Opinión

Como ayer

Bailes y mascaradas del carnaval de Murcia

"Murcia contó con un gran carnaval en la segunda mitad del siglo XIX"

  • El pabellón del Tiro de Pichón, escenario de antiguos bailes de máscaras.
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Apurando las fechas y las tradiciones, los carnavaleros alargaron sus celebraciones hasta el denominado ‘domingo de piñata’, aunque siempre habrá remolones que estiren el hilo de la máscara más allá de esa fecha, mezclándose con la Cuaresma y pensando, quizás, que si la Sardina no se entierra en Murcia hasta después de la Semana Santa, cuentan con una especie de bula civil que les autoriza a mezclar la purpurina con el incienso.

En efecto, lo de resucitar el primer domingo de Cuaresma las carnavaladas, a modo de despedida, es una tradición vieja, y por tanto perfectamente asumible dentro del calendario de usos y costumbres relacionados con la transición entre la fiesta más alocada y bullanguera del año y los ritos más solemnes y penitenciales de la cristiandad.

Lo cierto es, no obstante, que en la ciudad de Murcia no se da propiamente una celebración callejera del carnaval, si salvamos el ya clásico desfile de los colegios del Carmen, o si recordamos algún otro intento, como el del Distrito Este, que parece haberse apagado.

 

El carnaval fue desvestido de sus más famosas y concurridas mascaradas, quedando huérfano de esas brillantes efusiones callejeras"

 

Sin embargo, Murcia contó con un gran carnaval en la segunda mitad del siglo XIX, aunque sujeto a cuestiones sociales, políticas y económicas que forzaban la intermitencia, en el que aparte de los bailes de máscaras y el deambular callejero de los disfrazados, contaba con el gran espectáculo de los desfiles del Bando de la Huerta y Testamento y Entierro de la Sardina.

Pero ya contamos en estos ayeres que la terrible riada de Santa Teresa, en octubre de 1879, acabó con aquel esplendor y que tras años invocando la resucitación de las grandes mascaradas, cuando al fin se logró, a finales de aquel siglo, acabaron trasladadas a su lugar actual, como principales atractivos de la semana de Fiestas de Primavera.

De modo que el carnaval fue desvestido de sus más famosas y concurridas mascaradas, quedando huérfano de esas brillantes efusiones callejeras. Pero no faltaron los bailes y algunas otras fiestas que permitieron una relativa pervivencia de las carnestolendas.

Tomando el ejemplo de lo que sucedía hace justo un siglo, en 1925, encontramos que el Casino acordó celebrar sus tradicionales bailes de Carnaval los días 23 y 24 de febrero, y el de Piñata el primero de marzo, siendo condición precisa el traje de etiqueta, uniforme o disfraz.

 

El Ateneo Industrial y Mercantil organizaba suntuosos bailes en el Teatro Principal"

 

Por su lado, el Ateneo Industrial y Mercantil organizaba, como los años anteriores, suntuosos bailes en el Teatro Principal, cuyo saIón era adornado con exquisito gusto, a decir de las crónicas de aquellos años, que llegaban al extremo de afirmar que los bailes del Ateneo eran “los mejores organizados de España”.

También la Sociedad de Dependientes de Comercio y Banca dispuso celebrar tres grandes bailes de máscaras durante el carnaval propiamente dicho y un cuarto el citado domingo de piñata. Finalmente, el Teatro Circo sería escenario de los típicos bailes, “donde la gente alegre y de buen humor echará el resto”.

Nuevas informaciones añadieron a la amplia oferta los bailes de los salones del Ferroviario, en el Carmen, con una “suntuosa instalación eléctrica”; sin olvidar los del Círculo de Bellas Artes, los de la Lonja, a cargo de los organizadores de las fiestas de la Virgen del Amor Hermoso, que recibía culto en San Andrés; y, desde luego, los del Salón de Contrataciones, por parte del Círculo Taurino; y los de la Sociedad del Tiro de Pichón, en su pabellón del Parque de Ruiz Hidalgo, por lo que en aquellos días carnavaleros, de hace un siglo, quien no bailaba era porque no quería.

Otra cosa era la animación callejera, que el mal tiempo acabó de deslucir por completo. Un cielo cubierto de nubarrones, el primer día, dejó caer alguna llovizna, y aunque a mediodía llegó a salir el sol, “los saludables efectos del astro rey fueron eclipsados con un constante viento huracanado que parecía provenir de la mismísima Siberia”.

Comentaba el autor de una de las crónicas que el mar tiempo contribuyó a que la desanimación fuera aún mayor que la de los años en los que, por las restricciones impuestas por la autoridad, no se podía celebrar el carnaval más que en recintos cerrados.

 

Los bailes salvaban lo que quedaba del carnaval capitalino"

 

El Parque Municipal (el desaparecido de Ruiz Hidalgo, en el soto del Segura) “ofrecía desolar aspecto; la gente no tan solo huía del viento frío, sino también de aquel símbolo de incuria y desidia de urbanización municipal”. Y seguía la crónica: “máscaras, muy pocas. Muy poco ingenio para el disfraz como para la broma. Si el carnaval fuera eso, no tendríamos inconveniente en extender su partida de defunción definitiva”.

Eso sí, como indicaba más arriba, los bailes salvaban lo que quedaba del carnaval capitalino. Y señalaba la prensa, por ejemplo, que el de la Federación de Dependientes, en el Romea, “fue realmente un espectáculo hermoso. Más de mil mujeres, graciosamente ataviadas y luciendo las galas de su belleza espléndida, daban a la fiesta una pintoresca nota de color y de alegría. Para qué decir que el confeti se derrochó, que el vino de Jerez y la manzanilla corrieron en abundancia, que se bailó hasta después de las  2 de la madrugada y que en toda la noche reinó la alegría y la natural compostura que distinguen los bailes de esta sociedad”.

El del Club Taurino, celebrado en el Salón de Contrataciones, “hizo honor a la sociedad que con tan laudable entusiasmo viene organizándolos desde hace algunos años. Muy bien adornado el salón, muchas y muy guapas mujeres y alegría por doquier”.

Finalmente, la nota de distinción y buen gusto, “rara en estos días de extravagancias carnavalescas, culminó en los espléndidos salones del Casino, donde acudieron gran número de familias, de lo más distinguido de nuestra población, a rendir tributo a Terpsícore. El baile de noche, que adoleció del defecto de falta de máscaras, fue en su conjunto digno de verse, por las elegantes ‘toilets’ que nuestras paisanas lucieron”.

Esa era, como se puede comprobar, la sustancia sobre la que pervivía el carnaval murciano, que se siguió diluyendo con el paso de los años, hasta quedar en un recuerdo, como el que se plasma en estos ayeres.

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