como ayer / OPINIÓN

Monumentos: de Saavedra al Tío Pencho

2/06/2022 - 

MURCIA. Hace poco más de un mes, la prensa local nos anunciaba que el pleno municipal de Murcia había acogido unánimemente una moción del Partido Popular en la que se proponía que se erigiera en el sitio más a propósito un monumento al Tío Pencho, el celebrado protagonista de la tira cómica del dibujante Manuel Sánchez Baena, llamado Man, que durante décadas hizo crítica social envuelta en humor panocho.

La moción proponía también una exposición sobre el 'universo' del personaje en la sala municipal de la Glorieta, a todo lo cual, y por aportar su grano de arena, el concejal de Cultura añadió la promoción de la lengua murciana, el panocho. Error de partida, pues la lengua murciana es el murciano, y su derivación satírica y carnavalera el panocho. Pero esa es otra historia.

En esto de los homenajes y los merecimientos es difícil actuar con medida, y más en estos tiempos en los que se busca la inmediatez y la anticipación, o tocar la fibra de la sensibilidad cuando se trata de una persona recientemente fallecida, como es el caso de Man, cuyo deceso se produjo en septiembre del año 2020.

Surgen preguntas como si la estatua debe dedicarse al personaje de ficción o a su creador, o si debe tener estatua el Tío Pencho antes que tantos ilustres murcianos, o murcianizados, como es el caso del mismo Man, que carecen de ella. Saavedra Fajardo, un poner.

"es evidente La importancia de Saavedra Fajardo, un algezareño clave para entender el devenir de la España y la Europa de su tiempo"

Amén de dar nombre a la calle llamada popularmente 'de las tascas' y a un instituto, Saavedra fue, según puede leerse en su biografía de la Real Academia de la Historia, "una de las figuras más representativas de su época (…) Tan fácilmente acuñaba un pensamiento político en forma acabada y plástica, como lo convertía en fecunda vividura de su difícil profesión. Mientras España luchaba en tantos campos de batalla de Europa, Diego guerreaba con las armas del ingenio y de la acción, conquistando aliados y desenmascarando enemigos".

Y en la que figura en la Biblioteca Virtual Cervantes reza: "Diplomático de profesión, y con un largo ejercicio de la misma en diversos países de Europa, Saavedra es escritor político, crítico literario, poeta, filósofo, jurista (…), sus obras mantienen una insólita vigencia y despiertan el interés de los lectores, sin decaer al paso del tiempo, en sectores intelectuales de diferente origen, ya sean historiadores, filósofos, estudiosos de la historia política y diplomática, juristas de diversas ramas del Derecho, estudiosos de la historia del arte y -naturalmente- críticos y estudiosos de la literatura, tanto en el campo de la teoría como en el de la historia literaria".

¿Para qué seguir? La importancia de Diego Saavedra Fajardo, un algezareño fundamental para entender el devenir de la España y la Europa de su tiempo, es tan evidente como lo es la ausencia de otro monumento en su memoria que el existente en su pueblo natal.

Y no porque no se intentara. Como en tantas ocasiones, Javier Fuentes y Ponte, otro murciano de adopción, pero entusiasta de lo nuestro como pocos, participó en la promoción de una suscripción popular, sistema al que se recurrió con frecuencia durante mucho tiempo, para dar a Saavedra el homenaje merecido en forma de monumento. Iniciada la colecta el 6 de mayo de 1872, tres años después se habían recogido 3.200 reales, y se convocaba un concurso que premiaría, por un lado, al autor del mejor modelo para una estatua de dos metros o un busto de tamaño mayor que el natural, y por otro, al del pedestal sobre el que se colocaría.

No salió adelante aquél intento, pero pocos años más tarde el perseverante Fuentes marchó a Madrid en busca de los restos de Saavedra, que se suponía enterrado en San Isidro, y los localizó, con lo que se dio el primer y necesario paso para su retorno a Murcia. En octubre de 1883 se informó en la prensa de que en una de las bóvedas del templo acababan de ser hallados los huesos del personaje, y de que multitud de datos acreditaban la autenticidad del hallazgo y, entre ellos, la inscripción en la caja mortuoria colocada al verificarse su traslación desde la sepultura original del desaparecido convento de Recoletos.

Los despojos del gran diplomático (el cráneo y dos canillas, se dijo), viajaron hasta su tierra de origen el 4 de mayo de 1884, siendo expuestos en la capilla del Palacio Episcopal. Y dos días después, Murcia tributó su homenaje al autor de Las Empresas Políticas. En las puertas del Concejo se formó procesión cívica que había de recorrer la ciudad, y en ella tomaron parte el Seminario, el Instituto, Corporaciones, Sociedad Económica, Ayuntamientos de Murcia y Cartagena y todos aquellos hombres de letras que para este fin llegaron a Murcia.

Cuando el cortejo alcanzó la Catedral, el Cabildo recibió los preciados restos, que fueron colocados en la cripta abierta en uno de los muros de la capilla del beato Andrés Hibernón. Mientras, las campanas de los conventos e iglesias de la ciudad anunciaron que aquellos restos gloriosos dormirían para siempre en la tierra que tanto amó. El histórico pendón de Castilla, que regaló don Juan de Austria a su regreso de Lepanto a Cartagena, con el no menos histórico de Murcia, cubrieron el féretro en tan señalado día.

En la víspera, se colocó la primera piedra del monumento. Como relató la prensa, "lo menos 300 convidados reuniéronse con el Ayuntamiento en las salas consistoriales y, precedidos de la banda del señor Mirete, se pusieron en marcha, dirigiéndose a la plaza de Santo Domingo por la calle de Trapería, que estaba llena, en las aceras y en los balcones, de numerosa concurrencia. La plaza estaba vistosa, adornada de arcos de follaje, con colgaduras, gallardetes y con muchísimas murcianas que en los balcones presenciaron el acto. Llegada la comitiva al sitio donde ha de erigirse el monumento, cayó sobre la tierra la primera piedra, que tenía escrito en uno de sus lados lo que significa".

Pero aquella primera piedra no encontró otra que la secundase. Sobre ella no cayó sólo la tierra, sino también el olvido. No sin que antes fuera víctima del vandalismo callejero, presente en todo tiempo, que escribió en ella sólo unas horas después de su colocación: "Primera y última piedra del monumento a Saavedra Fajardo". Lo malo es que tuvieron razón.

Aunque se creyó que la piedra fue hallada y destruida con motivo de la construcción de un gran refugio subterráneo que ocupó durante décadas el centro de la plaza de Santo Domingo, lo cierto es que en agosto de 1997, la remodelación de la plaza permitió descubrir el bloque de piedra con la inscripción: 'Primera piedra del monumento a Saavedra Fajardo. Año 1884'. A ver si llega de una vez la segunda.

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