MURCIA. Mañana, viernes, las siete en punto de la tarde, con una plaza de San Nicolás repleta y expectante, volverán las procesiones de Semana Santa a las calles, reanudando la secuencia interrumpida el 21 de abril de 2019, con una salida de los cofrades de la Resurrección que quedó abruptamente frustrada por la lluvia.
Nadie pensaba entonces que tras aquella Semana Mayor, que se torció por las inclemencias del tiempo a partir del Jueves Santo, se abriría un abismo temporal de cerca de tres años, sólo superado, en los últimos cien años, por el provocado por la preguerra (1936) y la Guerra Civil (1937 y 1938).
"la Semana Santa en Murcia es la expresión viva de una Pasión sorprendente"
Pero lo cierto es que ya tenemos a la distancia de pocas horas el reencuentro de Murcia con sus cofradías, con sus imágenes devocionales, con un piadoso ritual que cuenta su historia por siglos, con una tradición forjada de fervor, de arte y de costumbrismo que pasa de generación en generación.
Vestirán de azul los nazarenos del Amparo, identificando a la hermandad con ese Viernes de Dolores eminentemente mariano con que se abre la semana más larga y más santa del año; una semana que dura diez días y que se vive apasionadamente.
Hay que buscar por las históricas angosturas de San Nicolás, a la salida, o de Riquelme, ya de regreso, al crucificado dulcemente dormido, que conmueve y causa admiración a partes iguales por encima de los sesudos debates sobre su filiación escultórica.
Y habrá que abandonar el casco viejo el sábado para ir mediada la tarde hasta la parroquia de los Capuchinos y contemplar la compleja y emotiva salida del Señor de la Fe y la Virgen de los Ángeles por una puerta que no fue concebida para que el templo alumbrara una procesión.
Después, el gigantesco retablo pétreo del imafronte catedralicio servirá de privilegiado escenario para el Encuentro entre el Nazareno de la Merced y la Virgen del Primer Dolor, dejando paso, sin solución de continuidad, al desfile del cortejo corinto de la Caridad, que presentará a la contemplación de propios y forasteros el nuevo paso del Expolio y los durmientes de la Oración en el Huerto, que estaban en letargo desde 2020, y que acreditará que una hermandad moderna puede albergar un sabor secular.
Nuestras procesiones nocturnas han experimentado en las últimas décadas una tendencia a transformarse en vespertinas durante buena parte de su itinerario, y en nuestros días sólo la Caridad, que sale a las 20 horas, y el Refugio, a las 22 horas, conservan horarios de otro tiempo.
Y entre las madrugadoras se encuentra, el Domingo de Ramos, la Esperanza, que hace brotar su verde caudal desde San Pedro a las seis de la tarde, dando de este modo la opción de lucir una Entrada de Jesús en Jerusalén, paso prototípico de la jornada, a la luz del día, sin perjuicio de que Cristo agonice, horas después, con los ojos puestos en la luna primaveral.
Cuando llega el Lunes Santo, San Antolín revive las mejores esencias de su condición de barrio castizo, y muchos vecinos que marcharon a otros lugares, regresan convocados por el Perdón. El día arranca muy temprano, con la misa aplicada a las ocho de la mañana por los cofrades difuntos, pero cuando la iglesia se convierte en un hervidero humano es a mediodía, para asistir, en un estremecimiento colectivo, al descenso del Señor desde su altar para ser puesto en besapiés.
Y a la tarde, la explosión magenta, la Pasión con sabor a barrio que se desborda por la Murcia eterna y que adquiere en Belluga resonancias barrocas en la contemplación de un Cristo de cuyos labios aún está prendida la última palabra de perdón.
El Martes Santo murciano es un binomio sanjuanero que se hace Rescate y Salud en un revoloteo de capas que hacen callar a la ciudad al paso de silentes cofrades. El Señor de las manos atadas arrastra tras de sí a una multitud que quema en sus manos la cera de la gratitud, mientras el Crucificado hospitalario es evocación patente de oraciones que piden la sanación del alma y del cuerpo.
Al fin, la Semana Mayor alcanza su ecuador en un Miércoles teñido de sangre vertida por amor, tras haber sido testigo del breve, pero enjundioso discurrir de Jesús Nazareno hasta su ermita.
La conjunción perfecta entre la piadosa contemplación de la obra redentora y la explosión de tipismo y murcianía se ofrece con generosidad en una jornada vivida intensamente en el barrio por antonomasia.
La Sangre brota a borbotones desde el templo carmelitano y se derrama sobre la ciudad con un efecto purificador, y cuando el Cristo de Bussy corona el Puente de los Peligros, proclama con sus brazos abiertos aquellas palabras consoladoras: "Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré".
Es uno de los momentos cenitales de la Semana Pasionaria, como lo es el discurrir del largo cortejo colorao por calles y plazas, desde la media tarde, cuando San Vicente Ferrer inicia su caminar a los sones del Himno de Valencia hasta que, vencida la medianoche, la Madre Dolorosa es despedida con la vibrante Estrella Sublime.
De la santa algarabía, al silencio eucarístico del Jueves Santo, va un corto trecho, que protagonizarán de nuevo los nazarenos coloraos, vistiendo de negro cuando acompañan a la Soledad del Calvario en su callejear por una Murcia envuelta en incienso, y que da paso a la admiración cuando la enormidad del paso de la Conversión del Buen Ladrón afronta el desfiladero de Sociedad, como un reto a las leyes de la física del que saldrá triunfante.
Y es que la Semana Santa en Murcia es la expresión viva de una Pasión sorprendente.