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el pasico del aparecido / OPINIÓN

Los marxistas, los cristianos y el espiritualismo

22/02/2023 - 

CARTAGENA. En un Pasico anterior se comentó la diferencia entre dos modelos distintos de la naturaleza humana: el psicosomático y el espiritualista. Para el primero, los humanos constamos de una faceta corporal y otra mental, ambas efímeras. En ese esquema, la consciencia formaría parte de la mente y, como las demás actividades psíquicas, estaría generada por el cuerpo, en especial por el sistema nervioso. A pesar de tratarse de un modelo netamente materialista, ha adquirido tanto prestigio que incluso ilustres autores cristianos lo defienden.

En los años sesenta del siglo XX ejercía la medicina en Córdoba el famoso marxista Carlos Castilla del Pino. Se convirtió pronto don Carlos en un referente de posiciones culturales y políticas alternativas a las dominantes en la ciudad de los califas. Conocidas eran las distancias que mantenía con el llamado nacionalcatolicismo. En efecto, frecuentaba la compañía de otros intelectuales poco adictos al Régimen, pero no se le veía por los prostíbulos. A la larga, su figura se proyectó a escala nacional e incluso los ajenos a las disciplinas académicas que él cultivaba habían oído hablar con admiración de Don Carlos.

"el modelo psicosomático había alcanzado tal popularidad que la única diferencia entre los ateos y los católicos era que los primeros creían que con la muerte todo se acababa"

El título del puesto que había ganado por oposición en 1949 era muy revelador de las concepciones hegemónicas ya en aquella época acerca de nuestra naturaleza. Rezaba así: Jefe Provincial del Servicio de Psiquiatría e Higiene Mental. Según confesó en su libro de memorias, La casa del olivo, ¡nadie sabía qué era la Higiene Mental! Pero eso no importaba, sino que las dos tareas que tenía encomendadas, la psiquiatría y la higiene mental, aludían a la misma faceta de los humanos que no es corporal: la mente o psique. Según don Carlos, eso era todo: cuerpo y mente indisolublemente ligadas.

Era normal que, a mediados del siglo XX, los materialistas estuviesen habituados a describirnos en términos de cuerpo con mente, predicando que eso era todo lo que había en nosotros, pero lo notable es que ese esquema gozase de gran aceptación incluso en gentes que no se consideraban adscritas al materialismo filosófico.

Ni Castilla, ni los médicos materialistas en general, ponían ninguna pega a aquella imagen de nosotros mismos como cuerpos capaces de llevar a cabo actividades mentales, pero el hecho de que el funcionarial título del puesto de don Carlos lo hubiesen impuesto las autoridades del franquismo, nada materialistas ni marxistas, expresaba hasta qué punto el modelo psicosomático era admitido como obvio, siquiera implícitamente, por las más diversas corrientes ideológicas. 

Una prueba personalizada de lo dicho era don Pedro Laín Entralgo. Al igual que don Carlos, Laín era médico, aunque también se había licenciado en Química; a diferencia de don Carlos, Laín era falangista y ocupó varios puestos importantes por designación de los próceres franquistas. Sin embargo, su opinión sobre nuestra naturaleza era sorprendentemente similar a la del psiquiatra marxista.

Dejó dicho en su libro Cuerpo y alma, publicado en 1996, que: "… en el nivel actual del conocimiento y de la ciencia, es altamente razonable atribuir todas estas formas de vida a la actividad psíquica del cerebro del hombre, tal como evolutiva y estructuralmente se ha configurado en el actual Homo sapiens sapiens; más razonable, desde luego, que atribuirlas a un alma concebida como ente inmaterial contradistinto del cuerpo y superior a él…" Caben pocas dudas: el falangista estaba hablando a favor de la actividad psíquica del cerebro del hombre y en contra de un alma inmaterial. Pura hegemonía del modelo psicosomático.

Muchos fascistas extranjeros no eran religiosos, pero una de las peculiaridades del falangismo español fue que no puso reparos al cristianismo; en concreto, Laín era católico y, como tal, creía que persistimos en nuestro ser tras morir. La solución que propuso era que, si bien con la muerte se aniquilaba la totalidad de la persona, tanto el cuerpo como la mente, Dios la resucitaría entera. Lo mismo decía Zubiri, otro católico destacado.

En resumen: el modelo psicosomático había alcanzado una popularidad tan dominante que la única diferencia entre los ateos y los católicos era que los primeros creían que con la muerte todo se acababa y los segundos que, no obstante, Dios nos resucitaría.

Esa coincidencia entre autores marxistas y falangistas, entre autores materialistas y cristianos, es tan llamativa que se impone analizar que dicen los teólogos cristianos sobre nuestra naturaleza. Al referirse a los humanos, el Catecismo de la Iglesia Católica destaca "la unidad de su naturaleza, compuesta de igual modo en todos de un cuerpo material y de un alma espiritual". Hasta ahí todo está claro, pero añade: "La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la forma del cuerpo; es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza".

Esa propuesta recuerda notablemente a la de Aristóteles, según el cual el alma es la forma dinámica del cuerpo. Ahora bien, esa idea admite una interpretación puramente naturalista y, como metáfora, podría ser admitida por cualquier descreído biólogo contemporáneo. La fuente del Catecismo en este punto es el Concilio de Vienne, celebrado en 1312, medio siglo después del influyente escolástico Tomás de Aquino, un dominico gran admirador de Aristóteles. Afortunadamente, el Concilio de Letrán, celebrado en 1513, vino a disipar las posibles tentaciones materialistas al declarar, según recoge ahora el Catecismo, que nuestra alma "es inmortal: no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte…" Al fin un genuino espíritu disociable del cuerpo.

Ahora estamos ante una propuesta que recuerda a la del filósofo admirado por San Agustín y maestro de Aristóteles, Platón, quien preconizaba que cada uno de nosotros está dotado de un alma inmortal, más excelsa que el cuerpo y tan autónoma que puede encarnarse a otro cuerpo una vez fallecido su carnal anfitrión previo. Pero el cristianismo no acepta esa idea y predica que acabará por retornar al cuerpo muerto. En efecto, el propio concilio de Letrán predijo que "todos ellos resucitarán con el propio cuerpo que ahora llevan". Se refiere a la resurrección de los difuntos, de la carne, idea incompatible con la reencarnación.

Todavía hay que hacer más precisiones y dice el Catecismo que "la Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios y que no es producida" por los padres". Bien, eso desde luego es claro, distinto y goza de la autoridad de dos papas recientes: Pío XII y Pablo VI.

Llegado este momento, el lector acaso esté preguntándose qué demonios piensan los cristianos acerca de nuestra naturaleza. La opinión de los marxistas, y en general de los materialistas, está clara: el cuerpo genera la mente, incluida la consciencia, y todo se esfuma con la muerte corporal. Pero ¿y los cristianos? La realidad es que solo coinciden en que Dios nos devolverá a la vida eterna, pero discrepan en lo referente a nuestra naturaleza. Siguiendo a Aristóteles, pensadores como Laín Entralgo creen que el alma solo es la forma del cuerpo (o sea, la mente). Solo que discrepan de Aristóteles en que hay una vida tras la muerte gracias a la actividad revitalizadora divina. En cambio, en concordancia con Platón, otros autores, como San Pablo, creen que poseemos un alma inmortal distinta de la mente. O sea que los cristianos oscilan entre añadir al alma efímera de Aristóteles la resurrección o quitar al alma inmortal de Platón la reencarnación. Ni que decir tiene que el Aparecido, como digno espiritualista, apuesta por San Pablo en este caso.

JR Medina Precioso

jrmedinaprecioso@gmail.com

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