MURCIA. El Museo Ramón Gaya reúne por vez primera una serie inédita de Pedro Serna dedicada en exclusiva al Mar Menor. Cerca de una treintena de obras hechas durante casi cuarenta años de relación intensa con la laguna murciana, y de las que el pintor no quiso desprenderse, conforma esta muestra que abre sus puertas este lunes (inauguración a las 19.00 horas) y podrá verse hasta el 30 de marzo.
"La tarea no ha sido fácil", señalan desde el Museo Gaya, ya que en el estudio de Serna había cientos de obras mezcladas en carpetas. "Soy un desastre", reconoce el pintor, un hombre noble y tranquilo como lo define su amigo Pedro García Montalvo. La providencia quiso que Isabel fuera la compañera inseparable de Pedro Serna. Su continuo apoyo. Ella ha ido ordenando pacientemente las carpetas por temas: Sainte-Victoire (la montaña cézanniana); Italia; la huerta; Valle de Ricote, retratos… "A Isabel le debemos que haya aislado estas obras del resto. El resultado es una suerte de diario íntimo del Mar Menor, de paisajes que apremiaban ser pintados por fugaces y cambiantes", señalan desde el Museo. Y es que "para pintar deprisa-dice el pintor- mejor la acuarela".
Una vez ordenada la carpeta con el tema genérico del 'Mar Menor', se hicieron cuatro apartados en los que se divide la exposición: balnearios, esa arquitectura popular tan característica de la laguna y que recuerdan a su admirada Venecia; las salinas; atardeceres y amaneceres; y, por último, el interior de la casa ajardinada desde donde se podía ver el mar "hasta que una nueva construcción lo impidió".
La casa donde el matrimonio pasa largas temporadas se construyó en 1975, en Los Urrutias. La hicieron los padres de Isabel para acoger a sus hijas. Por aquel entonces era "todo muy primitivo" recuerda Isabel: "Un cabrero llegaba a la puerta con las cabras para vender leche. No había alcantarillado, ni recogida de basuras. Pasaban a vender conejos vivos que limpiaban y pelaban. También una camioneta con pescado fresquísimo. Cine de verano". Pedro Serna comenta: "Salía a la puerta de la casa y siempre tenía el Mar Menor delante. Uno de los sitios más fascinantes estaba delante de mi casa. Me sentía en el lugar maravillosamente".
Isabel y Pedro han recorrido incontables veces el paseo marítimo en todas las estaciones del año. En sus largas caminatas recogían plumas de gaviota que luego usaba Pedro para dibujar con tinta china. Paseos en bicicleta, subidas al monte Carmolí con hijos y nietos, navegar con un pequeño optimist hasta las islas del Mar Menor…
Durante todo este tiempo Pedro ha salido a pintar a la intemperie. Más de cuarenta años pintando lo mismo, es decir, la vida ilimitada, única e irrepetible, a sabiendas de que ningún día y ningún atardecer es igual a otro. "Acuarelas que nos asombran porque trasmiten verdad y por cómo en ellas queda retenida parte de la esencia del lugar. Pedro Serna sabe ver la realidad, desenmarañarla para ordenarla en el papel. Su mirada limpia y despejada nos permite ver a través de sus ojos. Y ahí radica el misterio de un verdadero creador: enseñarnos a mirar la vida, sentirla y amarla. Lo sorprendente es que a Serna le basta con lo que tiene al alcance de la mano, con lo cotidiano", explican desde el Museo Ramón Gaya.
Pedro Serna lleva toda una vida consagrada a la pintura. Conocedor de la rica tradición pictórica murciana, eligió deliberadamente un camino alejado de la actualidad, para ir al encuentro de la realidad. Esa vida suya, tan única y genuina -50 años a la intemperie- bien merece algo de atención pues no es habitual encontrar pintores que salgan al encuentro del paisaje, añaden. "Pedro Serna sin embargo ha conseguido convertir el mundo en su estudio, en un lugar acogedor y transitable".
Con esta exposición, el Museo Ramón Gaya consagra una vez más una exposición monográfica a un artista vivo, fiel a ese empeño de mostrar "pintores silenciosos que anclen su obra en la contemplación gozosa de la realidad y la vida".