VALÈNCIA. Sorda, la ópera prima de Eva Libertad, se ha estrenado esta semana en salas de cine ya aupada como una de las películas españolas del año. Lo ha hecho gracias a sus premios (ha ganado el Biznaga de Oro y otros dos galardones en el Festival de Málaga y el Premio del Público en la sección Panorama de la Berlinale) y la buena acogida en sus los preestrenos.
Más allá de lo cinematográfico, la propuesta de la directora murciana hace camino representando con profundidad, rigor y sensibilidad la experiencia de la comunidad sorda y su relación (o no) con el mundo oyente. De paso, el film es un reflejo de la incomunicación que todo el mundo experimenta y determina espacios como la familia o las relaciones de pareja.
— Enhorabuena, no solo por el premio en el Festival de Málaga, sino también por el premio del público en el Festival de Berlín. El reconocimiento del público siempre tiene un significado especial. ¿Cómo estáis viviendo este camino hacia las salas?
— Hay algo que nos está sorprendiendo porque no lo esperábamos: estos premios del público y la forma en que la gente está recibiendo la película nos han hecho darnos cuenta de hasta qué punto había una necesidad y ganas de conectar con esta historia. No solo por parte de la comunidad sorda, sino también del público oyente.
La gente es empática y no está sensibilizada con la sordera porque no suele entrar en contacto con personas sordas. Sin embargo, cuando lo hacen, entienden hasta qué punto es difícil ser una persona sorda en esta sociedad, por todas las barreras comunicativas a las que se enfrentan. La incomunicación es terrible: no poder comunicarse, no tener acceso a la información y a la cultura… Lo que está pasando es que, cuando pones esta realidad delante de la gente, reacciona y conecta con ella. No podíamos preverlo y está siendo muy bonito.
— En la película se cruzan dos experiencias: la de la sordera y la de la maternidad. Esta intuición ya estaba en el cortometraje. ¿De dónde surge la idea de centrarse en este punto concreto de la historia de Ángela? ¿Por qué la maternidad lo podía contener todo?
— Siento que todo ha fluido de manera muy natural. La maternidad está en el largometraje porque ya estaba en el corto. Enraiza con un momento real en la vida de mi hermana, Miriam [Garlo, la actriz que la protagoniza], cuando empezó a plantearse la posibilidad de ser madre. En el corto solo esbozábamos esos miedos que se despiertan en una mujer sorda cuando piensa en la maternidad en un mundo oyente; y me quedé con ganas de seguir ahondando en ello.
Para esta película, lo que más me interesaba era el vínculo entre el mundo oyente y el mundo sordo. Quería explorarlo dentro de una pareja, porque me apetecía hablar también de los problemas de comunicación en las relaciones, más allá de la sordera. La maternidad y la paternidad son experiencias que marcan profundamente una relación de pareja. A nivel narrativo, la llegada de una criatura era perfecta para romper esa especie de burbuja en la que los protagonistas han construido su mundo y obligarlos a enfrentarse a sus contradicciones y miedos. Me daba mucho juego contar esa sacudida.
— Hay unas escenas que podrían parecer de transición, pero que son clave: aquellas en las que los protagonistas socializan con sus grupos de amigos. Condensan lo más rutinario y casual, pero sobre todo reflejan esas diferencias entre dos burbujas dentro del mismo mundo. ¿Cómo abordasteis estas escenas desde el guion y también en la producción, para que tuvieran el peso que tienen en la película?
— Desde el guion, me interesaba construir una pareja en la que él, Héctor, fuera el cuidador, el que acompaña, el que hace el esfuerzo por entrar en el mundo de ella. En esas primeras escenas con la comunidad sorda (con los amigos de Ángela), Héctor está integrado, aunque sea un invitado en ese espacio, y Ángela está en su zona de confort. Luego, con la llegada de la niña, esa dinámica evoluciona: Héctor empieza a quedarse un poco fuera y Ángela reivindica su espacio y ya no siente la necesidad de hacer esfuerzos por salir de su entorno. Ese contraste se acentúa en la escena con los amigos oyentes de Héctor, que muestra el sobreesfuerzo que debe hacer Ángela, como persona sorda, para intentar encajar en ese momento.
Todo esto se construyó desde el guion, pero también a través de los ensayos, el trabajo en rodaje con los actores y, por supuesto, la construcción sonora. Queríamos definir cómo sonaba la comunidad de amigos sordos, cómo sonaban los oyentes y cómo todo eso encajaba dentro del arco sonoro de la película. Para mí, estas escenas eran fundamentales para hablar de esos dos mundos y del vínculo entre ellos.

- Álvaro Cervantes, Miriam Garlo y Eva Libertad, durante el rodaje. -
— ¿Cuándo se tomaron las primeras decisiones sobre el sonido? Hay muchas películas en las que el sonido se aborda incluso postproducción, pero aquí da la sensación de que las escenas están construidas desde el sonido, que el guion empieza desde ahí.
— Así fue. Tenía claro que no podíamos llegar a postproducción sin haber planificado toda la película en función del arco sonoro. La construcción del sonido empezó en el guion y ya durante las residencias de guion en las que estuve, le di muchas vueltas a cómo debía ser el universo sonoro y su estructura narrativa.
En el cortometraje utilizábamos el recurso de que sonido entrara y saliera del interior de Ángela, pero para la película no quería repetirlo porque sentía que podía agotarse muy rápido y, además, sentía que podía manipular emocionalmente al público. Fue una decisión sobre la que reflexioné mucho y que generó dudas entre las productoras, pero finalmente la defendí.
Desde la preproducción, tuve reuniones con el jefe de sonido, Urko Garai, y el diseñador de sonido, Enrique G. Bermejo. Analizamos el guion en función de cómo queríamos que se escuchase cada secuencia, cómo debía sonar la comunidad sorda y cómo se construiría el arco sonoro de la película. Y aún así seguimos probando cosas durante la fase de montaje, con Marta Velasco.
— Y en ese proceso, ¿cuál ha sido el papel de Miriam Garlo? Ella ya estaba en el corto, y entiendo que, conforme la historia se convertía en largometraje, ha crecido con la película y contigo.
— A Miriam le iba compartiendo las versiones del guion, aunque no todas, porque habría sido una locura para ella. Pero sí necesitaba su feedback sobre cómo sentía y entendía a Ángela. Hubo momentos en los que, en las asesorías de guion, detectábamos que faltaba algo en el personaje. Entonces me reunía con Miriam para trabajar esos aspectos, como algún conflicto de comunicación que debía plasmarse mejor. Ella me daba su visión, lo comentábamos y así estuvo presente en todo el proceso desde la fase de guion.
— Hay varios planos sostenidos en los que vemos a Ángela observando, como si fuera más importante verla mirar que lo que ella está viendo.
— Fue totalmente intencionado. Las personas sordas captan su experiencia vital a través de la vista; sus ojos son sus oídos. Para ellas, toda la información llega a través de la mirada. Por eso era clave mostrar a Ángela mirando. Esos momentos eran esenciales para entrar en su mundo, para estar con ella. Tiene que ver con cómo las personas sordas perciben su entorno y procesan la información.
— ¿Cómo ha sido el trabajo actoral con el resto del elenco? Imagino que Miriam Garlo también ha tenido un papel activo en este proceso. Al igual que el público se acerca a una realidad concreta, los actores deben hacerlo con más responsabilidad aún para entenderla.
— Sí, y por eso hicimos varias cosas para que todo el equipo comprendiera mejor la sordera, especialmente porque iba a haber un cast sordo. Primero, preparé un dossier sobre sordera que se repartió a todo el equipo, desde los jefes de departamento hasta los meritorios. En él había información cultural, médica y social, además de consejos sobre cómo relacionarse con personas sordas.
Después, organizamos un par de clases de lengua de signos para todo el equipo, y en el set siempre hubo dos intérpretes. Con Elena Irureta y Joaquín Notario, que interpretan a los padres de Ángela, trabajamos de manera específica. Me reuní con ellos, aprendieron algo de lengua de signos—no demasiado, porque sus personajes no tenían por qué saber mucho—y hablamos en profundidad sobre la sordera. Luego tuvieron un encuentro con Miriam para generar vínculo y entender cómo comunicarse con ella.
Por otro lado, con Álvaro Cervantes el trabajo fue mucho más intenso. Estuvo un año preparándose, aprendiendo lengua de signos y trabajando en la relación con Miriam. Tuvimos momentos puntuales en los que se juntaban para construir esa conexión, primero como actores y personas, y luego trasladarla a la relación entre Ángela y Héctor en la película.

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— Es una película que, como dices, habla de los problemas de comunicación a partir de la sordera. Pero, al verla, pensaba que cualquier madre puede sentir ese miedo, esa preocupación por la comunicación. Aunque en primer plano esté la cuestión de cómo el mundo oyente acoge —o no— a la comunidad sorda, en realidad también es un reflejo más amplio sobre los problemas de comunicación, los miedos y la importancia de entendernos.
— Además, creo que no solo se da en la relación madre-hija, sino también en la relación de pareja entre ellos dos. De alguna manera, la historia trasciende la sordera en la relación madre-hija, y muchas madres —incluso oyentes— me han dicho que se han sentido identificadas con Ángela. Son conflictos que pueden aparecer en cualquier relación, independientemente de que sean sordos u oyentes.
Antes me preguntabas por la maternidad, y te respondí desde el punto de vista narrativo, pero creo que es algo que nos atraviesa a todas las mujeres, seamos madres o no. Miriam y yo no lo somos, pero es un tema que hemos proyectado, imaginado y sobre el que hemos recibido muchos mensajes. Por eso, la maternidad tenía que estar presente en la película. Lo mismo ocurre con la relación de pareja, en la trama he incluido incluso reflexiones que quería hacer a partir de experiencias mías.
— Cuando el cine se acerca a comunidades que enfrentan vulnerabilidades o discriminación, hay un debate interesante sobre la ternura, la compasión o la crudeza con la que se retrata a los personajes. En esta película, el personaje de Ángela siempre tiene capacidad de decisión, de disfrute, de preocuparse y despreocuparse…
— Fue una decisión muy consciente en el guion, pero también tiene que ver con la sensibilidad y la lucidez emocional de Miriam al interpretar a Ángela. Desde el guion, tenía claro que no quería hacer "una sorda ejemplar”. Durante el proceso, en algunas residencias de guion, me comentaron que Ángela podía caer mal. Y yo pensaba: "Bueno, ¿y cuál es el problema de que caiga mal?" A mí me interesa ver personajes ambivalentes, que cometen errores. Pero es cierto que, cuando un colectivo ha estado infrarrepresentado en pantalla, hay miedo de que el primer personaje que se muestra no sea ejemplar. Pero asumimos el riesgo.
Ángela está construida desde el guion, pero Miriam le aporta toda su magia. Hay algo intangible en su interpretación que le da matices. Y, al final, lo que le sucede a Ángela es algo muy humano: cuando estamos en crisis, cuando todo se complica, no solemos responder de la mejor manera. No sabemos estar. Nos ponemos más ansiosas, más impacientes. Si Ángela hubiese estado tranquila, probablemente todo habría sucedido igual, pero ella habría sufrido menos. Pero eso no es realista. En la vida, cuando sube la marea, en vez de sumar nos restamos a nosotras mismas.
— Hablabas de la magia que aporta Miriam Garlo. ¿Cuánto crece el personaje que tanto habías pensado y escrito, que ya estaba en el corto, cuando de repente la ves delante de la cámara y empiezas a grabar?
— No sé cuánto exactamente, pero mucho. Ten en cuenta que para mí rodar el corto con ella fue darme cuenta de que Miriam es una actriz increíble y, además, tiene algo especial: la cámara le sienta bien. Es algo que maneja con muchísima naturalidad. Puede estar ahí, sentir y pensar con la cámara delante, y eso se capta en cada plano. Está muy viva en escena.
Además, me parece bellísima, así que me gusta mucho rodarla. Y creo que, en lo que comentabas antes sobre los planos sostenidos en su mirada, aunque ya estaban en el guion, al grabar cobraron todavía más importancia. No sé si se hicieron más numerosos, pero sí se volvieron esenciales, porque para mí es un deleite ponerle la cámara a Miriam y ver todo lo que transmite con su rostro cuando mira.