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SILLÓN OREJERO

Estrella Negra: la influencia de Alien y Star Wars en el cómic de ciencia ficción en castellano 

Publicado en la revista 1984, este cómic de Juan Giménez, era un híbrido entre las películas de George Lucas y la de Ridley Scott. Además, tuvo el acierto de imaginar el Cerebro Electrónico, un ordenador que manejaba big data y daba porcentajes de probabilidades para lo que el preguntaras. Un antecesor de la IA

23/10/2023 - 

MURCIA. Nacer a finales de los setenta no fue fácil. Nos quedamos enganchados a un mundo antiguo que no llegamos a disfrutar plenamente y la llegada de los nuevos entretenimientos de los 90, tipo Dragon Ball o las videoconsolas, nos pillaron escépticos ante la novedad. Este fenómeno, que yo lo noto hasta en los gustos musicales, en los cómics se manifestó en términos crudos. De niño, me había pillado la explosión de la ciencia ficción, tanto en el cine como en los tebeos, pero cuando fui un niño-adulto, la moda estaba en declive. Revistas como Zona 84 habían desaparecido del mapa y las supervivientes, tipo CIMOC, se inclinaban más a la fantasía. Al final, con la dependencia económica de tener que sacar mujeres semidesnudas en la portada, poca ciencia ficción veías. 

Por eso, mi vida temprana como lector ya era un deambular por el Rastro y la Cuesta Moyano buscando vestigios de un pasado mejor. Las revistas de ciencia ficción de Toutain, solo por las portadas, ya merecían la pena. Esos dibujos nos parecían la mayor expresión artística imaginable. Es muy triste nacer nostálgico, pero es lo que había. 

Ahora, cuando he podido recuperar todas estas revistas de antaño, las colecciones enteras, me doy cuenta de que, generalmente, la ciencia ficción tenía guiones muy mediocres. Los sucesos que se narraban tenían una evolución y unos desenlaces muy aleatorios. Parece que bastaba con partir de una premisa atractiva y tener un buen dibujo para que ya estuviera el pack completo, cuando el guión al final es la savia de este árbol. 

Un caso paradigmático de ciencia ficción con un dibujo alucinante y guiones, en mi opinión, vulgares son los tan celebrados trabajos de Jodorowski. Siempre con dibujantes extraordinarios, siempre con guiones perezosos donde dosificar la emoción, mantener el interés, establecer incógnitas o desarrollar a los personajes no estaba entre sus objetivos. Iban ocurrencia tras ocurrencia viviendo de que cada dibujo de esos maestros ya valía un potosí. Sin embargo, no estábamos viendo portadas de discos, sino tebeos, que requerían una historia. Prueba de ello es que Los metabarones, ahora que cuenta con otros guionistas, es una serie espectacular. En Yelmo la tienen. 

El gran dibujante de Los metabarones fue Juan Giménez. Echando la vista atrás a otros de sus trabajos me he encontrado con la serie La estrella negra que apareció en la revista 1984 en junio de 1983. Un año antes, en 1982, desaparecía la revista La Calle, un semanario de izquierda donde leí críticas al auge de la ciencia ficción. Tachaban el género de escapismo. Era demasiado lúdico como para enriquecer al ser humano. La incursión de las superproducciones estadounidenses había primado la diversión y el entretenimiento por encima de los postulados filosóficos de películas como 2001 o Solaris y estos periodistas y críticos, con toda su buena intención, no lo computaban. 

Yo creo que si te lo pasas bien viendo algo, malo no puede ser. El éxito de la saga de La Guerra de las Galaxias y Alien bien lo demostró. Su impacto fue tal que, mientras duró, las revistas de cómics, cuando se vendían como churros, dedicaban mucho espacio al género cuando no estaban totalmente especializadas en él. 

La estrella negra es el ejemplo paradigmático. Con un guión del prolífico Ricardo Barreiro, la historia nos situaba en un escenario parecido al planteamiento inicial de La Guerra de las Galaxias. En el planeta Escoria, un extraño personaje tapado con una capucha, como un fraile, busca al elegido, alguien capaz de sobrevivir a una misión peligrosa. Así encuentra a Speed, un delincuente, que tendrá que formar un equipo para realizar el encargo y encontrar a un androide y un piloto espacial. 

Al robot lo encuentra en una taberna llena de mercenarios y criminales, como a Han Solo. Luego con el piloto introducen el elemento femenino de Leia o Ripley. El titular no puede ir, pero envía a su hija. Se produce un debate feminista entre la expedición, que lo zanja el contratista diciendo: “no soy machista, para mí una mujer vale lo mismo que un hombre si conoce su propio trabajo". Cuando luego ven la nave en la que van a ir, hay ecos del Halcón Milenario. Van en un astromercante, que a todos les parece una chatarra, pero resulta que es un crucero de combate camuflado. Cuando se enfrenten a los Akaj, unos monjes guerreros, la mujer dará buena cuenta de sus capacidades. 

Tienen que acudir a un planeta en el que han naufragado cientos de naves por un extraño fenómeno meteorológico galáctico. Cuando se bajan de la nave con sus armas tenemos los escenarios de Alien al cien por cien. La saga que inició Ridley Scott destacaba por la claustrofobia de la nave mercante, en cuyos pasillos se desarrollaba una inolvidable trama de suspense, pero la acción en exteriores era igualmente fascinante. Atmósferas opresivas de gases tóxicos, naves abandonadas y misterios que luego se descubriría en qué consistían. En este cómic, esos exteriores están calcados. La expedición, en sus escafandras, se adentra en un cementerio de naves y ocurre lo mismo, solo que en este caso la sorpresa es que las antiguas tripulaciones ahora son zombis. 

Como curiosidad, al inicio de la historia, Speed se mueve en una motocicleta. Huye de la policía del Planeta Escoria porque la ha robado en la puerta de una discoteca. Pues bien, la moto en el cómic es un modelo Tiphon. Diez años después, en 1993, aparecería la Piaggo Typhoon que estaba en las puertas de todas las discotecas y generó no pocos conflictos entre bandas juveniles. 

Otro detalle interesante es una anticipación de la Inteligencia Artificial. Se llama el Cerebro Electrónico y, cuando el hombre que lanza la misión tiene que buscar un colaborador, con los datos que maneja esa computadora puede extraer unos porcentajes de probabilidad de supervivencia. 

La ciencia ficción de aquellos años replicaba los efectismos del cine, pero también se permitía aventurarse en el futuro con ideas propias que nos hacían soñar. Por eso todo aquello se convirtió en una obsesión. 

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