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Tribuna libre

Cuando la automatización tropieza con la cultura

Publicado: 24/09/2025 ·06:00
Actualizado: 24/09/2025 · 06:00
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En la sala de juntas del piso 42 las pantallas LED muestran gráficos que parecen sacados de una película de ciencia ficción. Métricas de inteligencia artificial parpadean en tiempo real, sistemas automáticos procesan miles de datos por segundo y los indicadores de productividad apuntan hacia el cielo. El CEO sonríe satisfecho mientras presenta los últimos números de adopción tecnológica.

Tres pisos más abajo María sigue abriendo Excel para el mismo reporte de siempre. Carlos imprime facturas para archivarlas en carpetas físicas mientras que el equipo de ventas usa el sistema como una agenda digital glorificada. La oficina es un teatro donde la tecnología es el decorado más sofisticado pero la obra sigue siendo exactamente la misma.

¿Cómo es posible que el 85% de las empresas digitales usen inteligencia artificial y, sin embargo, la mayoría siga luchando por transformarse realmente? Los datos de McKinsey son contundentes y esperanzadores, pero aquí la realidad se vuelve incómoda como un traje que no termina de quedar bien. Porque usar inteligencia artificial no es lo mismo que ser una empresa de inteligencia artificial. Es la diferencia entre tener un Ferrari en el garaje y saber conducir en Fórmula 1.

La investigación revela una verdad que muchos ejecutivos prefieren ignorar. El éxito de la implementación de IA no depende de la sofisticación de los sistemas, ni del presupuesto, ni de la calidad de los datos, sino de algo mucho más esquivo: la cultura organizacional.

Imaginemos que tu empresa es un smartphone de última generación con las aplicaciones más avanzadas del mercado, pero hay un problema: tu sistema operativo sigue siendo Windows 95. Las aplicaciones se cuelgan, los procesos van lentos y, cada vez que intentas algo innovador, aparece la “pantalla azul” de la muerte. La cultura organizacional es el sistema operativo de tu empresa. Mientras las empresas han invertido fortunas en actualizar sus aplicaciones tecnológicas, han ignorado completamente actualizar su sistema operativo cultural.

¿Cómo esperamos que la automatización funcione en organizaciones donde las decisiones se toman en reuniones de tres horas sin agenda? ¿Cómo pretendemos que la IA optimice procesos cuando nadie sabe exactamente cuáles son esos procesos?

La resistencia organizacional no es malicia, sino supervivencia. Durante décadas las empresas han premiado la experiencia, la intuición, el “olfato empresarial”... Han construido jerarquías basadas en conocimiento que solo se adquiere con años de trabajo. Y ahora llega la inteligencia artificial diciendo que todo eso lo puede hacer mejor, más rápido y sin errores.

La investigación de McKinsey revela algo fascinante: la adopción de inteligencia artificial avanza más rápido entre los empleados que entre los directivos. Es como si la revolución digital hubiera saltado la “cadena de mando” y haya empezado por “la base”.

Hay una ironía deliciosa en el mundo empresarial actual. Mientras los directivos asisten a conferencias sobre transformación digital y aprueban presupuestos millonarios, sus empleados ya están usando ChatGPT para emails, herramientas de IA para analizar datos y crear presentaciones. La investigación de McKinsey revela algo fascinante: la adopción de inteligencia artificial avanza más rápido entre los empleados que entre los directivos. Es como si la revolución digital hubiera saltado la “cadena de mando” y haya empezado por “la base”. Los empleados no ven la IA como una amenaza que requiere meses de planificación, sino como una herramienta. Como el Excel en los 90, Google en los 2000 o los smartphones en los 2010.

Y aquí llega la pregunta incómoda que determina el destino de nuestras organizaciones: ¿Estamos automatizando procesos para crear un futuro más eficiente o maquillando procesos obsoletos para que parezcan modernos? La mayoría de las empresas están automatizando la ineficiencia. Usan tecnología avanzada para predecir cuándo fallarán procesos que no deberían existir. Es “automatización como maquillaje”: hace que todo se vea mejor, pero no cambia la estructura subyacente.

¿Está tu empresa automatizando el futuro o maquillando el pasado? La respuesta no está en los informes de adopción tecnológica, sino en una pregunta más simple: ¿Están tus empleados trabajando de manera diferente o usando herramientas diferentes para hacer lo mismo de siempre?

La paradoja del 85% no es un problema tecnológico que se resuelve con más presupuesto. Hay que entenderla como un espejo que nos obliga a confrontar una verdad incómoda: el mayor obstáculo para la automatización exitosa no está en los sistemas, sino en nosotros mismos.

¿Está tu empresa automatizando el futuro o maquillando el pasado? La respuesta no está en los informes de adopción tecnológica, sino en una pregunta más simple: ¿Están tus empleados trabajando de manera diferente o usando herramientas diferentes para hacer lo mismo de siempre?

Abel Ramos Callejón es CTO y Director de Transformación Digital en Grupo ATU

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