Godall Edicions ha publicado en catalán y español el último libro de la artista rusa, residente primero en Bélgica y luego en Alemania desde el inicio de la guerra de Ucrania
MURCIA. En los últimos tiempos todo lo que conocemos sobre ese territorio impreciso e inexacto al que nos referimos como Este, que es el oeste de otros, y el hogar para muchos, está manchado con la sangre y la destrucción de lo bélico. Lleva siendo así desde hace demasiado, con pocos felices años intermedios: Ucrania se desangra, la muerte lleva instalada en el Dombás desde dos mil catorce, y aunque haya quien lo haya olvidado, en los años noventa y durante una década la guerra devoró los Balcanes. Hoy día, las relaciones de Serbia y Kosovo no se han normalizado, al contrario: parece que se están tensando. Hace poco, en dos mil veinte, Azerbaiyán atacó Armenia, iniciándose la segunda guerra de Nagorno Karabaj, que concluyó con una importante pérdida de territorio para la población armenia. En "Occidente", el Oeste, nos hemos dado cuenta de lo cerca que estamos del Este cuando la sangre ucraniana nos ha salpicado, emborronando nuestras previsiones económicas.
Pese a todo, al otro lado de los escombros y el dolor hay culturas, historias y márgenes que luchan por sobrevivir no solo a las balas y a las bombas, sino también a los discursos hegemónicos y a las fantasías de la verdad oficial. Estas culturas y estas historias merecen ser protegidas y conservadas. Son el testimonio posible de que otra realidad es posible, de que no todo tiene que ser como es ahora, de que cuando acaben las guerras debe quedar gente de la que no las quería. De lo contrario, no hay futuro. Para nadie. En este tiempo en que suenan de nuevo amenazas catastróficas y en que la retórica del desastre parece ganar la partida, es más importante que nunca mostrar lo que también somos. Contar que además de armas siguen existiendo pinceles resistentes, teclados de los que nacen relatos que generan esperanza. En el Museo Thyssen se exponen obras de las vanguardias ucranianas en una exposición que salió de allí no sin grandes riesgos. Las editoriales continúan trabajando para publicar lo que se quiere y lo que no se quiere leer. No es sencillo. Pero es necesario.
Victoria Lomasko estudió en la Universidad de Artes Gráficas de Moscú, sede fundacional de la escuela soviética de ilustración de libros. Cuenta que terminó de escribir y de dibujar La última artista soviética tres semanas antes de que estallara la guerra. El cinco de marzo hizo la maleta y marchó a Francia, que le había concedido un visado. Con la ayuda de la compañía cinematográfica belga Clin d’Oeil Films, que grababa un documental sobre Lomasko para la serie Draw for Change!, llegó a Bruselas, donde encontró su primer alojamiento. Más tarde, gracias a obtener una beca del Jean-Jacques Rousseau Fellowship Program, se mudó a Alemania, donde reside ahora. El que hoy nos atañe es el segundo de los libros que le ha publicado la editorial catalana Godall Edicions. El primero fue Other Russias, Otras Rusias, que fue elegido por The Guardian en 2021 como uno de los cinco libros indispensables para entender la Rusia contemporánea.
En La última artista soviética, que se puede encontrar también en catalán y en español (con traducción en este caso de Ernesto Hernández Busto), la autora narra e ilustra sus experiencias en diferentes países y regiones del espacio postsoviético: el libro comienza con su viaje a Biskek y su encuentro con un colectivo feminista de jóvenes kirguises de entre trece y catorce años que luchan por cambiar la tradición que les impide realizar concursos de manasca, la narración de la epopeya kirguís Manás, una competición literaria de la que se encuentran excluidas. Con ellas también habló del rapto de las novias, el ala kachuu, una tradición que es pura cultura de la violación y que todavía no ha desaparecido del todo, pese a que desde hace una década puede conllevar penas de diez años de cárcel gracias a una ley aprobada gracias al activismo. En Biskek Lomasko visitó también el que probablemente sea el único local LGBT del país, con todo lo que eso supone en un país en que no existe oficialmente comunidad LGBT: la homosexualidad, por ejemplo, solo está permitida para los rusos, pero no para los kirguises.
El viaje ilustrado de la autora continua un año después en Ereván, donde conoce de primera mano el estado de las relaciones entre Armenia y Turquía, el enemigo número uno de la nación desde el Genocidio Armenio: pese a la desconfianza generalizada —cuando no odio— hacia lo turco, descubre una juventud de izquierdas que presta atención a los procesos sociales y a la izquierda que tratan de hacer frente a Erdogan. No obstante, el viaje fue en dos mil quince, antes de la segunda edición de la guerra con Azerbaiyán, estado hermano de Turquía, al que vincula su historia y etnicidad, y el lema dos estados, una nación. Probablemente ese acercamiento a la normalización de las relaciones se haya truncado abruptamente. Con sus dibujos Lomasko ilustra también qué supone ser mujer en Armenia, así como lo que significa la natalidad para una nación que cuenta con la mayor parte de su población en la diáspora.
La siguiente parada del libro nos lleva hasta Daguestán, donde conviven más de treinta nacionalidades. Allí da una clase en una escuela y habla sobre las dificultades para estudiar arte en una cultura, la musulmana, que prohíbe la representación de la imagen humana, ni qué decir del desnudo. Incluso con tantos obstáculos el arte se abre camino, los modelos trabajan a puerta cerrada, y determinados ejercicios se destruyen una vez realizados, o cabe imaginar que sobreviven fugándose del aula para sobrevivir un día más. A Daguestán le siguen Tiflis, Ingusetia, Minsk u Osh, una pequeña ciudad en la frontera con Uzbekistán que también ha conocido el odio étnico y el conflicto, pero en la que se dan talleres para crear plantillas feministas con las que pintar mensajes que poco a poco calan y hacen mella en esas tradiciones que no son más que injusticias. En la última parte del libro Lomasko vuelve a casa —literariamente— y gira la mirada hacia ella misma, esa artista a la que hace referencia el título y que ahora dice haberse transformado en otra persona, en otra artista diferente: en otra mirada.
Dramaturgo, poeta y, por encima de todo, icono. Hoy, 18 de agosto, se cumplen 85 años de la muerte de Federico García Lorca. Parte de su inmortal legado lo ha recogido ahora la murciana Ilu Ros en Federico (Lumen, 2021), una obra ilustrada que nace desde la más profunda admiración. Y es que Federico, defiende Ros, "solo hay uno"