonido crudo a terrenos comerciales. Todo lo contrario que Motociclón, otros resñeados, propuesta francamente original surgida de Vallecas, con una base entre el hardcore y la NWOBHM, y unas letras e imaginario que recogía el testigo de la Banda Trapera del Río. Siempre creí que los de Robértez lograrían trascender la escena de los acólitos y escalar, como muchos de los grupos antes citados.
Más adelante, el autor explica que el sonido Miami, la música latina, conquistó parcelas de mercado que se lo pusieron muy difícil a las guitarras. También fue un obstáculo insalvable la aparición de Operación Triunfo, ese programa de televisión del que Alejandro Ballesteros dijo “impulsa los mismos valores que el PP”. Artísticamente, para gustos, pero en el mercado de las giras veraniegas, con la promoción que tenían estos cantantes gracias al dinero de todos los ciudadanos, y a razón de catorce triunfitos nuevos al año que se sumaban a los del anterior, fueron como la plaga de la langosta. Arrasaron todo.
Peor aún fue el top manta, sigue la obra. Ahora estamos llorando por los empleos que va a destruir la Inteligencia Artificial, pero ya fuimos testigos de cómo las descargas dejaron tiesa a la industria del disco. Como siempre, en la cúspide de estos negocios había prácticas muy censurables y poco éticas, pero al hundirse todo el edificio pagaron todos, también los curritos. Hay quien sostiene la teoría de que la imposibilidad de ganarse la vida con la música ha afectado notablemente a la calidad de los discos. No se puede comparar tocar por afición, que dedicar tu vida a tocar, que es lo que conseguían hacer los profesionales, por llamar de algún modo a los que llegaban a cierto nivel y podían dedicarse solo a eso. Rubén González dice aquí que atacar por igual al consumidor y a las mafias fue “un ataque de cerrazón excesiva”. La realidad es que los cambios tecnológicos se imponen inmisericordemente y poco se puede hacer, pero los defensores de los derechos de autor que fueron tan vilipendiados tenían razón, otra cosa es que el mundo en el que tenían razón despareció con muchos de ellos dentro conforme aumentaba el ancho de banda.
Alrededor de la página 300 me voy dando cuenta de mi desapego a la música que había cuando tenía entre 25 y 35 años. Ni conozco ni me motiva conocer a la mayoría que veo nombrados. Aunque haya artistas que me caen bien, por ejemplo, Rozalen, que sale citada, o los Delorean, de otro palo completamente distinto, me alucina que haya como doscientas páginas donde ni un solo nombre ha logrado nunca estremecerme, que es lo que me gusta que me suceda con la música. Hay quien dice que nuestro gusto musical se construye en un momento muy temprano de nuestra vida y que luego es dificilísimo modificarlo sustancialmente. Yo me rebelo contra esa idea y creo que estaré muchos años “escuchando” este libro y su inmensa cantidad de referencias ordenadas de forma enciclopédica. De hecho, ese es el único pero que le pondría, me hubiera encantado encontrar mucha más opinión personal.
En el catálogo de Siruela se encuentra esta joya de la narrativa italiana en la que asistimos al nacimiento de la vida en sí misma y a su evolución en el sentir