MURCIA. Hemos tenido ocasión de informarnos en los últimos días sobre las quejas de algunos vecinos de la calle de Sagasta, en el barrio de San Antolín, por el prolongado cierre del callejón que comunica con la calle de Aliaga, y conduce a San Nicolás, justificado por el estado de deterioro del pequeño yacimiento al aire libre que descubre la base y primeros metros de lo que fue, en su día, una torre de la muralla árabe de la ciudad.
Y poco antes, eran los conservacionistas de Huermur quienes denunciaban el estado del mucho más apreciable y visible tramo de muralla, torre casi completa y restos de otra, linderos con la antigua iglesia de Verónicas, en la calle del mismo nombre y frente al lateral norte del mercado de idéntica denominación.
Nada nuevo, si se considera que la conservación de estos hallazgos de nuestro pasado ha sido habitualmente sinónimo de abandono, suciedad y mala imagen. Ya pasamos en su día revista, en estos ayeres, a los grandes titulares que deparó la excavación de la muralla de Santa Eulalia y a su triste destino tras haberse convertido durante un tiempo en lugar de obligado paso para visitantes ilustres.
"Tantas historias conocidas le llevan a uno al escepticismo cuando en Murcia se habla de restos arqueológicos dignos de ser conservados"
Como podríamos hablar de la situación de otros restos enclavados en espacios públicos y privados, como garajes, donde encontramos venerables muros convenientemente sometidos a la contaminación procedentes de los tubos de escape de una legión de vehículos; como podríamos referirnos a los que sirvieron en su día de imaginativa y poco efectiva separación entre la zona de fumadores y no fumadores en céntrico local de copas; o incluso de los que duermen el sueño del olvido tras haber ganado un galardón por su conservación.
Tantas historias conocidas, y en algún que otro caso vividas de cerca, le llevan a uno al escepticismo cuando en Murcia se habla de restos arqueológicos dignos de ser conservados y exhibidos. No digamos si lo que se pretende es sacarle partido a una zona arqueológica como la de San Esteban, con más de 10.000 metros cuadrados a los que sacarle partido, muchos millones por invertir y más de 12 años ya de dimes y diretes. El tiempo será quien dicte juicio sobre la oportunidad y acierto de esta gran empresa.
Me refería antes a los torreones de Verónicas, uno de ellos muy bien conservado si se considera lo poco visible que resta de lo que fue la cerca murada de la ciudad medieval. Unas 95 torres hubo, de las que esta que nos ocupa es la única superviviente… en apariencia. La conservación de una y la posibilidad de que haya más, pero ocultas, debe dar pie a un relato explicativo.
Como relataba José Antonio Martínez López en su trabajo sobre las dos excavaciones llevadas a cabo en el solar del antiguo convento de las monjas de Santa Verónica, fue en septiembre de 1981 cuando el Ayuntamiento declaró en ruina el inmueble, si bien los recursos interpuestos y la disparidad de criterios al respecto impidieron que la demolición se llevara a efecto hasta el año 1985, bien entendido que se contemplaba la posibilidad de que aparecieran restos arqueológicos, habida cuenta de que era conocido que la antigua muralla discurrió por aquél lugar.
Faltaba averiguar si el muro quedó integrado en la estructura del convento o había sido demolido, pero el inicio de los trabajos permitió salir de dudas rápidamente y constatar que lo que permanecía oculto era más y mejor de lo que se esperaba.
Fue en 1529 cuando Isabel de Alarcón dispuso en su testamento que donaría sus casas y un patrimonio de 14.000 ducados en propiedades rústicas e inmobiliarias para la fundación de un convento cuya comunidad siguiese la observancia de la regla de la Tercera Orden de San Francisco de la Penitencia, con el título de Santa Verónica. Y entre 1529 y 1533 se realizaron las reformas necesarias para adecuar las casas a dicha condición, siendo la muralla, por su cara interna, el eje sobre el que se originó el nuevo edificio, incorporando a la construcción, a lo largo de los años siguientes, las torres vecinas.
Fue así cómo se puede conservar en excelentes condiciones un vestigio verdaderamente estimable del recinto defensivo, desaparecido en su mayor parte en 1868, y si no fueron dos las torres preservadas, se debió a que en el derribo del convento actuó la piqueta con excesiva ligereza, produciéndose la demolición de la mayor parte de la situaba más al Este.
Si alguna vez le diera a alguien por echar abajo el imponente y sólido Almudí, se redescubriría algo que puso de manifiesto su más profunda restauración reciente, llevada a cabo para reconvertir sus estancias de Palacio de Justicia en Centro Cultural: la existencia de otro torreón de la muralla que sirve de armazón y hueco a su escalera principal. Pero no parece una forma productiva de poner al descubierto nuevos retazos de nuestra historia.
La remodelación de la Muralla de Verónicas para hacerla visitable y aprovechar un espacio donde celebrar actos culturales de pequeño formato, comenzó en el año 2000, pero el proceso de acondicionamiento se dilató hasta 2004. Fue entonces cuando se instaló la rampa de cristal y acero que permitía situarse delante de la antemuralla islámica y tener una visión de la obra defensiva desde el nivel del suelo medieval.
En aquellas obras, concluidas hace 18 años, se invirtieron algo más de 294.000 euros, y una de las medidas adoptadas fue la disposición de una bomba de achique para utilizarla si se diera el caso de que se produjera una inundación que pudiera dañar los restos arqueológicos recuperados.
Precisamente, Huermur denuncia ahora la falta de mantenimiento y la inundación de los fosos con agua putrefacta, así como la falta de un régimen de visitas públicas y gratuitas, además de indicar que la muralla ha sufrido desprendimientos de materiales y ladrillos que están amontonados en el suelo. El sino de nuestros hallazgos.