España es un país admirado por su cultura, su talento humano, su capacidad de innovación , constancia y su espíritu emprendedor. Sin embargo, esa imagen positiva se diluye cuando miramos la fotografía completa: una clase política más centrada en el enfrentamiento que en la gestión, más preocupada por ganar titulares que por resolver los problemas reales de quienes sostienen el país con su esfuerzo diario: autónomos y pequeñas empresas.
Una marca país en entredicho
La imagen exterior de España sufre. Y no por culpa de su gente, ni de sus empresas, ni de su clima o su localización estratégica. Sufre porque la inestabilidad política, la confrontación constante y los discursos polarizantes proyectan al mundo una España dividida, imprevisible y cada vez menos fiable para la inversión extranjera que lo hace patente.
España no puede permitirse seguir dañando su propio prestigio"
Lo que para algunos dirigentes es “batalla política”, para los inversores internacionales es inseguridad jurídica. Lo que en el Congreso se discute como “juego democrático”, en los mercados se interpreta como descontrol institucional. Y eso tiene consecuencias reales: menos inversión, menos empleo, menos futuro.
La España real no grita, trabaja
Mientras los partidos se enzarzan en disputas sin fin, hay un país que madruga, que arriesga, que crea empleo, que paga impuestos y que apenas tiene respaldo: el país de los autónomos, los pequeños empresarios, los comercios de barrio, los emprendedores. Ese país está agotado, hastiado de ser el “pagador oficial” de los errores políticos.
Subidas de cuotas, impuestos asfixiantes, normativas confusas, inspecciones descoordinadas, burocracia kafkiana… Mientras algunos se reparten los escaños, los que de verdad levantan la economía reciben palos en lugar de palmaditas.
Cuando la política va por un lado… y la economía por otro
No se puede construir una economía sólida sobre una política frágil. No se puede fomentar el emprendimiento en un país donde las reglas cambian al ritmo de los telediarios. No se puede pedir competitividad si el entorno administrativo es una jungla.
Cada vez que un ministro lanza un mensaje agresivo, cada vez que un dirigente promete lo que no puede cumplir, cada vez que se legisla sin escuchar a los sectores productivos, se daña la credibilidad del país. Y eso cuesta millones… aunque no aparezca en los presupuestos.
¿Qué podemos hacer?
España no necesita milagros, necesita sensatez. Y sobre todo, voluntad política para dejar de jugar con lo que no es un juego: el futuro de quienes crean empleo.
- 1. Un Pacto de Estado por la estabilidad económica: las reglas del juego no pueden depender del color del gobierno. Lo que afecta a empresas y autónomos debe construirse sobre consensos duraderos.
- 2. Diálogo real con el tejido productivo: no más decisiones desde despachos lejanos. Las asociaciones de autónomos, cámaras de comercio y pymes deben participar activamente en la elaboración de leyes económicas y fiscales.
- 3. Simplificación administrativa urgente: ser autónomo no debería ser un acto de heroicidad. Necesitamos una administración ágil, digital, cercana y eficiente.
- 4. Seguridad jurídica y fiscal a medio plazo: previsibilidad. Esa palabra que tanto valoran fuera y tanto falta aquí. Quien arriesga su dinero necesita saber a qué atenerse durante años, no meses.
- 5. Una estrategia de imagen-país coherente: los dirigentes deben entender que representan a España también cuando hablan fuera. La política exterior económica debe construirse con responsabilidad, unidad y visión.
Conclusión
España no puede permitirse seguir dañando su propio prestigio. No se trata de ideologías, sino de sentido de Estado. Porque cuando se destruye la confianza, se destruye el empleo. Y cuando se castiga al que emprende, se frena el país entero. Es hora de que nuestros líderes estén a la altura de quienes sí cumplen cada día, sin focos ni aplausos: los millones de autónomos y pequeñas empresas que siguen creyendo en España… a pesar de sus dirigentes.
Domingo Díaz
Presidente de 3 Edad en Acción