MURCIA. La prensa local nos contaba hace medio siglo, en los primeros meses de 1971, que se estaba procediendo al derribo del caserón que albergó el popular colegio del padre Antonio, llamado también Asilo de Nuestra Señora de Lourdes, en la céntrica y castiza plaza de San Juan. El paseante atento descubrirá en el edificio situado frente a la iglesia una lápida que recuerda el emplazamiento concreto de aquella benemérita institución.
Cuando en el año 1929 se promovió por la sociedad murciana la petición para el padre Antonio de la medalla del Trabajo se escribió: "El objeto del Asilo de Lourdes, su misión, es amplísimo. En él tienen derecho a ingresar todos los niños huérfanos, pobres de solemnidad, sin retribución alguna. Sin este Asilo, millares de niños hubieran vivido en la más crasa y nociva ignorancia. A él deben su porvenir infinidad de jóvenes que viven de un oficio que aquí aprendieron. Al Asilo de Lourdes debe España maestros católicos, comerciantes, oficinistas, tenedores de libros, artesanos, etc".
"La incansable labor del padre Antonio, en beneficio de cientos de desfavorecidos, no resultó para su vida aval suficiente, y estuvo entre los fusilados en 1936 en el puerto de la Cadena"
Y añadían: "Resulta altamente agradable ver en la institución Lourdes, de Murcia, a pequeños cajistas, maquinistas, niños impresores y encuadernadores, trabajando con una perfección y seriedad verdaderamente admirable. Al trabajo siguen las prácticas religiosas en la capilla, inculcando así a los huerfanitos las dos virtudes: el hábito del trabajo, sin el cual no hay vida posible, y la oración, que endulza las fatigas de la diaria labor. Tal es la obra del Asilo de Nuestra Señora de Lourdes".
En un reportaje publicado cuatro meses antes de la Guerra Civil, el padre Domingo, que sucedería al padre Antonio al frente de la entidad, informaba de que el Asilo contaba en aquellos días con cerca de 100 huerfanitos internos, y más de cincuenta externos, que asistían para recibir sus clases, sin otro requisito para su admisión que ser huérfanos de padre o madre y ser pobres. Permanecían en el centro hasta los 18 años, cuando lo dejaban perfectamente instruidos en una carrera o un oficio.
Y añadida a la gran obra social y humanitaria, otra no menos destacable, una nueva planta destinada a sacerdotes pobres y ancianos, "sueño dorado del padre Antonio, y visto convertido en realidad con la bendición del cielo", que acogía por entonces "a 15 o veinte sacerdotes acosados por la vejez".
La incansable labor del padre Antonio de la Concepción Alvarado, de tanto alcance en beneficio de cientos de desfavorecidos desde el año 1906, no resultó para su vida aval suficiente, y estuvo entre los fusilados en el mes de agosto de 1936 en el puerto de la Cadena. Le sucedió el padre Domingo, que dio continuidad al Asilo de Lourdes en los años de la posguerra hasta su cierre a finales de 1954, pasando a ocupar el caserón de la plaza de San Juan las dependencias de Cáritas Diocesana, entidad recién constituida bajo los auspicios de Acción Católica.
El derribo del inmueble, al que me refería al principio, hace 50 años, propiciaba un avance en un plan urbano que no se llegó a ejecutar, como es patente, que consistía en la prolongación de la llamada calle de Correos desde la plaza de Ceballos hasta la de la Cruz Roja.
Se daría así continuidad, hacia el sur, al proceso que había ido uniendo una serie de vías a base de derribos, lo que permitió, en primer lugar, acceder desde Alejandro Séiquer a la calle de la Merced, eliminando en 1943 el casón donde tuvo su sede, precisamente, Correos y Telégrafos entre 1911 y 1931; y después, trazar la inexistente calle de Isidoro de la Cierva, entre Villacis y la plaza de Cetina, que quedó abierta al tráfico en 1949.
El proyecto también debió proseguir en la zona norte, discurriendo por el costado oeste del Teatro Circo y alcanzando, a espaldas del colegio de Jesús-María, la que es hoy avenida de Gutiérrez Mellado, que era aún, hace medio siglo, una zona sin urbanizar. Pero ni al norte ni al sur. Y el ambicioso planeamiento quedó en eso, en un plano.
Pero los pasos previos se dieron. En diciembre de 1971, la prensa anunció que el Pleno municipal había aprobado la nueva calle, que llegaría hasta las orillas del Segura, con un ancho de 12 metros… a costa de derribar el antiguo Palacio del Conde de Floridablanca. Y se organizó, de inmediato, un buen revuelo.
El Ayuntamiento explicó que el proyecto ya estaba presente en el plan urbano de César Cort de 1929 y que lo seguía estando en el vigente de 1961. Y señaló, que el Arco de San Juan, inscrito en el edificio, sería puesto a salvo. Por su parte, el pintor Muñoz Barberán, que ocupaba el cargo de inspector provincial de conservación de monumentos y protección del paisaje, amenazó con dimitir de su puesto si el derribo de la casa solariega de Floridablanca se llevaba a cabo.
Decía en una entrevista el recordado artista, sobre la advertencia del Ayuntamiento respecto a que el Arco se mantendría en su sitio: "La plaza de San Juan y sus inmediaciones perdería, de una u otra manera, todo su encanto. Precisamente cuando Murcia está tan necesitada de rincones evocadores". Y tenía, como hombre sensible que fue, más razón que un santo.
Lo cierto es que la calle nunca se trazó, el Arco se mantuvo en pie, el Palacio acabó siendo demolido, pero conservando la fachada, y el hotel que ocupó su lugar cerrado, desde hace un año, a cal y canto.