CARTAGENA. Morir es dormir... y tal vez soñar. Para expresar la corrosiva duda de si perduraremos como espíritus conscientes tras los óbitos de nuestros cuerpos, el dramaturgo inglés William Shakespeare puso en la boca del ficticio príncipe Hamlet esas palabras. Un mes antes de su muerte, el propio William abordó en su testamento la duda que, por medio de Hamlet, él mismo había planteado. Fechándolo en marzo de 1616, con letra muy pequeña escribió: Confío mi alma a Dios mi creador, esperando y creyendo firmemente que, por los méritos de Jesucristo, seré admitido a participar en vida eterna.
Lo que en Hamlet era una duda, en su autor era una certeza. Creía en la vida póstuma y, de forma clara, la vinculaba al cristianismo. Aunque aquel asunto podría parecer zanjado con esa declaración, todavía quedaba por precisar qué entendían los cristianos por vida eterna. ¿Equivalía a la pervivencia sin hiatos cronológicos de nuestro espíritu, o se trataba de que Dios nos resucitaría al final de los tiempos? La respuesta a ese dilema dividió a los cristianos desde un principio, pero cualquiera de las dos opciones representaba una esperanza.
Nacido el bardo inglés en 1564, la revolución científica europea estaba en sus inicios cuando formuló su dilema. Desde Galileo hasta nuestros días las ciencias habían avanzado mucho y su duda ya había sido resuelta, señalaban los escépticos. Es más, los psicólogos habrían probado que nuestra propensión a creer en lo sobrenatural nace de la angustia que nos genera la consciencia de que hemos de morir. Sería, pues, una válvula de escape o mecanismo de compensación ante la evidencia de la brevedad de la vida. En el fondo, un trampantojo a desechar. ¿Es verdad, pues, que ya casi nadie se plantea esa esperanza? Negativo.
A pesar de la aparente hegemonía de los escépticos, la creencia en diversos seres espirituales, ya sean ángeles, ya espíritus de humanos fallecidos, sigue presente en nuestras sociedades desarrolladas. Obviando las admoniciones de los psiquiatras, bastantes personas han continuado creyendo en algo que va más allá de lo perceptible con los sentidos. Y algunas no se han recatado de exponerlo en público.
El 20 de agosto de 2023 la selección española ganó el campeonato mundial femenino de fútbol. El único gol de la final lo marcó la sevillana Olga Carmona. Su padre había fallecido el día anterior, pero no se lo dijeron hasta después del partido. Entonces la jugadora comentó: Sin saberlo tenía mi Estrella antes de que empezase el partido. Sé que me has dado fuerza para conseguir algo único. Sé que me has estado viendo esta noche y que te sientes orgulloso de mí. Descansa en paz, papá.
Según sus palabras, Olga no solo creía que el espíritu de su padre vio cómo marcaba el decisivo gol, sino también pensaba que de alguna manera la ayudó a conseguirlo. En resumen, se expresaba como una estricta espiritualista, una persona que considera que nuestro cuerpo está asociado a un espíritu inmortal. Sin embargo, Olga no había hecho ninguna referencia expresa al cristianismo.
Distinto era el caso de Visitación Martínez. Nacida en 1967, se licenció en Derecho y ejerció la abogacía antes de entrar en política como directora general de Patrimonio del gobierno regional murciano. En junio de 2011 fue elegida alcaldesa de su pueblo natal, San Pedro del Pinatar, puesto en el que se mantuvo durante doce años. En junio de 2023 fue nombrada presidenta de la Asamblea Regional de Murcia. Recordando que para entonces ya habían fallecido su padre y su madre, Visi declaró: Yo creo que mis padres están en el cielo. Estoy convencida de que tengo ángeles, y de que esos ángeles son mis padres; siento que me ayudan.
Esta vez la creencia espiritualista de Visi dejaba entrever una influencia cristiana. De hecho, su intuición de que los espíritus de sus progenitores se comportaban como ángeles se correspondía, quizás sin saberlo, con las enseñanzas del cristiano sueco Emanuel Swedenborg, a quien se le dio la facultad de visitar el mundo de los espíritus y comprobarlo.
A la vista de lo anterior, no es ninguna anacrónica locura enfatizar el aspecto espiritualista del cristianismo. Para zafarse del rampante materialismo filosófico, no es necesario refugiarse en el hinduismo o el budismo. Con cuidado, es factible relacionar el espiritualismo con el cristianismo y adaptarlo a las ciencias naturales. Es más, apantallar esa esperanza constituye una de las causas del declive patente del cristianismo europeo. Sin la expectativa de una vida póstuma, e incluso de la intrusión de lo sobrenatural en esta vida, esa religión deriva en un humanismo. Sumamente generoso y solidario, pero nada que muchos ateos no podrían ofrecer. La clave del cristianismo, ya lo dijeron el evangelista Marcos y el apóstol San Pablo, está en la resurrección del fundador, sin la cual vana seria la fe cristiana. Y, al igual que para William, Olga y Visi, la esperanza en una vida póstuma constituirá un gran consuelo para algunas de las familias de las victimas de los incendios de las discotecas murcianas.