MURCIA. Terminan las lecturas de verano. Entre ellas he tenido tiempo de pasar algunas horas con Pio Baroja, Juan Manuel de Prada, Chesterton, un divertido Richard Hull, que tenía atrasado de largo, y con Javier Marías, de quien compré sus últimas dos novelas, casi todas adquiridas al comienzo de vacaciones en nuestra querida Librería de los Soportales de la Catedral.
También todos hemos leído mucho durante estos días sobre el extraordinario Federico. Se recordaba en prensa y en redes el ochenta y cinco aniversario de su fusilamiento. Asunto lamentable sin duda y enigmático, si se me permite, aunque quienes más recuerdan ahora tan fatal señalamiento tengan tan clara la causa y para ellos no exista enigma alguno: dicen que lo mataron por ser de izquierdas y homosexual. Acaso tengan razón y con ello se alimente nuevamente un importante proselitismo para la doble causa de siempre: la "Memoria Histórica" y "El Colectivo".
Respecto de lo primero, que lo mataran por ser de izquierdas, preguntado por el suceso durante aquellos días aciagos coincidentes con su fusilamiento, dijo don Antonio Machado al periódico La Vanguardia, contrariado por la presunta causa, que “el teatro de Federico no era revolucionario; todo lo más que podía achacársele es que se nutría de la más pura savia popular”, por lo que parecía extraño que el autor magnífico de Bodas de Sangre, Yerma o La Casa de Bernarda Alba fuera ajusticiado por un discurso literario desprovisto de color político y pleno de contenido emocional y creativo. Por eso se dice también que, sin dejar de lamentar su muerte y de censurar su asesinato, a Federico lo mataron por venganza personal pues sabido es que sus amistades eran de todos los colores y que, de hecho, se refugió en Granada en vísperas de su muerte en casa de la familia Rosales, reconocidos falangistas e íntimos amigos suyos.
"solo se habla de su adscripción política y personal y no de su extraordinaria obra"
Respecto de lo segundo, asesinado por ser “homosexual”, es evidente que Lorca, al margen de su íntima convicción, obtuvo el aprecio de la sociedad en la que vivió y que ninguna opción retrógrada ni homófoba denigró su indiscutible dignidad como persona. Nadie tiene interés en negar su opción. Sin perjuicio de ello, admitiendo que el amor heterosexual no tenga la exclusividad de los sentimientos, resulta forzado ver en Lorca un manifiesto de apología gay o que necesite reivindicar nada al respecto. Antes al contrario: reto a quien lo afirme con la lectura de Romancero Gitano para encontrar claros ejemplos de relaciones entre el hombre y la mujer que pocos heterosexuales manifestarían con más intensidad, como en La Casada Infiel, por poner un simple ejemplo: “Aquella noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar, sin bridas y sin estribos”.
No parece que insistir en su opción sexual, menos aún con fotos trucadas acompañado de Dalí como al parecer ha sucedido, sea asunto que esté a la altura del personaje ni es, dada su trascendencia como autor, relevante en sí mismo. Sin embargo, de forma recurrente, recordando su fallecimiento, solo se habla de su adscripción política y personal y no de su extraordinaria obra.
Así que, aunque hurtar el discurso oficial pudiera ser peligroso, reconozco que, influido por mi simpatía hacia el autor, también por su lamentable final, cómo no, solo soy capaz de apreciar su valor personal y único, y no he podido ver en él ningún mensaje que no sea su lírica, su drama, su belleza, su tragedia y su emoción inigualables y su capacidad para describir las complejas claves de la sociedad rural del Sur de España.
Pero lo que de verdad me ha entretenido este verano, en comunión con la importante fecha que nadie ha recordado mientras se hablaba del fusilamiento de Federico, Día Internacional de las Víctimas de Actos de Violencia motivados por la Religión o por las Creencias, es la obra de quien fue arzobispo de Mérida-Badajoz, don Antonio Montero Moreno, Historia de la persecución religiosa en España 1936-1939, escrita en mil novecientos sesenta y uno, también adquirida para este verano y que recomiendo.
He leído el ejemplar, que fue tesis doctoral del autor, ya nonagenario, y busco excusas para encontrar una explicación a fenómenos que aún no comprendo. Casi siete mil religiosos fueron asesinados in pectore durante el conflicto, por lo que significaban, por llevar hábito o sotana, perseguidos y sacados de conventos y domicilios de acogida, escondidos por saber que una sociedad desquiciada los buscaba para acabar con ellos, hordas y turbas de milicianos sin control, españoles como nosotros que, bajo las FAI y otras siglas, los llamados “Sin Dios”, herederos de la Asociación antirreligiosa rusa del mismo nombre, tenían cogida la voluntad del Gobierno de la República que nada hizo por evitarlo. Gentes con inexplicables sentimientos anticlericales, tan profundamente arraigados que su cólera era suficiente causa para acabar con quienes nada podían hacer para defenderse. Todo un Holocausto y Martirio religioso del que nunca se habla.
"Son gentes fallecidas sin memoria: curas, frailes y monjas, jóvenes novicios, personas que, al grito de su Fe, cayeron martirizados por su opción religiosa"
Son gentes fallecidas “sin memoria”, curas, frailes y monjas, jóvenes novicios en muchos casos, personas que, al grito de su Fe, cayeron martirizados por su opción religiosa, una vez más, padeciendo un sufrimiento inusitado provocado por las sacas y paseos hacia las fosas y las tapias de los cementerios, que se multiplicaron por toda la zona republicana después de que el asalto a iglesias, la quema de imágenes y conventos, y la persecución religiosa, fueran prácticas consentidas inmediatamente después de instaurarse la Segunda República y que gobernara el Frente Popular. Cautivo como el de ahora, por cierto, de tantas facciones y disidencias dentro de la misma corriente política, aunque afortunadamente no se pueda replicar el contexto.
Acompaña el autor, documentado en múltiples fuentes, una estadística geográfica por localidades de toda España y por órdenes. Distingue entre religiosos y religiosas, incluyendo desgraciados seminaristas y novicios que se formaban en aquellos momentos, y, por interminable orden alfabético los identifica incluso con el nombre de todos los que se han podido documentar, así como el lugar de su ejecución.
Es especialmente interesante, para comprender el odio anticlerical, el apéndice legislativo de la obra de Mons. Montero que incluye los artículos de la Constitución republicana de 1931 concernientes a la Iglesia y sus instituciones, ordenando, con rango constitucional, la extinción total del presupuesto del clero, la disolución de aquellas órdenes que respeten una autoridad distinta a la del Estado, la prohibición de ejercer la enseñanza; el Decreto del mismo año que dispone la suspensión de venta de los bienes de la Iglesia; o el Decreto de disolución de la Compañía de Jesús del año siguiente y la confiscación de todos sus bienes, dándoles diez días a religiosos y novicios para que cesara su vida en común en España, lo que significaba su destierro si no optaban por renunciar a sus íntimas convicciones. Al margen de nuestras propias creencias, políticas o religiosas, no podemos tener dudas de qué contexto propició tan duro martirio una vez iniciada la confrontación.
Sin embargo, estos mártires españoles no han obtenido, como la judía, el reconocimiento que otras religiones han merecido por los abominables sacrificios por razón de su Fe, siendo evidente que desde los primeros días del alzamiento, el dieciocho de julio de 1936, hasta noviembre del mismo año, la consigna era acabar con el culto, confiscar las imágenes y expulsar o sacrificar a cuantos religiosos moraran la zona oficial, algo que no se entiende sino desde la locura que nosotros mismos, hermanos españoles, fuimos capaces de cometer, para que ahora cuatro herederos del rencor saquen a la luz su propia historia, sin pasar ni siquiera pudor ni vergüenza, sin preguntarse si alguien de su familia fue capaz de esas tropelías, pues no olvidemos que fuimos nosotros mismos los causantes de aquellos hechos que otros más prudentes olvidan.
Preguntaba La Traca de Valencia, número de 17 de julio de 1936, ¿Qué haría usted con la gente de sotana? O el diario de la República El Pueblo, de Huesca, en su número de 2 de marzo de 1936: “Témplese, témplese la estridente y mal educada cotorra clerical. No se asuste demasiado de lo pasado, para no asustarse de lo que puede pasar”. Me temo que vamos a tener que recordarlo todo para ver si bajamos la barbilla y pensamos un poco, pues de otro modo considero incomprensible que alguien se atreva a utilizar ejemplos como el de Lorca para magnificar solo una parte de la historia, siendo tan execrables los hechos que han quedado en el olvido.
Nada mencionemos de la dolorosa profanación de tumbas, de las fotos con cadáveres, vestidos sus autores divertidos con sotanas y casullas, pues solo decirlo puede ofender a quienes piensan de otro modo. Pero ese, que todos callamos, es el origen del pensamiento de muchos, que su ignorancia les salva conocer y admitir luego. Me temo que, precisamente por eso, sea mejor en España llegar a forjar una opinión política, la que sea, pero “sin memoria”. Silencio conciliador es todo lo que hemos recibido dos generaciones siendo tan próximos los hechos.
Fueron 6.832 sacrificados en la persecución religiosa. Hemos dejado pasar sin pena ni gloria esa importante fecha señalada por la ONU, 22 de Agosto, Día Internacional de las Víctimas de Actos de Violencia motivados por la Religión o las Creencias, sin recordar a nadie de las muchas víctimas cuyos dramas personales he conocido estos últimos días. Seguiremos olvidándoles no sea que recordar nos permita comprender mejor tanto odio que nos rodea. Qué fauna fuimos, qué fauna somos… sin Dios, sin memoria.
Dramaturgo, poeta y, por encima de todo, icono. Hoy, 18 de agosto, se cumplen 85 años de la muerte de Federico García Lorca. Parte de su inmortal legado lo ha recogido ahora la murciana Ilu Ros en Federico (Lumen, 2021), una obra ilustrada que nace desde la más profunda admiración. Y es que Federico, defiende Ros, "solo hay uno"