MURCIA. Ya se trajeron a colación en estos 'ayeres' algunas de las soluciones que aportaron los munícipes de otros tiempos a los problemas de convivencia entre peatones y vehículos, y de estos entre sí, en la ciudad de Murcia conforme fue creciendo el tráfico rodado en una urbe que a primeros de los años 50 del pasado siglo conservaba en gran medida la traza medieval, incompatible a todas luces con la creciente utilización de medios de locomoción de todo tipo.
Hubo un tiempo en que el recurso fue acudir a la peatonalización de las calles más céntricas y estrechas, práctica que luego se expandió a espacios entonces impensables, como las plazas de Belluga, Apóstoles, Santo Domingo, Santa Catalina o las Flores, o incluso a avenidas concebidas como ejes principales de tráfico, como la de la Libertad.
Y aún se barajan nuevas transformaciones que primen, en todo o en parte, al circulante pedestre sobre el rodante, como la que amasa el actual Consistorio para Juan de la Cierva-García Alix-San Agustín que, me temo, terminaría de volcar la comunicación sur-norte sobre la congestionada autovía.
"A Murcia llegó primero el parquímetro, en noviembre de 1964"
También se usó, como ya se expuso, de la construcción de nuevos puentes y, antes aún, del atrevido y controvertido procedimiento de partir en dos el casco viejo trazando la Gran Vía, que muy pronto resultó insuficiente y forzó una mayor apuesta por las rondas. Por no volver sobre el uso de direcciones únicas, al que también me referí en su momento, o la implantación del transporte público, primero los antiguos tranvías y a partir de 1953 los autobuses urbanos.
Otra herramienta que se concibió como reguladora de la invasión automovilística fueron los aparcamientos, tanto los públicos, y entre ellos el de Santa Isabel como pionero, en enero de 1969, como los privados, y también la regulación de las zonas de estacionamiento, estableciendo ciertas limitaciones y, ya puestos, recaudando un dinerillo (más) a costa del contribuyente vehiculizado.
A Murcia llegó primero el parquímetro, en noviembre de 1964. El recordado Juan Ignacio de Ibarra describía la novedad en Línea: "Se trata, sencillamente, de situar en algunos puntos claves de la ciudad unos aparatos llamados parquímetros, frente a los cuales se detiene el vehículo de que se trata. El propietario del coche tiene derecho a utilizar esos aparcamientos, siempre que abone el precio que exige el parquímetro en cuestión". Y los precios eran de 1 peseta por 15 minutos; 2 por 30 minutos; 3 por 45 minutos, 4 por una hora… En suma, a peseta el cuarto de hora.
Aquellos viejos parquímetros individuales estaban situados en zonas tan privilegiadas como la plaza de la Cruz y la de Santo Domingo, a las puertas del Banco, hoy Santander, antaño Español de Crédito, pero cubrían una más que escueta porción de los espacios habilitados para dejar el coche, por lo que pronto se vio la necesidad de ampliar el sistema, y la referencia, como para tantas cosas, había de ser Madrid, que en el mismo año 1964 había implantado la denominada Zona Azul.
Sin embargo, y pese a las continuas referencias en la prensa a la necesidad de establecer en Murcia el procedimiento regulador, el jefe de Tráfico manifestaba, en mayo de 1966 que era partidario de medidas "menos drásticas" y de un estudio completo de la situación de la circulación rodada. Por su parte, un industrial apostaba por limitar el acceso al centro urbano de la mitad de los vehículos distinguiéndolos por la terminación de sus matrículas en pares e impares.
Pero al final llegó la Zona Azul, anunciada por Línea el 11 de mayo de 1967 para su implantación en junio, y sobre un área urbana delimitada inicialmente por la Merced, Santo Domingo y Acisclo Díaz; al Sur por Teniente Flomesta; al Levante por Ceballos, Isidoro de la Cierva y Alejandro Séiquer; y al Oeste, por la Gran Vía desde Martínez Tornel a la citada Acisclo Díaz.
Finalmente, la anunciada Zona Azul se convirtió en Zona Tricolor, pues en el espacio delimitado dentro del casco histórico se distinguió entre calles de aparcamiento restringido (azules) entre las nueve de la mañana y las nueve de la noche (excepto de una y media a cuatro de la tarde); calles con estacionamiento prohibido en el horario señalado (amarillas) y calles peatonales (rojas). El 15 de julio se pondría en marcha en fase experimental y de ajuste y desde el 1 de octubre lo haría de pleno.
Cuando leemos 55 años después la relación de calle comprendidas en las Zonas Azul y Amarilla podemos comprobar que muchas de ellas son hoy, y la mayoría desde hace muchos años, completamente peatonales, y en algunos casos nos sorprende que alguna vez hayan transitado vehículos de cuatro ruedas por ellas. Algunos ejemplos: Santo Domingo, Basabé, plazas de Esteve Mora, San Bartolomé y Cardenal Belluga, Apóstoles, Lucas (hoy Radio Murcia), Oliver, Arco de Santo Domingo, Jabonerías, Serrano Alcázar, Marín Baldo, Sánchez Madrigal o Sociedad.
No había que pagar en aquel entonces por dejar el coche en la Zona Azul, sólo dejar en lugar visible el disco de cartón en el que el propio conductor señalaba, cívicamente, la hora en que había aparcado, a partir de la cual disponía de hora y media para hacer los recaos, lo que garantizaba una rotación en el uso de las escasas y cotizadas plazas disponibles en el cogollo de la ciudad. Y en caso de infracción, la multa era de 250 pesetas, 500 en caso de reincidencia.
La novedad de la Zona Azul, precursora de la actual ORA, dio lugar a la necesidad de controladores, con preferencia para las personas con discapacidades físicas, como se puso de manifiesto justo al día siguiente al aparecer este anuncio en la prensa: "La Asociación Nacional de Inválidos Civiles, a través de su Delegación Provincial de Murcia, pone en conocimiento de todos los inválidos interesados, que existen 20 plazas vacantes de guardacoches para la 'zona azul'. Todos los interesados deberán de personarse en la misma".
Una feliz consecuencia, sin duda, de la regulación de los aparcamientos en la ciudad.