MURCIA. Bayreuth es la meca de los amantes de Wagner, pues desde 1876 vienen personas de todo el mundo para asistir al festival que Richard Wagner ideó para representar sus propias óperas —aquí estrenó Parsifal y se realizó la primera representación integral de El anillo del Nibelungo—. Sí, Wagner puso a Bayreuth en el mapa, pero la ciudad ya era importante antes de él, y esa historia es la que precisamente quiero conocer, aunque ya sé que el espíritu de Richard Wagner (1813-1883) es omnipresente en la ciudad. Tanto, que al mirar a mi alrededor veo unas pequeñas figuras de Wagner (a modo los enanito de Blancanieves) que marcan el camino hacia los puntos de interés, aunque hago caso omiso porque primero quiero tener un primer contacto con la urbe sin mapas y sin objetivos.
Camino por la Maximilianstraße, una calle amplia flanqueada por edificios de entramado de madera y repleta de personas paseando y otras tantas sentadas en una terraza disfrutando del buen día que hace hoy. Sin darme cuenta guío mis pasos a una torre que me llama la atención. Se trata de la Iglesia del Palacio (Stadtkirche Heilig Dreifaltigkeit), que con su torre octogonal marca el perfil urbano del centro de la ciudad. Bayreuth es tranquila y monumental fruto de haber sido nombrada en 1603 capital del margraviato de Brandeburgo-Bayreuth y de la sensibilidad artística de los margraves Federico y Guillermina, que apostaron por convertir Bayreuth en un pequeño Versalles. De momento me quedo con la incógnita de si lo lograron o no, porque primero voy a comer en el restaurante Wolffenzacher un Schäufele, un plato tradicional de la región de Franconia que se caracteriza por su tierna carne, que se desprende del hueso como si fuera mantequilla, y por su piel crujiente. Lo acompaño con una cerveza local que me aconseja el camarero. Y es que, aquí la cerveza tiene una gran importancia.