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SILLÓN OREJERO

De Gardiazábal 'El Tarzán vasco', al catalán José Salvador, la lucha libre a inicios del siglo XX

La obra Memoria de la lucha libre en España (1907-1936) recopila textos relacionados con este entretenimiento que ponen de manifiesto muchas de las neurosis de este país que todavía siguen vigentes. Había obsesión con la fortaleza física de los españoles en comparación con los extranjeros, se preguntaban algunas firmas si el problema era que aquí no se cultivaba el músculo, al tiempo que autores como Unamuno se quejaban del prestigio de la fuerza en detrimento de la inteligencia, algo que se explicaba porque esta solía conducir a "la herejía"

15/11/2021 - 

MURCIA. Cuando parecía que el boxeo ya no pintaba nada, expulsado de las páginas de los periódicos, y la lucha libre popular no había logrado remontar tras su efímero éxito en la primera Telecinco, actualmente los deportes de contacto y artes marciales viven  una época dorada gracias a las retransmisiones por Internet. Hay personajes como Juan Archuleta, un californiano que glorifica a los conquistadores españoles, viste con casco morrión, banderas rojigualdas constitucionales, banderas de México e ikurriñas. Cuando gana un combate, en el discurso posterior lo relaciona con Covadonga y mitología carpetovetónica que se queda uno, desde este lado del charco, a cuadros. Aunque lo suyo poco tiene que ver con la WWF con la que vociferaba Héctor del Mar, aquí, en Bellator, saltan dientes y el ring suele acabar pringado de sangre.

Esto demuestra que al público le siguen interesando las yoyah y que, por lo que sea, adornarlas con teatro como el del amigo Archuleta le añade emoción al asunto; una emoción ancestral, porque, como revela el libro de reciente aparición Memoria de la lucha libre en España (1907-1936) de la colección Mordrake de la Editorial Libritos Jenkins. Un trabajo realizado al alimón por Óscar Alarcia y Luis Díaz, ex promotor de veladas y divulgador de la lucha, autor del podcast The Fabulous Jobbers.

El libro es una recopilación de recortes de hemeroteca que cubre la llegada de la lucha libre a España a principios del siglo XX hasta el abrupto final de todo en 1936. En las crónicas y noticias de la época se puede leer cómo el negocio trataba de abrirse camino entre las aficiones de los españoles con la competencia que le hacían otros deportes, los problemas organizativos, rivalidades entre ciudades y, sobre todo, incidentes con el público. Una muestra que también tiene un significado antropológico.

Aparecen pocas menciones a València, pero en una pequeña nota pone que el público valenciano vibraba con la luchadora Miss Gerland, por encima de Las Hermanas Crisálidas y La Torrerica, que más que luchadoras, estas dos últimas, eran ágiles bailarinas por las escasas referencias que hay en la prensa de la época. Por lo demás, el libro cuenta que la modalidad de lucha catch as catch can contaba con estrellas internacionales, pero le costaba penetrar en España, donde tenía más predicamento la lucha grecorromana. Según algunos recortes aportados, por motivos patrióticos.

Este nuevo entretenimiento era nuevo entre comillas. Ya había testimonios que hablaban de las llaves que y proyecciones que se hacían los boxeadores en Lancashire, Inglaterra. Trucos que llamaron la atención de inmigrantes que los llevarían a sus países de origen como Estados Unidos, Alemania o Francia, donde se incorporó como una más de las atracciones del circo.

En España se cita el caso en 1912 del escocés Esson, que después de perder un combate de lucha grecorromana ante el español Javier Ochoa, le retó a un combate de lucha libre con una apuesta de mil pesetas de por medio. Ochoa aceptó y a los periodistas les pareció indigno prestarse a ese juego: "El Heraldo de Madrid no puede de ninguna manera prestar su patronato para semejante salvajada, y nos consta que el tapiz de Kursaal de la Ciudad Lineal no se verá prostituido por semejante lucha de navajas".

Años más tarde, Ciudad Lineal volvía a aparecer en relación con la lucha libre en La Vanguardia. El periódico catalán no tenía el mismo elevado concepto que antaño tuvo El Heraldo de Madrid, se refería al lugar como "una especie de Tibidabo sin mar ni paisajes". Contaba que, efectivamente, allí se celebraban este tipo de combates con luchadores de numerosos países, "franceses, alemanes, serbios, húngaros, italianos...". Entre ellos, había un español, José Salvador, de origen catalán, que gozaba de tanta simpatía entre la afición local que el público protestó airadamente cada acción en su contra, llegando a insultar a sus rivales.

La sentencia de La Vanguardia ante estos hechos era dinamita pura: "Es vergonzoso este ambiente de incultura y grosería que se respira en la corte, y lo más triste es que a tal estado nos conduce una exigua minoría, porque a sus excesos, quien puede y debe, no quiere poner freno. Se expulsa a un extranjero, sin motivo alguno; se insulta a otro, porque el público teme que pueda resultar vencedor en lucha con su adversario. No cabe duda que este es un buen método para fomentar la atracción de forasteros".

También aparece el escritor Miguel de Unamuno por esta extensa recopilación de artículos en periódicos relacionados con la lucha libre. El autor de Niebla estaba fascinado con el impacto que había causado el luchador japonés Rakú en España, particularmente en Bilbao, sus dos hijos no hablaban de otra cosa. Antes de entrar en materia, advertía: "fue a exhibir su arte a uno de los pueblos en que más desarrollada está la afición a los deportes, cual es Bilbao; a uno de los pueblos donde más se estima -tal vez se sobrestima- la fuerza física" para concluir "esa protesta la he presenciado muchas veces, y no sin cierta amargura, en mi país natal. En el fondo, la inteligencia aparece allí como arma prohibida, como algo demoníaco, como una trampa, como un artificio para dominar a todos los sencillos. Hay un culto tal a la sencillez que frisa en culto a la brutalidad".

Unas opiniones, las del literato, que contrastan con estas palabras de Luis Antón del Olmet en la revista Nuevo Mundo en 1921. "Cuando estuvieron en Amberes los atletas españoles que acudieron a la Olimpiada última, fueron recibidos con una sonrisa de lástima: —¡Pobres españolitos! —decía la muchedumbre viendo desfilar a los balompedistas aquellos, tan pequeños de talla".

Algo se estaba haciendo mal: "Sucede únicamente que aquí no se cultiva lo bastante el músculo. Algo se va haciendo, pero de manera insuficiente. Y aun así, la zona cantábrica, el Alto Aragón, Salamanca, las serranías andaluzas y, sobre todo, las cercanas a los Algarbes, están llenas de hombres gigantescos que en nada desmerecen junto a ingleses, tudescos y norteamericanos". Sin embargo: " La raza ibérica ha sido, y es, una de las razas más fuertes del planeta. Aunque la decadencia nacional también llegó a este aspecto fisiológico".

Finalmente, cuando parece que cada vez eran más frecuentes este tipo de espectáculos, cuando el empresario argentino Faustino Da Rosa había puesto en marcha el circo Price, llegó la Guerra Civil y el desarrollo se vio interrumpido. El rastro se pierde en los combates que organizó la República en beneficio de los hospitales de sangre "con los mejores luchadores antifascistas, cuando la contienda lo permitía". Pero si hay una figura que cobra interés en estas páginas es Pablo Gardiazabal, de Getxo, conocido como El Tarzán vasco, que tuvo gran predicamento en los años treinta entre los aficionados madrileños y al que se le pierde la pista en la contienda. Podría ser un gran biopic en estos tiempos de regurgitación continua del pasado. 

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