Frente al mar de La Algameca Chica, La Casa azul -anclada en tierra, sin timón ni velas- aguarda con el pesar de quien no pudo zarpar. El aire huele a sal, a brea vieja. En la lengua del mar resuenan la espuma mansa, la memoria rancia y la playa, apenas un amago de sí misma, que esparce bajo los montes de La Algameca, secretos que el agua, por más que quiso, jamás supo borrar.
En ese refugio añil de memoria y tradición, nuestro encuentro se fraguó entre el tintinear de la loza, las voces sueltas, los chillidos de las gaviotas... Su propietario, Miguel Sáez, anfitrión generoso, abrió vino, barraca y conversación. Carlos, su hermano, cocinaba con leña y herencia, impasible ante la prisa y los platos sin recuerdo.
El aire huele a sal, a brea vieja. En la lengua del mar resuenan la espuma mansa, la memoria rancia y la playa, apenas un amago de sí misma, que esparce bajo los montes de La Algameca, secretos que el agua, por más que quiso, jamás supo borrar.
Aunque en la mesa hay que evitar temas que afrenten, los pecados capitales asaltaron el mantel como Aníbal las puertas de Roma. Mas todo se ordenó al compás de las cucharas: vapores humosos y entendimientos sin firma. Marisco, ensalada cantonal y arroz caldero cocinado en una marmita que se resistía -como aldea gala- a la invasión de lo moderno. Leña, pulso, paciencia.
Desde mi experiencia en protocolo, sé bien que sentarse a comer es una ceremonia donde el arte se sirve y la historia se degusta. La mesa lo arregla todo, revela y concilia, consuela al que extraña su hogar, y el plato más sencillo afirma identidad y sella avenencia. Tomás Martínez Pagán sirvió fundamento, temple y visión. Iván Negueruela, docto arqueólogo con alma de narrador, trenzó palabras como Penélope en su telar pendiente de Ulises, mientras Miguel, cartaginés de corazón, brindaba sombra y presencia. Entre tazas desiguales, la mesa acogió un legado que ya no habita en los libros.
La nobleza de aquellos hombres tejió la memoria viva de La Algameca Chica. Este latido antiguo de Cartagena no se visita. No se atraviesa: se respeta.