como ayer / OPINIÓN

El apuntalamiento del Mercado de Verónicas

16/12/2021 - 

MURCIA. En los últimos días, nos han contado que el año próximo se pondrán en marcha las obras de rehabilitación integral del Mercado de Verónicas, que pretenden "la adecuación estética y funcional" de la plaza de abastos y se extenderán durante 18 meses (que siempre serán más, claro).

La relación de las mejoras que se pretende introducir es larga, pero sí resulta llamativo que se subraye que se pretende recuperar "la idea del proyecto original del arquitecto Pedro Cerdán, quien realizó el edificio constando únicamente de planta baja, lo que permitía visualizar desde esta planta la estructura de las cerchas de cubierta, el lucernario longitudinal de la misma y las celosías semicirculares de ventilación de las fachadas Norte y Sur". Para ello, se disminuye la superficie de la Planta Primera, creando en las zonas interiores de los accesos de las fachadas Este y Oeste espacios diáfanos con la visión de la altura total de la edificación.

La referencia a la obra de Cerdán no debe evitar, sin embargo, que se traiga a colación la mención del edificio que ocupó el mismo lugar durante más de medio siglo, proyectado por Juan José Belmonte en 1850, el mismo arquitecto que dos años antes emprendió la edificación del actual Ayuntamiento, y reformado en 1864 por Jerónimo Ros.

"en 1930 saltaba la noticia de que el alcalde había ordenado el apuntalamiento de la Plaza de VerónicaS"

Expone María Barba en su estudio sobre el mercado de Verónicas que aunque en 1914 se hablaba de reconstrucción del edificio de Belmonte modificado por Ros, lo cierto es que éste fue demolido para reedificar de nueva planta, en el mismo solar, de acuerdo con lo proyectado por Pedro Cerdán, con la colaboración de otro gran arquitecto de la época, del que ya se escribió en estos ayeres, José Antonio Rodríguez, autor de edificios tan emblemáticos como la Casa Cerdá, la de Ferretería Guillamón, la Díaz Cassou, la de los Nueve Pisos o la Convalecencia, actual Rectorado de la Universidad.

La notoriedad de los autores de la obra no impidió un hecho bastante menos conocido que los comentados y aireados estos días: en octubre de 1930, cuando no habían transcurrido ni tres lustros de la puesta en funcionamiento del nuevo mercado, saltaba a los medios informativos la noticia de que el alcalde había ordenado "el apuntalamiento de la Plaza de Abastos de Verónicas por la parte frente al Convento de Franciscanos".

Unos días después, Levante Agrario editorializaba sobre el asunto en los términos siguientes: "Es imposible que un edificio nuevo como la Plaza de Verónicas amenace venir abajo; es necesario urgentemente reparar los desperfectos, fortificar las parles débiles para alejar toda amenaza de ruina y después indagar por qué se han producido esas grietas en los muros de sostenimiento de la techumbre". Invocaba el periódico la revisión del proyecto, con sus planos, condiciones facultativas con el detalle de las fábricas y certificaciones expedidas, y se preguntaba si habría responsabilidades para aquellos ayuntamientos y para el técnico, o lo que es igual, para Cerdán.

Así las cosas, se convocó un Pleno Extraordinario de la Comisión Permanente municipal el 8 de octubre, miércoles, para abordar la espinosa cuestión, y se adoptó el acuerdo de que el mercado quedara clausurado el domingo siguiente, y que los vendedores quedaran instalados en las casetas de la feria, debidamente remozadas y en las condiciones sanitarias precisas, durante un plazo de 25 días.

El escrito del propio Cerdán en El Liberal haciendo historia de la construcción del mercado y declarándose "al margen de toda responsabilidad moral y materia", nos permite fijar fechas y detalles sobre los que con frecuencia se cometen imprecisiones.

Explicaba que fue la Casa Carceller Peña quien tomó la iniciativa de encargarle el proyecto, aunque luego el alcalde Laureano Albaladejo encargó otro al citado Rodríguez (aunque Cerdán sólo se refiere a él como "el arquitecto municipal") y aunque el suyo fue el preferido se acabó acordando que se fusionaran ambos "aunque realmente el proyecto que había de ejecutarse era el mío, pero cediendo gran parte de mis honorarios al arquitecto municipal”.

Contaba también que se subastaron las obras en agosto de 1915 y se comenzaron inmediatamente, "figurando yo como arquitecto del contratista y el arquitecto municipal como inspector de las mismas y para practicar las liquidaciones de todo género en las que no tuve, en absoluto, intervención alguna, por su propia voluntad". También relata que se construyó primero la mitad del Mercado de Poniente, cuyas obras fueron recibidas provisionalmente en 1917, y que ya en ese tiempo iban muy adelantadas las obras de la segunda mitad, cuya fecha de recepción debió ser a los seis meses de la provisional, hacia 1918.

Concluía que, pasados los años sin haberse advertido defecto alguno esencial, el contratista y él mismo, como técnico, quedaba relevado de todo compromiso. Aseguraba que si se hubiesen producido defectos en la construcción, se habrían manifestado antes. Y se preguntaba: "¿Es que los alcaldes que se han sucedido no han sido advertidos por sus técnicos municipales de que algo extraño ocurría en los pilares de carga de la cubierta, y que había que estudiar y buscar las causas de los defectos originados pare ponerles remedio inmediato y evitar así mayor avance en los mismos y mayor coste después en su reparación?".

El retraso de las obras de reparación dio lugar, como tantas veces, al lamento de la prensa, que a finales del mes siguiente aseguraba que los puestos provisionales motivaban que aquello pareciera "un zoco moruno", donde se acumulaba la suciedad a todas horas, y que, además, se entorpecía la circulación. En definitiva, "un deplorable espectáculo".

En una nueva sesión extraordinaria de la Comisión Permanente municipal, celebrada en los primeros días de diciembre, se dio noticia de que los técnicos estimaban que la causa del estado ruinoso del mercado la producía el subsuelo húmedo y fangoso sobre el que está levantado el edificio, proponiendo la colocación de unos contrafuertes de hierro interiores, con un presupuesto de 13.220 pesetas, que podrían estar terminados el 23 de diciembre, aunque más tarde se habló de extenderlo hasta final de año.

Fueron unos cuantos días más, pero lo cierto es que el día 7 de enero, casi como un regalo de Reyes, el alcalde informó de que desde el día siguiente podían los comerciantes regresar a sus puestos por haber concluido las obras de consolidación. Concluyó así aquella crisis que amenazó al noble edificio pocos años después de construido. Y no fue la última, pero eso queda para otra ocasión.

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