Huían hacia las colinas en busca de refugio. No había vuelta atrás; enlazados, avanzaban presurosos dejando a su espalda la ciudad en llamas. Allí, se abrasaba todo lo que ella había amado y, en un impulso visceral, Edith volvió la cabeza.
……………….
Charles Darwin, biólogo y geólogo naturalista del siglo XIX, atribuyó a la evolución biológica la procedencia de las especies y del hombre. En sus obras El origen de las especies y El origen del hombre expuso la teoría de lo que llamó La selección natural. En ellas, desarrolla la idea de que los cambios producidos en el medio obligaron a nuestros ascendientes a adaptarse a los mismos. A esto llamó supervivencia. Según la teoría del científico inglés, aquellos que lograron aclimatarse mejor a su nuevo entorno son los que sobrevivieron, pereciendo los inadaptados.
En conclusión: la adaptación a las transformaciones, ocasionadas por las fuerzas de la naturaleza, fue imprescindible para la subsistencia y abrió el camino a la transformación.
Pero este proceso, lejos de ser del pasado lejano, es coetáneo a nuestro momento; supone un devenir que se proyecta inagotable hasta la infinitud de los tiempos.
No entendía a esas personas por su ligereza de equipaje para hacer la andadura de esta travesía, pero las admiraba o las codiciaba"
Siempre me han asombrado esas personas que cierran etapas con facilidad. Esas que pierden a alguien o algo querido y al día siguiente continúan con sus vidas como si ese hecho no hubiera sucedido. Conozco a varias de ellas. Al principio, en un juicio odioso, pero inevitable, me parecían gente fría con escasa capacidad de implicarse en las emociones, cuando menos. Con el tiempo, y por la propia experiencia, pasé a envidiarlas y, lo que, en un momento, me pareció desafecto o desamor lo consideré una cualidad. Sí, quedarse anclado en los sentimientos y las emociones es como atarse una bola de hierro al pie, para seguir nadando hacia la superficie. Hay que soltarse, desamarrarse de lo que se acaba, sea cosa, tiempo, lugar, situación o persona.
No entendía, siendo como soy de los que se quedan presos en el pasado como la mosca en la miel o en la mierda que es peor, según el pasado de que se trate, a esas personas por su ligereza de equipaje para hacer la andadura de esta travesía, pero las admiraba o, como he dicho antes, las codiciaba.
Hasta que lo entendí: el proceso de la "Adaptabilidad" como mecanismo de acción de la evolución, sin el que ésta no sería posible, se extiende más allá de lo físico, abarcando lo psicológico. En definitiva, lo que podríamos llamar “elasticidad o flexibilidad emocional” es también indispensable para resultar ganadores en el tablero de la vida.
Para seguir adelante, para que la especie no se extinga, se necesita, igual que del aire para respirar, del hierro para el dinamismo o de la serotonina para el ánimo, del principio activo de la desmemoria"
Lo descubrí, como digo, hace unos días viendo un documental de la prehistoria. En él se relataba la semblanza de Lucy, una australopithecus de hace aproximadamente 3,2 millones de años. En el reportaje, la homo sapiens convive en un grupo de homínidos con un miembro del mismo. Son nómadas, huyen de la sequía y buscan el hábitat adecuado en los cambios de estación, o cuando se sienten atacados por fenómenos naturales. A este propósito, tienen que adentrarse en un rio torrencial. Lucy está embarazada y tiene miedo, por lo que se queda en tierra a pesar de los gritos de su pareja que, junto con los demás, aborda la otra orilla.
Al final, se lanza al agua pero está pesada, asustada y se hunde con la cría en sus entrañas, mientras los otros ven cómo se la traga la corriente. Su pareja salta y da quejidos, con los brazos al aire, emitiendo ruidos roncos y sonidos inarticulados e indescifrables, acompañados con golpetazos de pecho.
En unos segundos, termina la algarabía y la familia emprende camino adelante. Un par de veces, el compañero de Lucy vuelve la cabeza hacia atrás, todavía están en el aire el eco de sus gritos desesperados, junto al chasquido del chapoteo, y su imagen batiendo los pies y las manos en lucha con el torrente. Después, marcha integrado en la manada. En breve, la mirada de espanto de Lucy diluyéndose en las aguas se borra de su mente, sale de ella y deja el espacio vacío.
El hombre del siglo XXI, como el australopithecus, precisa del gen del olvido"
Es imprescindible que sea así. No es crueldad, ni siquiera inhumanidad, aunque, contemplado desde el colchón del siglo XXI, pueda parecerlo. Muy al contrario, es inherente a la condición humana, esencial y necesario para la evolución. Esto es: para seguir adelante, para que la especie no se extinga, se necesita, igual que del aire para respirar, del hierro para el dinamismo o de la serotonina para el ánimo, del principio activo de la desmemoria. Una capacidad especial para pasar página y seguir escribiendo otra nueva, en el libro gordo de la evolución. No sé… ¡Qué triste!, ¡qué desamor!, ¡qué inhumano! Triste sí, desamor también, inhumano no. Todo lo contrario, si algo es, es humano.
El hombre del siglo XXI, como el australopithecus, precisa del gen del olvido. De un carácter que opere automáticamente en el individuo y lo lleve a abandonar lo que no sirve, a sepultarlo. Porque la supervivencia es cosa de cada día. La esencia propia de la existencia, ya lo decía Heráclito, es el movimiento, el cambio, en definitiva: la evolución. Inmovilizarse es detener el curso de la vida y ésta, como el agua, cuando se estanca se descompone.
Precisamos buscar en lo más íntimo y recuperar el instinto animal, para enfrentarnos con éxito a la tarea de estar, de recorrer el trayecto que nos separa de la puerta de salida, o corremos el riesgo de petrificarnos, como la mujer de Lot, en estatua de sal.