CARTAGENA. Dice un amable lector que el Aparecido omitió mencionar el legado de Allan Kardec en el Pasico anterior, que versó sobre el espiritismo en España. En su opinión, el legado de Kardec constituyó el hilo de Ariadna que sirve para guiarnos en el laberinto de la introducción del moderno espiritismo en nuestro país. La realidad que es que el impacto de Kardec no se limitó a España, sino que tuvo una amplia repercusión internacional, aunque, si el Aparecido quiere ser sincero, más de tipo propagandístico que profundo.
De hecho, el movimiento espiritista europeo alcanzó su cima en 1857, cuando un maestro francés, Hyppolite Lèon Denizard Rivail, publicó El libro de los espíritus bajo el pseudónimo de Allan Kardec. Adoptó ese nombre porque, según decía, así se llamaba cuando, muchos siglos antes, vivió como un druida, es decir una especie de sacerdote céltico de la Edad de Hierro. Poco sabemos con certeza de los druidas porque desaparecieron, o se pasaron a una clandestinidad todavía vigente, cuando los romanos invadieron sus territorio, Francia, el norte de España, ciertas zonas de Inglaterra e Irlanda, principalmente.
"los humanos estamos condenados a mezclar errores con aciertos en nuestra persecución de la verdad"
Se cree que se formaban en las cuevas de los bosques, donde los principiantes tenían que aprenderse de memoria unas largas series de versos que vehiculaban su doctrina. Dotados de ciertas dotes de adivinación, conocían las cualidades tóxicas, salutíferas y psicodélicas de los vegetales de los bosques en los que vivían. Disfrutaban de gran prestigio en la sociedad céltica, en la que ocupaban un alto rango. Entre sus creencias más acendradas estaba la de la reencarnación o metempsicosis, de origen pitagórico, según la cual nuestro espíritu se disociaría del cuerpo en el momento de la muerte somática y podría incorporarse, pasado cierto tiempo, a algún embrión humano en desarrollo, emergiendo así a nueva vida terrenal. Precisamente, Rivail pretendía ser la reencarnación de un druida, cuyo nombre, hasta donde el Aparecido sabe, nunca llegó a facilitar. No puedo asegurar esa información porque solo he leído dos de los cinco libros de espiritismo que Kardec escribió. Lo que sí conocemos con certeza es el nombre del espíritu que le informó de su origen druídico: se trataba de Truth, un ser del Más Allá bastante parco en sus comunicaciones. Le recomendó que adoptase el nombre de Allan Kardec y poco más.
También conocemos el nombre del espíritu que le trasmitió el mandato de convertirse en el portavoz de los finados. Invocado por la médium Madame de Plainemaison, durante una sesión se hizo presente, en presencia de varios testigos, un espíritu llamado Zephyr, que le encargó la citada misión. Y la cumplió muy satisfactoriamente, pues gracias a sus libros el espiritismo adquirió una inmensa popularidad a finales del siglo XIX.
No era Kardec ningún charlatán sin formación. Nacido en Lyon en 1804 y educado como católico, se graduó en Ciencias y se doctoró en Medicina. Además de su lengua natal, el francés, aprendió alemán, inglés, italiano y español. Su evolución lo llevó a interesarse por las doctrinas protestantes, aunque finalmente desembocó en el espiritismo, siendo opinión común que logró codificarlo. Cabe decir que, merced a su notable inteligencia y notable erudición, Kardec convirtió un conjunto inconexo de prácticas y teorías en un sistema bastante coherente sobre el mundo de los espíritus. Su obra en ese aspecto fue la más notable entre las posteriores a la del sueco Emanuel Swedenborg, que merece varios Pasicos por sí solo.
Sabiendo todo eso, el primer asalto del Aparecido a El Libro de los Espíritus de Kardec se saldó con una abrumadora perplejidad. Dicho libro consta esencialmente de dos partes, una primera dedicada a exponer la realidad ordinaria en la que vivimos los humanos y una segunda parte enfocada más directamente al mundo de los espíritus y los mensajes que se han dignado trasmitirnos. Cualquier persona medianamente informada comprobará fácilmente, como hizo el Aparecido en su momento, que la interpretación de la Naturaleza que hizo el druida Kardec no sólo no contenía ninguna novedad respecto de la ciencia de su tiempo, sino que estaba plagada de errores. La versión que dio de la electricidad y de la atracción gravitatoria eran falsas incluso desde la perspectiva de su época. Eso resulta incompresible en un autor que había recibido suficiente información para evitar cometer esos errores. Hasta el momento, el Aparecido no encontrado ningún espíritu, encarnado o desencarnado, que le explique satisfactoriamente el origen de esa incongruencia entre el currículum académico del druida y lo que escribió sobre la Naturaleza en su primer libro.
La segunda parte del libro contiene respuestas a aproximadamente un millar de preguntas sobre el mundo de los espíritus. Muy didáctico, lo estructuró siguiendo el modelo de los catecismos católicos antiguos, en los que aparecen una serie de preguntas cortas seguidas de respuestas ceñidas al tema. El Aparecido, que conoce bien el espiritismo desde niño, puede asegurar que la mayor parte de esas respuestas, aunque no todas, son bastante acertadas.
Eso no hace sino acrecentar el enigma de la gran diferencia de calidad entre la parte dedicada a las ciencias naturales y la parte dedicada a los espíritus. Los críticos han señalado que esa segunda parte gozaba de la gran ventaja de que no podía ser contrastada por métodos científicos, de modo que era imposible evaluar su veracidad, pero el pronóstico sobre su acierto no era muy favorable si había que juzgar por la valía de la primera parte. En resumen: en los temas conocidos y comprobables, Kardec falló; en los otros temas, los críticos no lo saben, pero no tienen motivo para pensar que acertase.
El Aparecido está en condiciones de compartir las observaciones de los críticos a la primera parte del libro, pero discrepa parcialmente en lo que se refiere a la segunda parte: no es completamente correcta, pero tampoco completamente errónea. Por cierto, lo mismo podría decirse de los textos de Swedenborg y, si nos empeñamos, de su contemporáneo compatriota Linneo, que tanto aportó a la clasificación de las plantas y animales, pero falló ostensiblemente al declarar que había tantas especies como Dios había creado en un principio. Por el contrario, la mayoría de las especies que aparecieron en el curso de la evolución se extinguieron antes o después.
En conjunto, hay que valorar como positiva la aportación de Kardec al movimiento espiritista, pero también su caso nos enseña que los humanos estamos condenados a mezclar errores con aciertos en nuestra persecución de la verdad. Personalmente, el Aparecido sacó más provecho de una posterior obra de Kardec, El libro de los Médiums, pero eso queda para otro Pasico.
JR Medina Precioso