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EL GATO EN LA TALEGA / OPINIÓN

El buen maestro

19/10/2021 - 

MURCIA. Un buen maestro es algo que te marca de por vida sin que apenas te des cuenta hasta que ya no está. Tras la tercera expresión social colectiva en seis años por el Mar Menor, en el transcurso de actos preciosos en su honor en los que he tenido la fortuna de participar, he caído en la cuenta de que, entre los maestros y maestras que han pasado por mi larga vida académica y profesional, él ocupa un lugar extraordinario.  

En mi historia, el Mar Menor fue mi maestro cuando a mis ocho años los sonidos me dejaron y se hizo el silencio absoluto con una aceptación natural sin cuestionamientos. A su lado pasé del estupor a la certeza, del miedo a la seguridad, de la oscuridad a la luz porque una vez hube adquirido el nuevo modo de comunicación, similar al que utilizaban los seres vivos que habitaban sus aguas, abracé la capacidad de resiliencia como un modo de evolucionar en esta vida. Es ahora cuando sé que él y su universo silencioso también estaban siendo impactados, y que enseñaba con su ejemplo a quien desease aprender.

A las primeras lecciones han seguido otras, en las que el Mar Menor nos daba la capacidad de observar y reflexionar para mejorar. En ellas nos mostraba su tesón intentando sanar y autorregularse. A estas lecciones le sucedieron las que pedían ayuda por agotamiento de sus recursos. Lecciones de fortaleza, superación, humildad y de fe.

Tristemente, este buen maestro no ha sido escuchado. La mayor parte del alumnado ha asistido a lecciones sobre qué decir, cómo comportarse, qué hacer, cómo parecer, qué lograr, cómo aplastar al otro, cómo finiquitar matojos y bichos… En fin, un repertorio escrito en tantos libros que tratan del poder descarnado anotado en un compendio de chuletas ampliamente distribuidas, impartidas por otro tipo de profesorado. Algunos y algunas se habrán graduado con matrícula de honor incluso.

"En la comarca del Mar Menor las actuaciones de recuperación consisten tristemente en cemento, en hacer rutas, carreteras y rotondas, pasarelas, tanques de tormenta o paseos marítimos desiertos"

Entre sus enseñanzas tengo muy presente la importancia de las conexiones y la búsqueda de soluciones eficaces, así que mientras escribía me vino a la cabeza una noticia comentada este fin de semana, que ya había conocido en un documental, que relataba las exitosas actuaciones de pueblos que vencen el abandono con iniciativas altruistas promovida por personas que triunfan en su vida profesional y han decidido contribuir a la recuperación del lugar que les vio nacer o al que se sienten vinculados por lazos familiares. Las diferentes iniciativas en distintos lugares se caracterizan por llevar arte, educación y cultura a sus calles o bien a centros especialmente diseñados como espacios de desarrollo de actuaciones en estas áreas. Las consecuencias fueron un incremento en la afluencia de visitantes, lo que linealmente se tradujo en la creación o reapertura de locales de hostelería, comercio y restauración. Esto llevó a la elaboración de un programa con nuevas actividades. Y finalmente, la repoblación del lugar con personas que lo miraban y sentían con otros ojos. En paralelo, el propio pueblo se había ido remodelando, como si se curase de una enfermedad, embelleciendo sus calles, potenciando su belleza, habitando sus rincones y plazas con vida y risas humanas, evitando incluso el cierre de colegios.

En la comarca del Mar Menor las actuaciones de recuperación de localidades costeras consisten tristemente en cemento, en hacer rutas, carreteras y rotondas, pasarelas, tanques de tormenta o paseos marítimos estacionalmente desiertos. Es difícil pasar en ellas un invierno que solo tiene unas horas al día, y algunos días, de visitantes, porque que está enfocado hacia la efímera captación de los mismos con el sol y playa, algún paisaje o ruta y pare usted de contar. Hay que ir haciéndose mirar la causa por la que los núcleos de población del Mar Menor no son ni pueblo ni ciudad, hay que preguntarse hacia dónde queremos ir y porqué unas familias eligen pueblos de montañas perdidas antes que estos de buen clima, con servicios y mejor comunicados. Los pueblos dormitorio, los enclaves estacionales, no enseñan a vivir, sino a despedirse. 

Ya que en el entorno del Mar Menor no existe la responsabilidad social corporativa para el ecosistema agredido ni se la aprecia por ningún lado, igual que el que contamina por aquí no paga, y vistas algunas declaraciones en las que se lían la manta a la cabeza como sociedad y también lo sienten mucho, estaría genial que estas grandes empresas solventísimas cuya actividad provoca un impacto en el Mar Menor y sus poblaciones invirtiesen en altruistas actuaciones colectivas de este tipo. Ojo, porque no se trataba de traer la propia actividad económica que desarrollan, sino una educativa, cultural y artística. Es decir, todos los huevos no van a la misma cesta, ni al mismo recolector.

No sé si son sueños o podrían ser realidades. El conocimiento no tiene puertas y un buen maestro nunca deja de enseñar, por eso mientras el Mar Menor respire continuará en activo. Hoy sigue instruyendo sobre la renovación ante la muerte, la reflexión sobre el daño que la avaricia y el egoísmo causan, el terror de la omisión e inacción, la superación y el respeto, la convivencia y la supervivencia. E irremediablemente vuelvo a aquellos primeros instantes de silencio en su azul cuando sus aguas cristalinas filtraban los rayos de sol, y me veo siguiendo su trayectoria inversa mientras me hizo comprender la primera lección: más allá de la superficie, existe el cielo.

Celia Martínez Mora

Investigadora

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