EL GATO EN LA TALEGA / OPINIÓN

El vagón de las luciérnagas

16/11/2021 - 

MURCIA. Domingo por la tarde en la Estación de tren Balsicas-Mar Menor. Padres y madres acompañan a sus hijos mientras esperan que partan hacia el lugar donde realizan sus estudios. Y digo padres y madres porque es lo que vi, ya que iba solo uno de los progenitores y nombro claramente a un hombre o a una mujer. Esta explicación sería innecesaria si la memez no hubiese llegado al lenguaje por uno y otro lado y, dado que no hay interés por mi parte de entrar en la RAE y muchísimo menos, de politizarla, aquí la dejo caer gracias al circo mediático de la política regional que tenemos servido. Hablando de esto último, no se imaginan el placer y la sonrisa que me nace cada vez que leo el letrero de mi estación: "Balsicas-Mar Menor", una vez que hemos perdido aquel otro del aeropuerto de la Región de Murcia en el que el nombre del pequeño mar aparecía luminoso y acogedor a su lado. La tristeza y cierta rebeldía que me produce leer a diario en carteles indicadores el nombre que por hoy alberga nuestro aeropuerto, a la espera de que el gigante Amazon lo ilumine al tiempo que revisan la historia de este país creyendo que así avanzan hacia el futuro, no se disipa con el tiempo. Quizá con ello esperan, mientras intentan pitufizar el Mar Menor con un vertido de pintura impermeable que se diluye en cuatro gotas justificado de forma tan burda como irresponsable ha sido su ejecución y supervisión, que el Mar Menor pase al olvido. 

"Aprovecho para escribir a mano mientras algunos chavales me miran raro y sacan sus tablets o portátiles: presencian un anacronismo"

Volviendo al relato, los vagones van llenándose desde Cartagena con más chicas que chicos, pero todos ellos con una energía positiva de comerse el mundo. Poco equipaje, muchas mochilas, imprescindibles móviles en mano, incluso durante los abrazos de despedida temporal. Omnipresentes camisetas, sudaderas y vaqueros. Botas o zapatillas deportivas en el calzado y, propio de esta era, mascarillas. El servicio de atención a la diversidad de Renfe asiste en el andén de otra estación a un chico con discapacidad visual como antes me asistieron a mí. Es un servicio que da tranquilidad y autonomía a la hora de viajar en solitario e incluso permite a los que se encuentran en las primeras etapas de esta lucha, sentir la libertad al fin. 

Me encanta viajar en tren, a pesar de que se incrementa la duración del trayecto entre paradas y rutas, por lo mucho que tiene de enseñanza y observación costumbrista. Aprovecho para escribir a mano, mientras algunos chavales me miran raro y sacan sus tablets o portátiles. Siento que presencian un anacronismo que, a la vez, tiene cierto encanto. Para estar entre dos mundos, dado que es un viaje de trabajo y porque mi mochila relacional está tan llena como mi agenda, tengo el móvil cerca. Conforme cae la noche perdemos el paisaje y se encienden las luces del interior. Demasiado estridentes para mi gusto y creatividad. Con ellas, me viene a la cabeza un documental sobre las luciérnagas.

Resulta que las estamos perdiendo. En España a causa del abandono de los huertos y la urbanización que aniquila sus hábitats, entre otros motivos. De entre todos ellos destaca la contaminación lumínica como impacto que afecta a su bioluminiscencia, cualidad que precisan para encontrar y atraer a sus parejas, es decir, para reproducirse. Así que este tipo de contaminación arruina por completo sus rituales de apareamiento y, por tanto, su supervivencia. La bioluminiscencia de estos seres vivos ha enseñado a la especie humana a generar sistemas de iluminación más eficaces en ciudades, y tiene lecciones imprescindibles en la generación de luz y para la detección de resultados en ingeniería genética, biotecnología, microbiología y medicina. Por no hablar de la maravillosa sensación para los sentidos cuando presenciamos en un espacio natural esas lucecitas mágicas que nos transportan al mundo de los sueños.

Y entrando en este mundo que todos llevamos dentro, es cierto que si fuese luciérnaga huiría de las estridentes luces de techo del vagón de tren buscando un lugar en el que cada ser vivo sería capaz de generar y comunicarse con su propia luz.

Celia Martínez Mora

Investigadora

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