CARTAGENA. Un paraíso entre dos mares. Esta suele ser la descripción de La Manga del Mar Menor que se encuentra en las páginas de turismo. Y si bien es cierto que la segunda parte del enunciado, lo de "entre dos mares", no tiene discusión; lo de paraíso puede ser subjetivo. Si algo caracteriza a La Manga es por su falta de homogeneidad, lo que da lugar a multitud de 'Mangas' diferentes, como si de los metaversos de Marvel se trataran. Son 21 kilómetros de contrastes, donde se alternan zonas masificadas y de dudosa estética con otras residenciales y elegantes, fruto de un urbanismo caprichoso y caótico. Donde se pueden contemplar unos atardeceres espectaculares mientras se disfruta de una cerveza en un chiringuito... aunque cerca acechen algunas de las fantasmales infraestructuras de una Manga que ya no existe o nunca fue. Donde se encuentran unas playas de arena fina que, cuando el mar está en calma, nada tienen que envidiar al Caribe. Además, fuera del verano, las aglomeraciones disminuyen considerablemente, salvo en momentos puntuales.
Todos coinciden en subrayar la calidad de las playas que dan al Mediterráneo y los buenos baños durante el verano, así como la posibilidad de practicar deportes náuticos en ambos mares. También la existencia de espacios naturales protegidos como Las Amoladeras, que se encuentran a la entrada y son una reserva de la vegetación autóctona de la zona, y las Salinas de Marchamalo, donde se pueden contemplar a los tímidos flamencos descansando y alimentándose (a veces también en vuelo). Aunque las aves más abundantes son las escandalosas cotorras argentinas; ellas, sin duda, aman La Manga.
En este apartado bucólico no podían faltar las puestas de sol en el Mar Menor -de los atardeceres más bonitos de España según figuraba en algún ranking-, que harán las delicias de cualquier instagramer. Y las vistas de Cabo de Palos, con su imponente faro iluminando las noches de los más afortunados.
La gastronomía es una razón para amar La Manga, donde se puede encontrar de todo, desde sofisticada y elaborada gastronomía a un buen número de bares y restaurantes de toda la vida a orillas del mar. Desde el próximo Cabo de Palos, pasando por la Plaza Bohemia, el Zoco, con sus calles y plazas; o el cuidado Puerto de Tomás Maestre –"no parece que estemos en La Manga", ha dicho más de uno en este metaverso de alto standing-; además de un sinfín de establecimientos que están distribuidos a lo largo de la interminable Gran Vía. Caldero, sardinas a la plancha, frituras de pescado, pizzas que gozan de una fama merecida… Hay gastronomía para todos los gustos.
La arquitectura de La Manga despierta sentimientos encontrados entre estos mangueros, aunque en general critican el caos urbanístico del que ha sido víctima. No obstante, saben que prestigiosos arquitectos dejaron por aquí auténticas 'joyas' en los años sesenta y setenta, cuando el fenómeno del turismo comenzó a demandar la construcción de hoteles y segundas residencias. Antonio Bonet, Corrales y Molezún, Joaquín Sebares o Fernando Garrido se encuentran entre estos prestigiosos profesionales cuyas obras forman parte de la identidad de La Manga y son un referente de una arquitectura 'de playa' o 'turística' de calidad.
Los deportes acuáticos son una de las actividades estrella en la Región, y, pese a la llegada del otoño, el buen tiempo invita todavía a practicarlos. Para ello no hay mejor escenario que el Mar Menor. Calmado, cálido y poco profundo, permite la práctica de estas actividades en condiciones espectaculares. Las empresas de turismo activo de la Región disponen de equipos y materiales para alquilar para que no tengas que preocuparte por nada. En los últimos años, además, ofrecen las nuevas alternativas en deportes extremos de agua.