MURCIA. A pesar de la irrupción comercial que ha supuesto internet y la compra en línea, son muchos los comercios locales que aún plantan cara a este nuevo mercado como mejor saben: con cercanía y profesionalidad. Ejemplo de ello son los zapateros de toda la vida, auténticos artesanos que continúan dando vida al calzado de los murcianos como se lleva haciendo desde hace muchos años.
En un pequeño local de la calle Montijo, a espaldas del Real Casino, se encuentra el taller de Ismael Manresa. De sus cincuenta y dos años, cuarenta los ha pasado ejerciendo la profesión. Su negocio, según relata, lo inició su abuelo en el año 1942, lo que le convierte a él en zapatero de tercera generación, tras tomar el relevo de su padre y de su tío. Desde que comenzó con apenas doce años, ha vivido en primera persona la evolución del oficio hasta el presente. Señala que, en los últimos años, "la cosa ha ido para abajo" a causa de situaciones como la pandemia. Aún con ello, asegura que "no se para", ya que "como soy tercera generación he cogido clientela heredada, vienen hijos y nietos de clientes de mi padre".
Cree que la figura del zapatero "irá desapareciendo". Por una parte, por la tendencia mercantil de utilizar zapatos de usar y tirar. "Antes se venía más a arreglarselos. Ahora la gente prefiere comprarlos". Esto es algo que también se ve reflejado en la calidad del calzado, ya que en el pasado los zapatos "te duraban años, la media era de diez a quince años. Ahora están hechos para durar como mucho un año, año y medio". Destaca que ahora predomina la producción en cadena, dejando de lado el utilizar materiales de calidad, como la piel o el cuero, por otros inferiores, provocando que las suelas, por ejemplo,"no aguantan, se parten". Por otro lado, se trata de una labor para la que "hay que tener vocación y tiene que gustarte". "Las generaciones de ahora dudo mucho que quieran dedicarse a esto", opina.
Juan Abiani, zapatero desde hace 40 años, comparte el pensamiento de que el negocio "va en extinción" ya que"quedan muy pocos zapateros en Murcia". Originario de Barcelona, lleva involucrado en el oficio desde que tenía 22 años, cuando entabló amistad con uno de los fundadores de la marca Kelme, Diego Quiles. Desde entonces, y a pesar de que su primera opción fue ser diseñador de moda, se volcó en el negocio del calzado. Actualmente, está a cargo de su propio negocio en Santiago El Mayor, que abrió en 2002. Afirma que tiene “mucha carga para él sólo” y que su horario suele ser de once de la mañana a once o doce de la noche, ya que no trabaja únicamente para sus clientes particulares, también para varias zapaterías de la zona. Considera que antes el negocio de zapatero "estaba muy dejado y mal pagado", pero "hoy el zapato es un arte".
Mirando al futuro, concuerda en que el oficio "está desapareciendo porque no hay una generación que sigue el negocio". "Tres amigos se van a jubilar y sus hijos no van a continuar el negocio", agrega. Y si bien esta tendencia es un factor fundamental para la paulatina desaparición de los zapateros, Juan apela a la autocrítica del oficio. Considera que la evolución de la industria y del zapato es algo a lo que deben adaptarse, ya que "los zapatos de ahora se pueden seguir arreglando, incluso si los materiales son de menor calidad". Además de su formación en el extranjero, suele participar en eventos del gremio a nivel nacional, donde él y muchos otros compañeros hablan e intercambian sus experiencias. Por ello, hace hincapie en la perpetua renovación y formación del profesional, ya que aspectos como las nuevas suelas de goma pueden trabajarse aun siendo "un material que el zapatero de antes no está preparado para trabajar". Sentencia diciendo que los profesionales que quedan "tienen que modernizarse, estar al día".
No obstante, fuera de las labores de taller, las cosas apuntan en otra dirección. En la esquina que une las calles Condestable López Dávalos y Virgen de la Soledad, en Vistalegre, se encuentra Calzados Ballester. Una clásica zapatería de barrio regentada por padre e hija. Inma Ballester, segunda generación, habla con ilusión del negocio que fundó su padre, Antonio, en 1987 con apenas veinticinco años. Afirma que no le fue fácil en un primer momento, ya que Murcia no era la que es ahora, pero que supo mirar hacia delante con mucho esfuerzo y siempre teniendo en mente el darle a la gente lo que "realmente le hace falta".
Su amor por el negocio, asegura, le viene desde pequeña. Una vez terminó bachillerato, decidió probarlo y, desde que entró a trabajar con 18 años, tiene claro que se dedica "por completo a lo que la hace feliz". Valora enormemente que se trate de un negocio de barrio al ser "mucho más cercano", aunque le sorprendió darse cuenta que a la tienda llegaba gente de muy lejos buscando específicamente su servicio. Su perspectiva de futuro, además, es muy positiva. "Yo estoy muy contenta. Tengo unas expectativas muy grandes y la verdad es que la tienda va genial". Considera que en este tipo de prendas, las personas valoran mucho poder acudir físicamente a la tienda, probarse el calzado, ver qué tal les queda y su comodidad, y llevárselo en el momento sin necesidad de esperar envíos o recurrir a varias devoluciones. "No tengo nada que envidiarle a grandes marcas", sentencia.