Opinión

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Alfa y omega de la Compañía de Jesús en Murcia (1555-2026)

Publicado: 13/11/2025 ·06:00
Actualizado: 13/11/2025 · 06:00
  • Imagen de la inacabada fachada principal de la iglesia de Santo Domingo, hoy rematada mediante un frontón.
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Tal día como el pasado lunes, del año 1975, nos informaba la prensa de que Sanje, la Escuela de Formación Profesional que los jesuitas crearon algo más de una década antes en el monasterio de Los Jerónimos, hoy sede de la Universidad Católica, y que luego trasladaron a Alcantarilla, superaba la crisis vivida con la marcha de la Compañía de Jesús.

La solución que se propuso fue la creación de una cooperativa de profesores que mantuviera el centro de enseñanza en funcionamiento, iniciativa que fue apoyada por el Ministerio de Educación y que resultó, en la práctica, una experiencia piloto para todo el país.    

‘La Hoja del Lunes’ de aquel 10 de noviembre de 1975 explicaba que el inicio de curso había traído consigo la destacada cifra de 1.400 alumnos matriculados, lo que representaba un destacado y esperanzador incremento sobre el anterior cifrado en unos 450 estudiantes más.

Un nuevo horizonte se abría para aquel proyecto jesuítico que se abrió en 1962, cuando una reseña en la prensa anunciaba la apertura de la matrícula para el curso siguiente, el que daría comienzo a la vuelta del verano y se prolongaría hasta junio de 1963.

Radicada en el monasterio de Los Jerónimos, a cargo de los jesuitas desde el año 1878 hasta 1970 por cesión de la Diócesis de Cartagena, la Escuela de Formación Profesional, anunciaba que se podrían cursar los estudios y prácticas correspondientes al bachillerato profesional en las ramas del metal, electricidad y química, para las que se autorizó al centro en el mes de abril de aquél mismo año.

La de la creación de Sanje fue una de las muchas huellas que dejaron los jesuitas de su paso por Murcia, y en concreto, de su paso por el Monasterio de los Jerónimos, del que hay que descontar los años de la II República y la Guerra Civil, cuando sufrieron la que fue su segunda expulsión de la Región, tras la más sonada, la de 1767, durante el reinado de Carlos III.

Fue en esta primera ocasión cuando perdieron su magnífica iglesia renacentista de San Esteban, de la que ya se ocuparon estos ‘ayeres’, gracias al impulso del obispo Almeyda, que no sólo resultó determinante para la instalación de la Compañía en Murcia, sino también para que radicara en ella uno de los primeros colegios fundados en España (1555), para el que se construyó el conocido en la actualidad como Palacio de San Esteban, terminado dos años después, como el templo lo fue en 1569.

El regreso a Murcia de la Compañía de Jesús se produjo en 1871, y al no poder disponer entonces de sus antiguas posesiones en la ciudad, encontraron acomodo en Santo Domingo"

Curiosamente, cuando la expulsión determinó que los templos jesuitas quedaran a disposición de los obispos y los edificios y casas se convirtieran, por el mismo procedimiento, en seminarios diocesanos o fueran cedidos a otras órdenes religiosas, o que mantuvieran su finalidad educativa, no sucedió así en el caso de Murcia, como excepción a la norma general, y los inmuebles pasaron al poder del Estado, luego al de la Diputación y hoy al de la Comunidad Autónoma.

Y aunque en el templo se mantuvo el culto durante largos años, lo hizo servicio religioso de la Casa de Misericordia, instalada en el vecino Colegio desde 1777 (antes fue cuartel), y el otro centro de enseñanza, sito en el espacio que hoy ocupa la Casa de los Nueve Pisos, se reconvirtió en fábrica de seda.   

El regreso a Murcia de la Compañía de Jesús se produjo en 1871, y al no poder disponer entonces de sus antiguas posesiones en la ciudad, encontraron acomodo en Santo Domingo, templo del que se había hecho cargo la Archicofradía del Rosario y que les fue cedido a los jesuitas para el culto, gestión y mantenimiento en 1886.

Y así ha sido hasta hoy. Pero resulta que, como ha sucedido en los últimos tiempos con las benedictinas de la Fuensanta o los sacerdotes operarios diocesanos de Santa Catalina, y como hemos sabido que ocurrirá más pronto que tarde con las monjas agustinas, también los jesuitas tienen fijada fecha de caducidad, y el próximo mes de junio está previsto que se marchen de la ciudad en la que, con las intermitencias reseñadas, han mantenido el culto, la enseñanza, la espiritualidad y la solidaridad en sus más diversas facetas desde mediados del siglo XVI.

A muchos de los que han sido asiduos de Santo Domingo durante estos años de la etapa abierta en 1886 les vendrán ahora a la cabeza innumerables recuerdos de hechos y personas. De ilustres y sabios jesuitas que pasaron por Santo Domingo, y de hechos notables para la posteridad, como la conversión de aquella gran iglesia en templo diocesano del Sagrado Corazón de Jesús, como puede leerse aún en el interior de la cúpula y como refrenda la gran imagen de esta devoción que preside el altar mayor del antiguo templo dominico, obra del imaginero y tallista murciano Antonio Noguera Valverde.

La enorme talla (2,2 metros) era descendida del camarín cuando llegaba su fiesta, el viernes siguiente al segundo domingo después de Pentecostés, y recorría las calles de Murcia, engrosando posteriormente la solemne procesión la imagen del Inmaculado Corazón de María.

El 4 de julio de 1943 tuvo lugar la primera procesión con esta imponente efigie, y los titulares de ‘Línea’ fueron suficientemente expresivos de lo que significó aquella memorable ocasión y de lo que representaba en aquellos años esta devoción: “Más de 30.000 personas aclaman al Corazón de Jesús. Murcia y su provincia reafirmaron su fe católica y su acendrado amor por Cristo. La procesión del domingo constituyó un acto de elevada exaltación religiosa”.

Se perdió hace muchos años aquella gran celebración, que los jesuitas sustituyeron por la peregrinación al Sagrado Corazón de Jesús de Monteagudo. Pero lo que se pierde ahora es la presencia de la Compañía en Murcia. Y eso nos conduce a muchos más allá de la nostalgia.

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