MURCIA. En la antigüedad, los cristianos querían descansar eternamente cerca de la divinidad, por lo que se instauró la costumbre de realizar los enterramientos dentro de las iglesias o junto a ellas; cosa muy insalubre, puesto que daba lugar a numerosas epidemias. Esta situación comenzó a cambiar en el último tercio del siglo XVIII en España, bajo los reinados de Carlos III y Carlos IV, epoca en la que se promulgaron varias leyes que obligaban a construir los nuevos cementerios a las afueras de la ciudad o núcleos urbanos.
Torreagüera no iba a quedar al margen en este cambio como se va a relatar a través de estos hechos ocurridos a partir de 1789. La localidad en lo eclesiástico (patronato) dependía del marquesado de la Casta y Manfredi, siendo en aquella época Giovanni Battista Manfredi el marqués que lo gobernaría. En 1788, el marqués, residente en Cremona (Italia), visitaría sus posesiones en el Reino de Murcia y posiblemente asistiera al despacho de la real cédula de creación de la parroquia del Santísimo Cristo del Valle, que se realizó en la iglesia en ese año. El marquesado, junto con las aportaciones de los torreagüereños, sería el gran valedor para erigir la iglesia.
En 1789, los diputados-hermanos de la Cofradía de Ánimas del lugar de Torreagüera dirigen escrito al administrador del mayorazgo, Francisco Villa, para que transmitiese al señor marqués su propuesta de ubicación del nuevo cementerio. En el mismo, relatan la idoneidad de situarlo junto a la antigua ermita, ya que el costo de su construcción sería menor para el marqués y no habrían disputas ni discusiones; cosa que, según estos, sí podría ocurrir con la otra opción expuesta para que se instalase en el raiguero comúnmente llamado del Peluquero (actual barrio San Antonio).
En 1791, el marqués de la Casta y Manfredi cedió la vieja ermita con todas sus imágenes, entre ellas la del Stmo. Cristo del Valle, que irían a la iglesia, y terrenos para el cementerio del pueblo. Finalmente el nuevo cementerio se construyó en el raiguero del Peluquero, citado en 1849 en la descripción de lugares, pueblos y ciudades realizada por Pascual Madoz.
En 1869, entre los muros del cementerio se librarían los combates del llamado levantamiento del Miravete, durante los primeros días de octubre. Otro hecho muy sonado que tuvo lugar en el campo santo en 1898 sería la prohibición de enterrar los restos mortales del político Antonio Gálvez al relacionarlo con la masonería, muy perseguida en aquellas fechas por el obispo Tomás Bryan y Livermore.
En el año 1925, el Ayuntamiento de Murcia ordenó la clausura de los cementerios de Torreagüera y El Palmar por quedarse pequeños y no poder enterrar a más parroquianos, lo que podría ocasionar problemas de salubridad. Durante el tiempo que duró la clausura, los enterramientos de algunos torreagüereños se realizaron en Beniaján o el cementerio de Nuestro Padre Jesús de la capital. El doctor del pueblo, Manuel Escudero, lograría la suspensión de la clausura y una prórroga, ya que se habilitaron una decena de metros cuadrados extras en el campo santo para poder seguir inhumando a los fallecidos. El doctor Escudero firmó un documento avalando que se disponían de esos metros cuadrados y que no había ningún riesgo para la salud.
El Consistorio cedió unos terrenos para la construcción del nuevo cementerio en el año 1926 y en 1928 se realizaría el cerramiento del mismo con muros de mampostería, estando este incrustado en el medio natural, como podemos observarlo hoy día. Una vez cerrado el antiguo campo santo, se trasladarían al nuevo los restos mortales de muchos de sus moradores, entre otros, los del ilustre personaje mencionado anteriormente, Antonete Gálvez. El viejo cementerio, ya en desuso a partir del segundo tercio del siglo XX, se destinó incomprensiblemente a granja de animales. Afortunadamente, en la actualidad es un jardín, al que eso sí, le faltaría alguna placa o monolito que recuerde que ahí descansan los restos de muchos paisanos.
Los cuerpos sin vida de los moradores de Torreagüera, una vez realizado el funeral en la iglesia del Stmo. Cristo del Valle, eran trasladados a la plaza Jara Carrillo (antigua ubicación de la posada del Rulo), donde en riguroso orden de los parroquianos se trasladaba el pésame a la familia. De ahí partían hacia el lugar donde reposarían para siempre, trayecto abrupto, existiendo en el trascurso del recorrido unos apoyos de piedra similares a bancos donde se depositaba el ataúd para descanso de los portadores del mismo. Estos elementos de piedra se podían observar hasta fechas no muy lejanas; habiéndolos destruido o robado, como ocurrió con el último que se conservaba. Una vez llegados los restos mortales a su destino final, las almas de los torreagüereños, tanto en el antiguo como en el nuevo cementerio, han viajado desde la naturaleza al cielo.
Raúl Jiménez y Lorca es cronista de Torreagüera