MURCIA. Como a la política puede acceder cualquiera, en su día entraron algunos/as que ahora se ven en la cuerda floja y con un futuro incierto, o de transfuguismo en ese circo en el que se ha convertido la política española. Los beneficios de ser político de oficio eran, han sido o son muy grandes: una bicoca para aportaciones por lo general de medio pelo.
Esto de las pataletas en un campo minado de intereses individuales tiene siempre sus consecuencias. Queman. En política nadie regala nada y uno se cree indispensable hasta que desaparece. Ya lo dicen, si en unos años no continúas en el candelabro no estás. Pero eso de perder privilegios, duele.
Durante los últimos días hemos asistido a un auténtico espectáculo político siniestro, un bochorno en toda regla que ha dado más muestras de que nuestra clase política no es un espectáculo de altura sino un mero sainete o hasta un vodevil, con perdón a sus autores. No ha sido un espectáculo de la antigua Grecia, ni siquiera de Lope de Vega, Sastre, Sartre -nunca olvidaré Las manos sucias y sus límites de la ética-, Beckett, Sanchis Sinesterra o Buero Vallejo ya que nos viene por la izquierda. No ha sido ni de Escalante, para cambiar. Demasiado nivel para estos actores de la desvergüenza y la desmemoria, más ajustados a escenas frívolas frente a una audiencia pasiva que lo tolera todo y hasta parece rendida al gesto o la mera promesa. O volcada en su día a día y su supervivencia demagógica.
No aplaudiré a ninguno de ellos. A ninguno de esos que cuando algo no le gusta sale corriendo y deja cierto tufillo corrupto en el ambiente para que la sociedad tome o no nota, pero del que ha sido partícipe. Eso de los tránsfugas, palmeros de escaño y pelotas debería estar penado. Por ley. Por la norma de que el que se va ya no vuelve nunca. Entre tantas leyes inservibles no entiendo, o sí, cómo no tenemos una dura norma contra el transfuguismo y la traición política. Y una justicia contundente y menos garantista.
La política se ha convertido en una corte afín al líder, una noche de cuchillos que espero nunca llegue a noche de cristales rotos. Aunque son capaces de alcanzar esos extremos por ambición individual.
Fue Rafael Hernando, aquel diputado del PP con sonrisa de hiena que apenas dejó constancia de su paso por la vida pública, el que apenas dejó aquella frase histórica que definía las maniobras políticas como teatrillo. Pues eso: teatrillo, aunque no llegan estos políticos ni a la altura de La Barraca inicial de Lorca, ni a los malabaristas ambulantes. Cantó dijo en su espantada que quiere volver a las tablas. Será como actor de reparto una vez más, De triple, que decían en las variedades, o de secundario. Tenía más gracia en el atril. Era espectáculo. Avinagrado como acaban todos los que pisan la esfera política viniendo de la farándula, quedará para comedias. Como esa legión de gestores que en lugar de estar al lado del pueblo en un momento tan complicado lo hacen a su discurso provinciano y esos diez minutos de gloria y pulso que todos desean hasta que se derrumban en su fracaso intelectual.
El mismo día que el lío político se montaba de nuevo en este país desnortado, en el que cada día se ven más negocios cerrados, asistía en un centro de salud a la vacunación de decenas de persona de mayor edad. Pero el mundo de unos y otros figuraba o caminaba por senderos divergentes. Horas después en plena vacuna masiva de maestros se suspendía la misma para sorpresa de vacunantes y vacunadores, a los que han tratado como cobayas. ¡Qué tolerantes! ¿Dónde están los sindicatos?
Al tiempo que unos se vacunaban hace semanas por enchufe, muy por delante de mí pasaron este lunes en un ambulatorio decenas de octogenarios en busca de un salvavidas. Llegaban como podían. En brazos familiares, animados por terceros, ilusionados por la vida, sin mayor aspiración que continuar vivos. Alegres de verse reconocidos como supervivientes de un fracaso colectivo. Los sanitarios son la mejor legión. La más solidaria y decidida. Pero nadie les atiende, aunque salvan vidas físicas y morales. Mientras tanto, ellos -la casta- estaban a lo suyo más particular. Sin dar explicaciones, ni de muertes, ni de resultados y menos de esperanza y futuro.
Esto de la política, o esto de nuestros políticos, está tocando fondo como seres humanos. Es para estar enfadado. Con lo que nos está cayendo y la frivolidad que nos enseñan. No sirven para más. Esta sociedad se merece otra cosa. Al menos, en Estados Unidos contratan a gestores reales para la función pública y si no funcionan se rescinde su contrato, como sucede en todas esas empresas que están aplicando y aplican eres por cuestiones de mala gestión de quienes están obligados a ser limpios y profesionales. Aquí se ha creado un sistema en el que todos pueden salía impunes de sus atrocidades y manejan igual un puerto que un semillero sin saber de ninguna de las dos cosas. O en su defecto, cambian de siglas.
Nos salva saber que muchos de los que huyen se quedarán sin los privilegios que ofrece el cortijo. Vivir honestamente sí es un privilegio que permite dormir tranquilo. Lo otro se llama ausencia de escrúpulos.
¿Para eso querían rodear el Congreso? Aunque yo lo “chaparía”, como lo ha hecho la última ferretería de mi barrio, la tienda de vestuario, el horno, el pub, el coworking de diseñadores y arquitectos, el peluquero…
Necesitamos una catarsis colectiva que expulse de nuestro alrededor tanto vividor y devuelva el aire limpio a nuestras instituciones, por sí mismas absolutamente desprestigiadas por un casta egoísta que ha demostrado su bajo nivel moral. Si no lo hacemos pronto, nos arrepentiremos. Seremos más esclavos de sus injusticias. Este sistema está podrido. No funciona. No escucha. Y lo peor, arruinado por la soberbia y la ambición pornográfica. Qué vergüenza de país. No entiendo cómo no nos tiran de Europa. Es más, no entiendo cómo es posible que cada cierto tiempo nos tengamos que gastar millones en elecciones caprichosas anticipadas. Y mientras tanto, las vacunas, sin llegar.