MURCIA. "Quiero agradecer a los afiliados que se han mantenido firmes en un momento tan complicado en vez de salir corriendo. Uno demuestra su valía en los momentos más difíciles". Estas eran las palabras de Martínez Vidal en la convivencia anual de Ciudadanos del sábado, un día antes de dimitir como coordinadora regional.
Soy de los que piensan resulta necesario estar muy ciego para no ver que el barco naranja está más cerca de hundirse que de estabilizarse. No culpo a los que deciden saltar por la borda, pero convencer a la tripulación de que el destino está al alcance de la mano para agarrar un bote en cuanto se dan la vuelta merece una consideración aparte.
Y eso precisamente es lo que hizo Martínez Vidal el sábado, mentir frente a los 120 afiliados que se encontraban reunidos. Arengar a las masas sobre la viabilidad del proyecto Ciudadanos para abandonar el timón menos de 24 horas después.
En cualquier caso, este tipo de mentiras en política resultan tan descaradas como inocentes, pues Martínez Vidal no saca ningún beneficio del engaño. De hecho, nada habría cambiado si hubiera decidido dar el paso atrás antes de encontrarse con la militancia, aunque supongo que nadie renuncia así como así a un baño de masas.
En cambio, la mayoría de embustes que solemos recibir de nuestros representantes sí guardan una gran carga de malicia que queda oculta entre la palabrería. Sin embargo, la mayoría de ellos entran en el mismo saco que tiene bordado la inscripción "si es que todos hacen lo mismo".
"En la política española se castiga más el error o el cambio de opinión que la mentira"
Bajo ese lema, los españoles nos hemos ido acostumbrando a aceptar que la palabra de un político tiene menos valor que un calefactor en verano, por lo que hemos continuado con nuestras vidas como si la desconfianza en las instituciones fuera intrínseca al ser humano. Sin embargo, como desconsolado defensor de la soberanía popular me veo en la obligación de cargar contra los que engañan y alentar a la tolerancia cero frente a los que se burlan de la democracia.
Por poner unos ejemplos rápidos, quisiera recordar que todos los diputados de Ciudadanos firmaron la moción de censura antes de aliarse con el Partido Popular, o que Sánchez llegó a la Moncloa con 84 diputados solo con la intención de convocar elecciones, algo que quedó descartado en cuanto alcanzaron el poder.
La lógica detrás de estas decisiones es sencilla, sale más rentable mentir que decir la verdad. En la política española se castiga más el error o el cambio de opinión que la mentira porque deseamos que nuestros representantes sean seres infalibles, casi cercanos a las deidades.
Yo, un poquito más humilde, solo pido que den la cara cuando yerren o decidan que habían estado defendiendo una postura equivocada. No obstante, parece que aún nos queda mucho para vencer al famoso "si es que todos hacen lo mismo" e imponer un coste político que podamos considerar realmente justo.