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Tribuna libre / OPINIÓN

La política como fuerza redentora

21/11/2024 - 

Visto está: la secularización de Occidente, la fe en el progreso, la confianza en que la humanidad camina inexorablemente hacia un futuro mejor, tal cual, la política se ha convertido en un sustituto de las religiones occidentales como fuente de sentido. Estos progresos del nuevo orden mundial, dicen, incluyen la mejora de las condiciones materiales de la vida y yo me cuestiono si agricultores, ganaderos o pescadores, entre otros, opinan lo mismo. A ello tendríamos que añadir el avance moral según los amorales, donde el humanismo laico tiende a identificar con la difusión de unas ideas a las que atribuye olores a poderes salvíficos. Su certeza de saberse al lado correcto de la historia llevando a sus guardianes a procurar que cada vez más personas abracen la misión tenida por progresista. Así, piensan, que la sociedad dejará atrás su afición a las fuerzas oscuras del medievo instaladas en pleno siglo XXI donde lo que les salva es la adhesión a la nueva ortodoxia.

No se crean: entre el mundo conservador también va calando tal mentalidad. Y hoy parece que a muchos les importa más que un líder político se haga eco de sus ideas a que estas influyan de verdad, a través de la persuasión, en los estilos de vida y las costumbres. El resultado lo tenemos ahí: tanto entre progresistas como entre conservadores, se ha instalado el perturbador sentimiento de que la forma en que votamos es la forma en que salvamos el alma. Camille Paglia, crítica social y escritora americana, atea, nos llevaba a reflexionar: "La política ha pasado de ser una actividad pensada para el gobierno de los asuntos públicos a una fuerza redentora. Ya vemos el boom de líderes populistas de izquierdas y derechas, que irrumpen en la escena política para liberar a la masa ciudadana, a sus víctimas. Pero también en la esperanza de quienes los demandan, decididos a convertir a personas falibles en-avatares divinos del Bien contra el Mal-.

No será al primero que oigo con la siguiente cantinela "la religión ha perdido fuelle en nuestras sociedades" y algo está ocupando su lugar. La política podría ocupar dicho espacio, aunque, sin duda, el sustituto de la religión está siendo el arte, el cual es reducido a política, y cada obra es vista como el resultado de la posición social del artista. Por otro lado, el auge de la política espectáculo también se las trae y, poco a poco, la politización avanza y ocupa todos los ámbitos de la vida social. Así, la mirada politizada está empobreciendo las relaciones sociales, pues las personas solo cuentan como adversarios o camaradas de partido; cualquier detalle resulta sospechoso: el vestir, cortes de pelo, gustos musicales…Incluso la religión corre el riesgo de acabar desacralizada, cuando se reduce la vida de las diversas iglesias a un pulso de fuerzas entre progresistas y conservadores.

Tengo claro que hoy debería preocupar sobre todo la instrumentalización de las creencias de los nuevos mesías de la política, ahí tenemos a españoles, brasileños y los mexicanos entre otros. Como anécdotas indirectas podríamos hablar de la exhumación de los restos de Franco, la reconquista de Covadonga y otros, pero la decepción acecha a quienes esperan demasiado de la política. De todos los servicios premium que hoy demandamos a la democracia y sigo observando que existe uno donde se detienen, quizá porque es el que más se presta a malentendidos: la expectativa de que la democracia da a cada ciudadano el poder de decidir sobre la marcha del país. Ello es factible en una comunidad política pequeña, pero no en una sociedad entera. De hecho, si somos realistas, admitiremos que los sistemas democráticos son bastante elitistas, ya que al frente hay unos pocos, que son quienes toman las decisiones, con los debidos contrapesos del poder. En tal sentido, una democracia nunca es enteramente democrática. Más bien, tenemos que imaginar un sistema político mixto, mezcla de oligarquía, aristocracia y democracia.

En este contexto de "elitismo con un ligero sabor democrático", los ciudadanos corrientes tienen un cierto poder para elegir a sus gobernantes. Pero poco más.

Estas son las limitadas reglas del juego. Y conocerlas evita frustraciones. Pues mientras sigamos cargando a la democracia con unas expectativas desorbitadas, el malestar está garantizado. Lo mismo pasa con la oferta de servicios públicos: un tema es prometerlos y otra tener los recursos para proveerlos.

¿Se derrumbarán nuestros sistemas políticos bajo el peso de demandas poco realistas? Depende si los ciudadanos están dispuestos a reajustar radicalmente sus expectativas y empiezan a buscar más allá del Estado, que les permitan encontrar su voz y resolver los problemas que el Estado ya no puede resolver por ellos.


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