CARTAGENA. A pesar de la similitud de sus etiquetas, no hay que confundir a los espiritualistas con los espiritistas. Los primeros piensan que cada humano consta de un cuerpo y una mente, ambos efímeros, y un espíritu inmortal; los segundos creen que pueden comunicarse con algunos espíritus disociados de los cuerpos de humanos fallecidos. Es imposible considerarse espiritista sin asumir el modelo espiritualista, pero, por el contrario, la mayoría de los espiritualistas no practican el espiritismo. Creen en la existencia de los espíritus desencarnados, pero no creen posible comunicarse con ellos o, alternativamente, se abstienen de hacerlo, ya sea por prudencia, por miedo o por consideraciones morales.
"con golpes sonoros cortos o raps, las hermanas Fox decían comunicarse con un espíritu presente en su hogar"
Aunque el espiritismo ya se practicaba en culturas tan antiguas como las de los egipcios, los judíos y los griegos, el espiritismo moderno empezó a mediados del siglo XIX en los Estados Unidos. El primer caso sucedió en 1848 con las experiencias de unas niñas, las tres hermanas Fox, que vivían en Hydesville, cerca de Newark, en el estado de Nueva York, un pueblo que ya no existe. Mediante golpes sonoros cortos o raps, las Fox decían comunicarse con un espíritu presente en su hogar. Cuando adquirió suficiente confianza, dijo ser Charles B. Rosman, un tratante comercial asesinado y enterrado en aquella casa. Los Fox eran metodistas, pero sus intentos de comunicarse con el espíritu, supuestamente de un humano fallecido, dieron origen al moderno espiritismo.
En 1851 el juez Edmond, presidente de una comisión que había investigado el asunto, declaró que la comunicación con espíritus mediante raps era cierta. Con ese aval, para cuando las hermanas Fox confesaron que ellas hacían los ruidos chascando los dedos de los pies, el movimiento ya se había propagado por varios países europeos. Al final apareció un esqueleto en la casa de los Fox, lo que reforzó el prestigio del espiritismo y, en particular, la fama del fenómeno de Hydesville.
En 1852 la señora Hayden, que decía ser médium, introdujo el espiritismo en Inglaterra y dos años después, en 1854, Allan Kardec, pseudónimo de H.L.D. Rivail, publicó El libro de los Espíritus, con el que logró que el fenómeno se popularizase extraordinariamente, a pesar de los numerosos errores científicos que plagaban aquella obra.
"el método más directo era dejar que el médium entrase en trance y empezase a trasmitir de viva voz los mensajes de los difuntos"
A partir de entonces en muchas casas particulares, generalmente de gentes de clase media y alta, se organizaron séances espiritistas, que obtenían mejores resultados cuando contaban con la ayuda de mediadores entre las ánimas y los humanos. El ritual consistía en sentarse los participantes en torno a una mesa, cogerse de las manos, rebajar la iluminación hasta dejar la escena en penumbra y disponerse, en silencio, a iniciar la comunicación con el espíritu que se dignase aparecer. Los métodos de comunicación eran variados, pero el más directo era dejar que el médium entrase en trance y empezase a trasmitir de viva voz los mensajes de los difuntos o los escribiese en un papel con ayuda de un lápiz o, alternativamente, una tiza y una pizarra.
Los avances técnicos, por así decir, se sucedieron rápidamente. Hacia 1853 inventaron el método ouija, que consistía en disponer en circunferencia unos cartones con las letras del alfabeto y los números naturales del cero al nueve. Una vez todo preparado, el médium empezaba a acercar sucesivamente la punta de un fino estilete de madera a cada carta, anotando un secretario, que no participaba en el juego, cada uno de los naipes en los que el médium había sentido un impulso al pasar el estilete. A veces, para abreviar, en el interior del círculo formado por las letras figuraban las palabras Sí y No. En la sesión típica, tras varias secuencias de letras y números que nadie lograba descifrar, el médium empezaba a formar frases con sentido, pero triviales, en respuesta a las preguntas que los participantes formulaban en voz alta. ¿Había alguien allí? Sí. ¿Era el marido de la viuda? No. ¿Venía con buenas intenciones? Sí. ¿Quería algo de ellos? Sí ¿De quién? Aunque, ante esa pregunta decisiva, en la que no cabía una respuesta binaria de sí o no, el espíritu o la fuerza trasmisora de los mensajes, quizás el mismo médium, a veces dudaba, al final la cosa solía aclararse. Los mensajes espíritas dirigidos a participantes particulares no eran inusuales y, cuando parecían provenir de algún ser querido, podían resultar bastante consoladores. Los más emocionantes eran los que predecían algún suceso futuro, recomendaban la línea de actuación a seguir o descubrían algún pequeño secreto familiar.
No siempre los mensajes eran perfectos. Si el médium deletreaba sintgerge, se necesitaba bastante imaginación y mejor buena voluntad para decidir que el disléxico espíritu, o el inexperto médium, había querido decir Saint George. Y, aun así, era imposible averiguar, sin más información, si se refería al santo que mató al dragón, a la capilla del castillo de Windsor que dependía de la familia regia, o al hotel de ese nombre en Londres. Ese tipo de confusiones no eran desconocidas en el mundillo espiritista, donde casi nadie esperaba una ortografía perfecta en los mensajes.
Todavía se refinaron más los métodos de comunicarse con los espíritus cuando los médiums recurrieron a la más avanzada tecnología del momento. Así, Robert Hare publicó en 1856 un innovador libro, Investigaciones Experimentales de las Manifestaciones de los Espíritus, con una serie de diagramas de aparatos para comunicarse con los habitantes del Más Allá.
Aquella mezcolanza de espiritismo y tecnología no era extraña, pues el movimiento pretendía, en el fondo, abordar por métodos científicos, o al menos empíricos, toda una serie de asuntos antes reservados a las religiones. Ayudó mucho a ese intento que, en aquel tiempo, todos los países desarrollados estuviesen implantando el invento del americano Samuel Morse para trasmitir rápidamente señales mediante pulsos eléctricos en alambres. Se trataba de otro ejemplo del acelerado progreso científico e industrial en el que estaba inmersa la sociedad victoriana. De hecho, los espiritistas llegaron a emplear el telégrafo para un fin tan imprevisto como comunicarse con el Más Allá. Incluso los físicos que estudiaban las ondas electromagnéticas, como Crookes y Edison, trataron de construir aparatos que alcanzasen ese objetivo.
También el famoso novelista Arthur Conan Doyle, creador del detective Sherlock Holmes, relató sus experiencias espiritistas personales en Los vagabundeos de un espiritualista. Publicado en 1921, incluía algunas fotografías de supuestos espíritus. En efecto, ya muchos de los primeros fotógrafos habían intentado fijar imágenes de espíritus, no siempre trucadas.
No acabó ahí la cosa: bastante después llegaron las grabaciones magnetofónicas de las voces del Más Allá, psicofonías, en la jerga de los expertos. La más concisa de ellas consistió en registrar Adimensional en respuesta a la pregunta sobre de dónde venía la voz. Hoy, en la tercera década del siglo XXI, se siguen celebrando reuniones espiritistas en casi todos los países europeos, si bien con mucha menos frecuencia que a principios del siglo XX. La moda ha pasado; la práctica permanece.
JR Medina Precioso