MURCIA. Sepan quienes tengan por piadosa costumbre la abstinencia de carne los viernes de Cuaresma (aunque en realidad la norma se extiende a todos los del año) que mañana podrán eludir el cumplimiento de esta disciplina espiritual por coincidir con la solemnidad de la Encarnación, que se tiene por preponderante sobre la restricción penitencial.
Pero, hecha esta advertencia, no es mi propósito ilustrar al lector sobre estas prácticas o sobre su alcance, sino sobre el consumo de carne en Murcia, previo paso de los animales por el Matadero municipal y por la Carnicería.
Estuvo el primero asentado en dos emplazamientos del barrio del Carmen desde mediados del siglo XVIII hasta el año 1976, cuando se instaló en Mercamurcia, y la segunda, como ya se explicó en estos ayeres, en el centro de lo que es hoy plaza de las Flores, que por entonces se llamaba, como es natural, de la Carnicería.
Si el lector paciente y con vista de lince se detiene ante la vieja portada descubrirá, entre otros datos inscritos en las vetustas piedras, la fecha de edificación del acceso al establecimiento: 1742, inmueble que se situaba al fondo en la calle denominada del Matadero Viejo, primera a la derecha bajando el Puente Viejo o de los Peligros hacia el barrio carmelitano.
"La sentencia de muerte del viejo Matadero (valga la redundancia) la comenzó a dictar Manuel Martínez Espinosa en 1888"
El autor fue, nada menos, Jaime Bort, el arquitecto, ingeniero y escultor castellonense que dirigió las obras de la magnífica fachada barroca de nuestra Catedral. Está muy emparentada una construcción con la otra, y no sólo por ser del mismo autor, sino porque el Cabildo Catedral acusó al arquitecto de reiterar faltas y dilatar ausencias en la edificación del gran imafronte catedralicio "llevando a cabo obras extrañas, tanto en Murcia como fuera de ella", según el trabajo publicado por Antonio Martínez Ripoll en la revista Murgetana allá por el año 1975. Y una de esas obras entrometidas sería, precisamente, la que nos ocupa.
Explicaba en aquella investigación que fue un edificio de planta irregular, de una anchura máxima de 36'75 varas por una profundidad máxima de 60,80 varas, con un pequeño número de ventanas que ayudaran a la mejor aireación e iluminación de los espacios interiores. Contaba, entre otras dependencias, con una doble arcada formada por siete arcos de medio punto apoyados en gruesos pilares a los que, por medio de grandes ganchos de canalón o por ménsulas, se sujetaban las gruesas barras para el desuello de los animales, y a cuyos pies corría un canal de agua que iba a morir al río.
En cuanto a la portada, lo único que se conserva, se describe como por Martínez Ripoll como "barroca, muy en la línea del diseño arquitectónico clasicista de principios de la centuria decimosexta en Murcia (...) Está formada por una gran puerta de arco de medio punto coronada por un friso corrido, sobre el que se dispone un frontón partido entre cuyos lados ascendentes, y por remate de la obra, se encuentra un pequeño pabellón que, guarnecido en sus extremos por machones avolutados muy sencillos, y coronado por un frontón curvo, ostentan en su campo el escudo de la ciudad de Murcia, rodeado por una frondosa guirnalda".
La sentencia de muerte del viejo Matadero (valga la redundancia) la comenzó a dictar Manuel Martínez Espinosa en un trabajo premiado en 1888 en un certamen científico-literario del Diario de Murcia: "La higiene considera estos establecimientos como insalubres a consecuencia de las emanaciones producidas por la descomposición de los restos y despojos de los animales sacrificados (…). El de Murcia es a todas luces insuficiente: ni su capacidad, ni su construcción, ni su distribución, corresponden a lo que debiera ser. Además, es muy antiguo y está saturado verdaderamente de sustancia orgánica cuyo pestilente olor denuncia á bastante distancia lo defectuoso de su construcción".
Pocos años después, en 1896, siendo alcalde el futuro ministro (y padre del inventor del autogiro) Juan de la Cierva, y vistas las condiciones de tan céntrico como insalubre establecimiento, adquirió el Ayuntamiento siete tahúllas de tierra en el arranque de la carretera de Alcantarilla, por importe de 9.625 pesetas, para construir un nuevo Matadero municipal, que muchos murcianos aún vivos han conocido.
El arquitecto Pedro Cerdán viajó por cuenta del Consistorio a Barcelona y Zaragoza para tomar nota de los allí existentes y presentó un proyecto cuyas obras salieron a subasta por dos veces, quedando desierta en ambas ocasiones. Esa circunstancia dio lugar a un extenso paréntesis que se dilató hasta el año 1906, cuando siendo primer edil Jerónimo Ruiz Hidalgo (el del parque del mismo nombre en el soto del río), se volvió sobre el asunto y se adjudicaron los trabajos, en el verano de 1907, por un precio de 160.000 pesetas.
El nuevo inmueble, inaugurado en el mayo del año 1909, contaba con 6.200 metros cuadrados. Escribía en tal ocasión Martínez Tornel en El Liberal: "El edilicio ha resultado completo: bien situado, vistoso y visible, amplio, con distribución discreta de dependencias, con gran ventilación, con materiales de primera, con agua abundante, con todo lo necesario, en fin. En ese edificio, donde no habrá el olor típico del rastro mondonguero, se impone la escrupulosidad en todos los servicios, como ya lo ha recomendado el alcalde a todos los dependientes. No ha hecho la ciudad un tan gran servicio para no recoger sus beneficios, y en cosa que tanto afecta a la salud".
Pero el paso del tiempo y el crecimiento de la población y de las exigencias sanitarias convirtió en seis décadas en insuficientes y manifiestamente mejorables las entonces flamantes instalaciones, que fueron clausuradas para dar paso, como queda dicho al principio, a las de Mercamurcia, que caminan ya hacia el medio siglo de existencia.
Cayó la piqueta de inmediato sobre el inmueble de la carretera de Alcantarilla, pero se mantuvieron en pie dos pabellones, que fueron cedidos a la cátedra universitaria de Teatro, y fue de allí de donde tomó el nombre el grupo teatral llamado 'Teatro del Matadero', que carga ya con más de 40 años de escena a sus espaldas, a pesar de que mucho antes de que venciera la cesión por 12 años de las históricas instalaciones, en 1982, se ordenó su derribo para trazar la rotonda que ordena el tráfico que desciende de la autovía para acceder al barrio del Carmen por el Rollo, sin dejar piedra sobre piedra. Del anterior, al menos, nos quedó la portada.