Opinión

Opinión

El eurocristiano tibio

Los antecedentes de la Guerra de Canaán

"Buena parte de la izquierda socialista y prácticamente la totalidad de la extrema izquierda han asumido la inquina a los judíos típica de los franquistas y los hitlerianos en el siglo pasado"

Publicado: 14/09/2025 ·06:00
Actualizado: 14/09/2025 · 06:00
Suscríbe al canal de whatsapp

Suscríbete al canal de Whatsapp

Siempre al día de las últimas noticias

Suscríbe nuestro newsletter

Suscríbete nuestro newsletter

Siempre al día de las últimas noticias

En los tiempos bíblicos recibía el nombre de tierra de Canaán la estrecha franja comprendida entre el río Jordán y el mar Mediterráneo. Tres provincias se disponían en columna a lo largo del río: Galilea, Samaria y Judea, la patria de los judíos. Ocupada antes por los israelitas, predecesores de los judíos, aquella zona sufrió repetidas invasiones. Procedentes de Mesopotamia llegaron sucesivamente los asirios, los babilonios y los persas. Capitaneados por Alejandro Magno, luego les tocó el turno a los helenos. Y, finalmente, tomaron el relevo los romanos, etapa en la cual nació el cristianismo. Cansados de las rebeliones de los judíos, los romanos arrasaron Jerusalén y, con ánimo de borrar incluso el nombre de Judea, impusieron el de Palestina. Se produjo una gran diáspora y empezó la saga de los judíos como un pueblo despojado de su patria. Desde entonces las persecuciones contra los judíos nunca cesaron. Las jerarquías cristianas los acusaban de haber crucificado a Cristo, obviando dos pequeños detalles: los que realmente lo crucificaron eran los romanos y, aunque se había criado en Nazaret, un pueblo de Galilea, Jesús había nacido en Belén, una aldea de Judea.

En resumen, Cristo era un judío asesinado por los romanos. De hecho, en su patíbulo pusieron un cartel que decía “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”. Ese irónico “INRI” exime de aportar más pruebas. Inmunes a ese tipo de evidencias, los jerarcas encargaron a la Inquisición no solo que persiguiesen a los herejes, sino también a los judaizantes. Causando un gran daño a la economía y la ciencia española, la Reyes Católicos expulsaron a los judíos. Nació así la nostálgica estirpe de los sefardíes.

Unos siglos después el general Franco, dictador vitalicio, denunciaba la amenaza que suponía para España una supuesta conspiración judeo-masónica. Poca cosa en comparación con la “solución final” que propuso su aliado Adolf Hitler: exterminar a todos los judíos, iniciativa de donde proviene la noción moderna de genocidio. A pesar de su fama de eficacia, solo logró asesinar a unos seis millones de judíos. Por cierto, en esa tarea contó la colaboración voluntaria del máximo dirigente palestino de Jerusalén. También los bolcheviques instauraron progromos, es decir, masacres de judíos, en la Unión Soviética. E incluso en los Estados Unidos se establecieron leyes que limitaban las cuotas de judíos que podían ser contratados por las universidades y otras instituciones.

En resumen, las discriminaciones contra los judíos han tenido un carácter duradero y generalizado en los países europeos. Todavía quedan en nuestro lenguaje algunos modismos que reflejan esa animadversión. Llamar “perro judío” a alguien es insultarlo gravemente y hacerle una “judiada” es perjudicarlo de algún modo. Incluso no faltan los que consideran el término “judío” como un sinónimo de “ávaro”.

 

No pocos analistas nos han repetido que los palestinos son víctimas y rehenes de organizaciones como Hamás, pero los datos desmienten esa apreciación"

 

En un loable intento de corregir esos errores y compensar de alguna manera el Holocausto, tras la Segunda Guerra Mundial las potencias occidentales decidieron conceder una porción de la tierra de Canaán a los judíos: podrían así instalar su propio Estado, disuelto en siglo II por el emperador romano Adriano. Prudentemente, reservaron el resto de Canaán para los palestinos, propiciando lo que vino en llamarse la solución de “los dos Estados”. Casi todos los palestinos y muchos árabes se negaron a aceptar la creación del Estado de Israel. Con el lema “desde el río (Jordán) al mar (Mediterráneo)”, se propusieron expulsarlos del territorio que les habían concedido y, en su defecto, directamente matarlos. Se alzaron en guerra contra Israel y la perdieron.

No menos de cinco veces las potencias occidentales les ofrecieron a los palestinos la solución de los dos Estados y siempre la rechazaron. Prefirieron organizar unas fuerzas armadas clandestinas, como Hamás, que tenían como objetivo cometer atentados hasta acabar con el Estado de Israel. Apoyadas por Irán, mostraron una sangrienta eficacia. No pocos analistas nos han repetido que los palestinos son víctimas y rehenes de tales organizaciones, pero los datos desmienten esa apreciación.

En realidad, los guerrilleros siempre han gozado de su apoyo mayoritario e incluso de su complicidad, unas veces activa y otras pasiva. En la actualidad, Hamás es apoyada por cerca del 80% de los palestinos, según indican las encuestas más fiables. Los líderes de Hamás controlan buena parte de información sobre la guerra que mantienen con Israel, así como de la ayuda humanitaria que llega del extranjero. Calificamos eufemísticamente de terroristas a los militantes de Hamás, pero en realidad son guerrilleros carentes de uniformes, perfectamente armados y conectados con el ejército iraní.

Por algún motivo que no alcanzo a comprender, buena parte de la izquierda socialista y prácticamente la totalidad de la extrema izquierda han asumido la inquina a los judíos típica de los franquistas y los hitlerianos en el siglo pasado. La cosa es tanto más incomprensible si recordamos que Franco se negó a reconocer al Estado de Israel y que fue un gobierno del socialista Felipe González el que, en 1986, lo reconoció.

Recibe toda la actualidad
Murcia Plaza

Recibe toda la actualidad de Murcia Plaza en tu correo