MURCIA. Llegó el verano y con él en Murcia, nuestro infierno particular. El caso es que, aunque parezca masoca, prefiero el calor antes que el frío. Por mucho que me busco, no me encuentro en la estación invernal. Es imposible ir mona con un plumífero que te hace parecer el muñeco de Michelín.
"Acordará conmigo que la cama de matrimonio acorta la vida de la pareja"
Tampoco es porque me aporten más vitalidad las horas de luz. De hecho, el verano me sienta como un tiro. Vivo arrastrada, con una tensión en ocho seis, en cuanto empieza la jornada intensiva. Sobre este tema he oído muchas barbaridades. Una vez, una doctora me dijo que, para la tensión, me dejara el café y que le diera a la anchoa… Pero ¡estamos locos! Si me dejo el café, ¿en dónde voy a mojar entonces la anchoa? Pensé yo.
Cuando te toman la tensión y ven ese prodigio: tú de pie mientras intentan hacerse con tus constantes vitales, es cuando empieza la cantinela:
—Esto es un seguro de vida.
¡Será para usted! Porque como me atropelle un camión, no creo que la hipotensión me vaya a hacer el boca a boca.
Lo que de verdad alarga la vida es alejarte de la gente tóxica, no tomar disgustos y dormir en camas separadas. Sí, como lo oye. Muerte a ese instrumento de tortura que es la cama de matrimonio… Cuando vives en pareja, por supuesto. Si usted es de los privilegiados que puede hacer la croqueta completa antes de caer por el filo de su piltra, no necesita seguir leyendo este artículo. A no ser que esté deshojando la margarita sobre irse a vivir con su cucuruchito. No lo haga. Se lo digo por su bien y el de su relación.
Acordará conmigo que la cama de matrimonio acorta la vida de la pareja. Dormir con otra persona en poco menos de tres metros cuadrados va contra natura. Entre tantas absurdeces que hace el hombre que no se reproducen en ninguna otra especie del reino animal, una de ellas es dormir con la parienta. Ya sé, pensarán que no ha llegado a mi vida la King size o el colchón con muelle entresacado, viscoelástica y lechos independientes. ¿Qué se pensaban? ¿Que hablaban con una aficionada?
Por muchas vueltas que demos intentando justificar el lecho conyugal, solo encuentro argumentos para separar el catre. Pero voy más allá…, en habitaciones diferentes si cabe. Dormir con un hombre en verano, por mucha King size que tengas, es como amodorrarse junto a una estufa de pellets con autonomía de catorce horas. ¡Qué bárbaro! ¡Qué cantidad de energía calorífica desprenden ustedes! Claro que el invierno no es mucho mejor, a medianoche te despiertas tiritando aferrada al último testimonio de la sábana que queda en tu lado.
Los detractores de mi teoría contraatacan con el manido argumento de los momentos de intimidad en pareja. ¡Ejem! De cualquier modo, muerto el perro se acabó la rabia, cada mochuelo a su olivo o cualquier otro sabio refrán del refranero español aplicable a esta lamentable situación. Después de esos cinco segundos de intimidad, lo más inteligente es disfrutar de un plácido descanso individual para no malograr el gran sabor de boca que deja la cópula. ¿Qué necesidad de romper la magia yaciendo junto al cónyuge? Ni ella va a amanecer mañana como la del anuncio de Lancome ni él con el alerón oliendo a Chanel. Piénselo ¿Cuánto tiempo más quiere que dure su relación?
Gracias por su lectura.