Pues no. Esta noche tampoco habrá Entierro de la Sardina, ni más quema que la que nos consume por las incertidumbres que siguen planeando sobre nuestro futuro a corto, medio y largo plazo.
Si hubo Semana Santa, sin procesiones en la calle, la semana de Fiestas de Primavera ni siquiera ha merecido tal nombre, porque más allá de los homenajes balconiles, la avalancha de fotos en las redes sociales y todos esos paliativos para combatir la nostalgia, el vacío real ha resultado más que evidente.
Y ahora la cuestión estriba en que huertanos y sardineros nos advirtieron de que aplazaban sus respectivas cabalgatas, y subrayaron que habría Bando de la Huerta y Entierro de la Sardina.
Parece que los primeros apuntan al 8 de septiembre con el fin de mantener el desfile en martes y en ambiente festivo, pues se encontrará para entonces la ciudad, coronavirus mediante, en plena Feria. En tanto, los sardineros no se han pronunciado, pero lo cierto es los márgenes de maniobra, para unos y otros, se van estrechando conforme pasan los días.
¿Pueden encajarse estos grandes desfiles en cualquier otra fecha? ¿Son compatibles, por ejemplo, con el calendario tradicional de la Feria? ¿Sería razonable que tuviéramos, manteniendo la hipótesis, dos martes 'puenteables' recién iniciado el curso?
Habrá opiniones para todos los gustos, como sobre tantas cosas. Pero entiendo que lo que tiene fijada su fecha habitual y, por la razón que sea, no se puede celebrar llegado el día, es mejor que se deje para el año siguiente.
Aunque antecedentes, en materia de cambios, ha habido para ambas cabalgatas. En algunos casos de forma excepcional. En otros, con carácter perdurable. Baste con recordar que, en sus orígenes, mediado el siglo XIX, eran festejos carnavaleros, que tenían su tiempo en las vísperas de la Cuaresma.
Aquellos festejos, que dieron grandeza y fama al carnaval murciano, al punto de repetir el desfile del Entierro de la Sardina en octubre de 1862, para que la reina Isabel II y su familia pudieran conocerlo, fueron arrastrados, junto con vidas y haciendas, por la terrible riada de Santa Teresa, interrumpiendo unos años de gran esplendor.
No ha sido la única vez en que se ha dado la hazaña de sacar las famosas cabalgatas dos veces en el mismo año. Volvió a suceder, y desfilando ambas el mismo día, el 9 de junio de 1992, y a mayor abundamiento, lo hicieron a muchos kilómetros de Murcia: en el recinto de la Exposición Universal de Sevilla.
Pero volvamos al relato, que dejábamos con Bando y Entierro suprimidos desde 1880, debido a la gran inundación del año anterior. El carnaval murciano ya nunca llegó a ser lo que fue, y sus grandes festejos, huertano y sardinero, no regresaron hasta dos décadas después, y lo hicieron mediante el cambio de fecha más radical de toda su historia, pasando de anteceder a los días cuaresmales, a suceder a la Semana Santa, dando contenido así a las Fiestas de Primavera y convirtiéndose, de inmediato, en el meollo de las mismas, como lo fueron antes de las carnestolendas.
Y el motivo de esta variación histórica fue, esencialmente, turístico. Un avispado periodista, llamado Ramiro Maestre, puso en marcha, a partir del verano de 1893, unas expediciones ferroviarias entre Madrid y Alicante para disfrutar, de forma económica, de los baños de mar, incluyendo en el precio del desplazamiento el alojamiento.
Los exitosos ecos de la iniciativa llegaron a Murcia, donde a alguien se le ocurrió convertir a la ciudad en destino de aquellos viajes, pero con la Semana Santa como atracción principal. Para completar la oferta, surgió la excelente idea de colocar como remate a las procesiones de Miércoles y Viernes Santo, y al festejo taurino del Domingo de Pascua, las añoradas cabalgatas del Bando de la Huerta (que al final no salió el primer año) y el Entierro de la Sardina, a las que se añadió la Batalla de Flores.
Así fue como nacieron las actuales Fiestas de Primavera en el año 1899. Y funcionó bien, si atendemos a que la prensa estimó en 150.000 personas las que presenciaron el Entierro de la Sardina a lo largo de una carrera de cerca de cuatro kilómetros. De ese gentío, sólo 700 individuos llegaron a bordo del expresado ferrocarril, denominado jocosamente tren-botijo, que había sido el detonante, y el resto atraídos por el gran programa de festejos dispuesto.
A la hora de hacer balance de aquellas fiestas, creadas en 40 días, escribió ‘Las Provincias de Levante’: “Prosigamos todos trabajando para el bien general. Aunque se está viendo lo mucho que puede la asociación de fuerzas, no la aplicamos para fomento de nuestras conveniencias generales. Nos entusiasma mucho pensar cuánto pudiéramos hacer en beneficio del país si todos los elementos sociales marcháramos unidos en todas las cuestiones de interés general. Hay aquí mucho que hacer, porque el porvenir de este país así lo exige. Olvidemos nuestras pequeñeces para pensar en cosas grandes, que eso es cosa propia de hombres de corazón”.
Pues eso.
José Emilio Rubio es periodista