Participar en la mesa de experiencias de mujeres empresarias organizada por la Cátedra Mujer Empresaria y Directiva fue una oportunidad para detenerme y mirar atrás. Fue un encuentro cálido y cercano, en el que me sentí cómoda para hablar desde la verdad, desde la emoción que me une a la tierra, a mi familia y a la Denominación de Origen Jumilla, a la que pertenecemos desde hace generaciones.

Mi historia en la empresa familiar comenzó en 1993, en un momento muy difícil. Me incorporé sin saber de vino, ni de gestión, ni de empresa, movida únicamente por el deseo de ayudar a mi padre. Él había pasado de empresario vinícola a representante de maquinaria agrícola y más tarde a pastor, volviendo a sus orígenes para cumplir con lo que consideraba su deber: pagar a todos sus proveedores y no defraudar a nadie.

Desde niña lo vi trabajar sin descanso. Aquel esfuerzo, aquella integridad, marcaron profundamente mi vida. Aprendí que el fracaso puede ser un maestro si lo enfrentamos con constancia, compromiso y respeto.

La uva no entiende de fiestas ni de fines de semana"

Con el tiempo, descubrí que el mundo agrario y agroalimentario es una escuela de humildad. En él nunca se deja de aprender y cada día nos recuerda que hay factores que escapan a nuestro control, como el clima o el mercado. 

La uva no entiende de fiestas ni de fines de semana. Es un trabajo de todos los días, de deber, de crecer y de saber elegir el punto exacto de madurez. La fecha de vendimia marca el carácter del vino: si será más delicado y elegante o un vino con más estructura, concentración y músculo para envejecer mejor. Hoy en día, los vinos más ligeros y delicados son muy apreciados, quizás por las temperaturas altas que tenemos últimamente.

Hoy, desde Viña Elena, cultivamos esa lección transformando la trilogía del altiplano —viñas, almendros y olivos— en productos que son historia, territorio y familia.

Pero hablar del vino de Jumilla es también hablar de identidad. Pertenecemos a una de las denominaciones de origen más antiguas de España y, sin embargo, durante años no supimos poner en valor la autenticidad de lo que hacíamos. En ocasiones buscamos reconocimiento fuera, utilizando variedades foráneas que no conectaban con nuestro suelo pobre, olvidando que la verdadera fuerza estaba en la uva Monastrell. Volver a ella es, para mí, volver a las raíces: a una tierra dura, generosa y con carácter, como su gente.

A veces la mejor decisión no es correr hacia delante, sino detenerse, reflexionar y volver a las raíces"

Durante aquella jornada, compartí también las dificultades de abrirse paso en los mercados internacionales. El mercado americano es exigente, con barreras comerciales, culturales y logísticas que hacen complejo hacerse un hueco. Y, al mismo tiempo, observamos cómo otros mercados, como el ruso, valoran enormemente nuestros vinos. Sin embargo, el conflicto entre Rusia y Ucrania nos recordó que en la dirección de una empresa cada reto puede convertirse en una oportunidad y cada oportunidad puede implicar un riesgo. Gestionar esa dualidad es parte de la responsabilidad de liderar.

Y fue precisamente la voz de las generaciones más jóvenes la que me hizo reflexionar. Cuando hablé de la caída del consumo de vino entre la generación Z, una de ellas me interrumpió con una observación lúcida: “Quizás no es que no les interese, sino que no sabemos comunicarles”. Tenía razón. La comunicación ha cambiado, y las nuevas generaciones merecen que aprendamos su lenguaje.

A veces la mejor decisión no es correr hacia delante, sino detenerse, reflexionar y volver a las raíces. Allí donde todo comenzó, donde reside la autenticidad. Porque en ese regreso se encuentra la fuerza para seguir creando, innovando y cuidando lo que verdaderamente importa.

Elena Pacheco

Directora General de Viña Elena

Cátedra de la Mujer Empresaria y Directiva