DESDE MI ATALAYA / OPINIÓN

Lamento por el paisaje y el paisanaje murciano

30/07/2023 - 

MURCIA. Resulta evidente que lo más característico de Murcia es su paisaje huertano. Ni su Gran Vía (snif por los baños árabes sacrificados para abrirla en los años 60), ni sus bonitos parques y jardines similares a los de otras muchas ciudades, ni siquiera su Catedral e iglesias barrocas de belleza indudable… Cualquier murciano, incluso de las generaciones más jóvenes, se reconoce en el paisaje de la huerta. O mejor dicho, en su Murcia atravesada por el Segura y rodeada de huerta.

"todo lo que soy está aquí: mi casa, mis recuerdos, mi huerto, mis amigos"

Nuestro paisaje de la huerta es el fruto de las actividades de sus pobladores durante miles de años. Hoy sabemos que en la Edad de Bronce ya se cultivaban en la Región cereales y se pastoreaban ganados de cabras y ovejas. Que fenicios y cartagineses introdujeron numerosas especies vegetales como los granados, las palmeras datileras o los almendros. Que los romanos construyeron acueductos y norias para facilitar el abastecimiento de agua, y que los árabes desarrollaron un sistema de riego que llevaba el agua hasta el último rincón de la huerta mediante acequias y azarbes. Que los repobladores, tras la Reconquista, continuaron cultivando estas tierras y sus descendientes introdujeron variedades y cultivos traídos de América como el pimiento o el tomate, o ya en época moderna, que nuestros bisabuelos y abuelos inundaron nuestras huertas de naranjos y limoneros.

Pero, al mismo tiempo, esta tierra y su clima determinaron el carácter de sus gentes y la cultura tradicional de sus habitantes: una vestimenta propia de climas templados con inviernos suaves y veranos calurosos; unas casas construidas con materiales baratos y abundantes (barro y cañizo); una dieta ricas en frutas y verduras de sus huertas y campos; unas fiestas al ritmo de los cultivos y las tareas agrícolas, y en honor de sus santos protectores de los cultivos o de sus vírgenes que sacaban en rogativa para pedir lluvias.

Hombre y paisaje, paisaje y paisanaje, son interdependientes, se necesitan mutuamente para ser y mantenerse como son, para su estabilidad, incluso para su supervivencia.

Son muchos los estudios científicos que se están realizando en los últimos años en relación a esta necesidad del hombre de relacionarse con lo natural, plantas y animales. Y los resultados apuntan a que las personas que conviven con la naturaleza, que salen al campo o al monte, que gozan de parques y jardines cercanos a sus domicilios, que tienen el privilegio de cuidar un huerto o un jardín, que cuidan animales domésticos, o que  habitan en ciudades con más árboles, gozan de mayor bienestar psíquico y físico.

No puedo estar más de acuerdo con Miguel Delibes cuando dice que "la destrucción de la Naturaleza no es solamente física, sino destrucción de su significado para el hombre, una verdadera amputación espiritual y vital de éste. Al hombre, ciertamente, se le arrebata la pureza del aire y del agua, pero también se le amputa el lenguaje, el paisaje en el que transcurre su vida, llena de referencias personales y de su comunidad, y es convertido en un paisaje impersonal e insignificante".

Recuerdo hace unos años, cuando el boom del ladrillo, volviendo a casa del trabajo, escuché en la radio del coche la contestación que le dio un viejo huertano que vivía en Santiago y Zaraiche a una jovial periodista que, con motivo de un programa acerca de las nuevas áreas de expansión de la ciudad le preguntaba: ¿Imagino que estará usted muy contento porque le ofrecen más de 40 millones de pesetas por una tahúlla y su vieja casa?" A lo que el anciano contestó: ¿Cómo voy a estar contento? Me compran la tierra y la casa, y me la pagan mejor que nunca hubiese soñado, es cierto. Pero ¿qué va a ser de mí después?, ¿qué pinto yo metido en un piso en Murcia o en una residencia de ancianos? No, hija, no estoy contento, sino muy triste; todo lo que soy está aquí: mi casa, mis recuerdos, mi huerto, mis amigos. Lejos de aquí no soy nada.


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