Murcia Plaza

la nave de los locos

The end

  •  Bárbara Lennie, protagonista de la película 'Los renglones torcidos de Dios'. Foto: WARNER BROS  

Hace dos fines de semana fui a ver la película Los renglones torcidos de Dios, basada en la novela de Torcuato Luca de Tena. Me gustó. Éramos nueve espectadores en la sala, todos con más de cincuenta años. No me sorprendió. Desde que nos permitieron salir del encierro he ido al cine con frecuencia, y la mayoría de las veces he estado acompañado por muy pocas personas, o incluso solo, como me ocurrió viendo El padre, protagonizada por Anthony Hopkins, en un cine céntrico de Valencia.

Ojalá me equivoque en esta como en otras cosas, ojalá me salga el tiro de mi pesimismo por la culata, pero aventuro que el cine proyectado en una sala —el cine de verdad— tiene los años contados. En las grandes ciudades su agonía será más lenta, a diferencia de lo que sucede en las pequeñas capitales de provincia y los pueblos, donde las pocas salas que resisten acabarán rindiéndose por falta de negocio.

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