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'El mochilero del hacha', un documental para odiar la cultura mediática de Estados Unidos

29/10/2023 - 

MURCIA. Antes de morir, Manuel ReyesPozí” estaba prácticamente en la indigencia tras haber denunciado a su representante quien, presuntamente, se habría quedado con su dinero. Había aparecido en los programas de Jesús Quintero y en Crónicas Marcianas, también en una película, Los Frikis buscan incordiar. Diferentes empresas y profesionales se lucraron con su exposición reiterada al público. Si la risa era con él o de él queda para el juicio de cada uno, pero ahora desde la distancia aquellos años de televisión no parecen muy edificantes. 

El mochilero del hacha, un documental disponible en Netflix, reúne lo peor de los dos mundos. El de los grandes medios y el de la viralidad de Internet y las redes sociales. La película es breve y está inflada y estirada como un chicle, pero es muy interesante y reveladora como fenómeno. Para empezar, muestra la cara más prepotente del negocio audiovisual. 

El mochilero es Caleb ‘Kai’ Lawrence McGilivary y no es mochilero, es una persona sin hogar. Haciendo autoestop subió a un vehículo, cuyo conductor enloqueció y atacó a una mujer que se cruzó. En ese momento, Kai, con un hacha, golpeando al hombre en la cabeza, la liberó. Cuando llegaron los medios de comunicación, un reportero le entrevistó y, alcachofa mediante, Kai se puso a explicar lo que había hecho de forma histriónica, dijo que todo el mundo merecía amor, incluida esa señora, y que cuando vio que la agredían, soltó una frase curiosa: “aplasta, aplasta, machaca”. 

Los reporteros cumplieron con su parte y, ya en casa, uno de ellos subió las imágenes a una cuenta de YouTube que empleaba como contenedor de su trabajo, sin más intención que esa. En cuestión de horas, ese vídeo se había vuelto viral. Tenía millones de visualizaciones. La frase se hizo popular. Por lo que fuera, a los usuarios los mató de risa. Acto seguido, los mismos reporteros se pusieron a buscar al chaval desesperadamente para hacer más vídeos. 

Lo lograron y le grabaron en su salsa, tocando la guitarra, diciendo incoherencias y sonriendo mucho. El papel de comparsa del reportero y su risa falsa saca todo ese espíritu de Cárdenas que hoy resulta tan desagradable. Y eso no hace más que empeorar. Primero lo recogen para llevárselo al programa de Jimmy Kimmel, donde protagoniza un sketch en el que recrean su experiencia como autoestopista. En Hollywood, lo estaba custodiando una mujer que trabajaba en la producción de las Kardashians y acabó llevándoselo a pasar la noche en su casa después de que les echaran del hotel. Se había abalanzado sobre el mueble-bar nada más entrar en la habitación, había vaciado una botella de Jack Daniels y se había puesto a montar en monopatín por el restaurante. Además, antes de entrar, se había meado en la estrella de Julio Iglesias del Paseo de la fama. 

Tanto en ella como en el encargado de invitados de Kimmel, su forma de hablar sobreactuada y su prepotencia son detestables. Lo más gracioso es que no les da vergüenza comportarse así cuando lo que están contando es un resumen de A Face in the crowd, película de Elia Kazan de 1957 con idéntico argumento. Dice la sinopsis:  “Una cadena de televisión convierte en estrella televisiva a un vagabundo. La sorprendente reacción del público hacia el personaje cambiará su vida por completo, convirtiéndolo en una víctima de los medios de comunicación”. 

Este documental es tres cuartos de lo mismo, solo que en la película de Kazan el vagabundo, que había sido detenido por estar borracho, triunfa con la canción, se endiosa y acaba mal. Aquí, también intentan que Kai triunfe con la canción, le programan actuaciones y le buscan un grupo de música que le dé acompañamiento, pero no logran hacer que despegue. Eso sí, intentando que se convierta en músico se dan cuenta de cómo se pone y de que habla de drogas que los otros ni han oído hablar de ellas.

Resulta que la policía también andaba detrás de Kai y, lo que se va poniendo de manifiesto, es que no era el héroe que los reporteros habían mostrado en ese vídeo viral. El periodista no se había hecho ninguna pregunta, pero la policía sí y había encontrado indicios de que Kai podría haber drogado al conductor que le había recogido haciendo que este perdiera la conciencia y enloqueciera transitoriamente, tanto como para agredir a una mujer que pasaba por ahí. No obstante, no fueron los únicos que hilaron, hubo más. En otra comisaría de policía la descripción de Kai les encajaba con la del posible autor de un asesinato. Les dejo que descubran el final ustedes mismos. 

Lo que pone de manifiesto esta hora y media de documental es la falta de límites de los medios para obtener beneficios. Los productores hablan con la prepotencia del dinero, se cuestionan riéndose cómo podía Kai ir a su bola, cuando ellos le estaban ofreciendo conocer a las Kardashians. Hasta Justin Bieber intentó grabar una canción con él. Esas risotadas incrédulas son porque Kai, desde el momento en que se había hecho viral, había cientos de memes con él de protagonista y había sido bendecido por Kimmel, se podía haber forrado administrando sus apariciones. Sin embargo, no mostraba esa disposición y se comportaba de forma errática. Efectivamente, era un niño con una infancia difícil, problemas mentales y que vivía en la calle. Necesitaba algo más importante que la posibilidad de forrarse. 

Estados Unidos tiene aspectos positivos. Como muestra, aquí estamos día sí, día también, comentando sus productos culturales. Ahora, también es un país tan sumamente sometido al poder del dinero -su sistema sanitario lo refleja perfectamente- en el que tanto eres, tanto vales, y en el que toda voluntad tiene un precio y a esa transacción la llamaremos libertad, que cuando les ves en crudo hablar en estos términos hieden. 

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Por  - 

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