Cheers, al calor del amor en un bar
Nadie daba un duro por una serie sobre un bar en el que todo el mundo sabía tu nombre, pero fue un éxito que no conoció fronteras y duró trece temporadas
La serie de corte biográfico, disponible en HBO, narra la historia de un grupo de mujeres a favor y en contra de la igualdad de derechos en los EEUU durante los años 70. Pese a las diferencias ideológicas, todas ellas viven atrapadas en la misma discriminación: la supremacía del patriarcado (blanco)
MURCIA. Sorprende descubrir que a día de hoy la Constitución de EEUU no garantiza la igualdad entre sexos. Más de 200 países democráticos recogen en su ley fundamental que la justicia es igual para todos, al menos sobre el papel (que ya sabemos que luego llega un señor llamado Juan Carlos y resulta que no es así). En España lo contempla el artículo 14, “sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. La economía más grande del mundo no ha sido capaz de añadir en su Constitución la Enmienda de Igualdad de Derechos (ERA), un texto que lleva pululando desde 1923.
Mrs. America es un relato coral, contradictorio, diverso y repleto de matices. Su protagonista, antagonista al mismo tiempo y finalmente damnificada como el resto de mujeres reivindicativas es Phyllis Schlafly, interpretado por una magnífica Cate Blanchett. Schlafly fue una activista conservadora que se opuso a la aprobación de la Enmienda de Igualdad de Derechos, replanteada por los diferentes Estados de Norteamérica durante los años 70. La agitadora social se proclamó defensora de las amas de casa que querían seguir siéndolo, cuando paradójicamente lo que hizo en su propia vida fue luchar por ser algo más que la sumisa esposa de un abogado. Phyllis Schlafly buscaba su lugar en el mundo, su realización profesional. Le gustaba el poder y la influencia. Como resultado consiguió que no todos los Estados aprobaran la ERA, dejándolo en el limbo. El coste que pagó por ello, sin embargo, fue que no logró escalar políticamente, como ella deseaba, por mostrarse como una acérrima ultraconservadora. Después de una década de lucha tuvo que asumir de nuevo su papel de madre y esposa, lo que defendía a ultranza pero que en el fondo no quería para sí misma. Un arco de personaje fascinante y contradictorio, sobre una oportunista que sin darse cuenta estaba peleando por lo que a realmente rechazaba. La creadora y guionista Dahvi Waller (Mad Men, Halt and Catch Fire) dibuja un personaje poliédrico sin juzgarla en ningún momento. Salpimenten la receta con una Cate Blanchett excepcional.
En el bando a favor de la igualdad aparece un grupo de feministas históricas del movimiento de los 70 como Bella Abzug (Margo Martindale), Gloria Steinem (Rose Byrne), Shirley Chisholm (Uzo Aduba) y Betty Friedan (Tracey Ullman), entre otras. Cada una entiende la lucha de una manera, no siempre coinciden en su interpretación. Colaboran en mayor o menor medida por la idea común de luchar contra la opresión de los hombres. El relato, distribuido en nueve episodios, nos muestra en cada capítulo el protagonismo de una de ellas. El amargo final, sin embargo, es demoledor: al igual que Phyllis Schlafly, con sus luces y sus sombras, el patriarcado les ha vencido a todas ellas. De hecho todavía continúa entre nosotros. Con abrir las páginas de un diario económico es fácil contabilizar el número de corbatas del total de individuos de la foto.
Tanto las conservadores como las feministas fueron utilizadas por los diferentes políticos de turno, todos hombres (por supuesto), por ser un movimiento que logró la simpatía y atención mediática de gran parte de los estadounidenses. Ya fuera Jimmy Carter o Ronald Reagan, las usaron como un simple escaparate electoral. El techo de cristal apareció una vez más en la vida de las mujeres de ambos bandos con un resultado amargo: lograron cambios poco perceptibles y los avances fueron más sociales (y no en toda la sociedad) que jurídicos. A día de hoy no existe, por ejemplo, el permiso de maternidad para las madres trabajadoras estadounidenses. Tampoco se contemplan acciones en contra de la violencia de género. “Cambiar todo esto nos llevará mucho tiempo. Después de todo, nos enfrentamos a diez mil años de patriarcado y racismo”, dice Gloria Steinem tras ser apartada, junto a sus compañeras, por un Jimmy Carter que en los inicios de su carrera presidencial aplaudió su causa.
La serie resulta tremendamente actual. Como ahora, somos espectadores de la evolución de diferentes oleadas radicalmente contrarias. En los 70 resurgió el feminismo, pero con el tiempo fue ahogado por una corriente conservadora (representada en la etapa Reagan). Ahora nos encontramos con un relato semejante. Del éxito del 8M y el Me Too hemos pasado a escuchar estos días que “gritar ‘viva el 8M’ es como gritar viva la enfermedad y viva la muerte”, según decía Santiago Abascal en el Congreso.
Una de las mejores ideas leídas esta semana la encontré en las redes sociales. Un tuitero reflexionaba que “preferimos que la prensa refuerce nuestra opinión, aunque esté lejos de la verdad”. Particularmente, desbordada como estoy ante la polarización e irritación actual, me he tatuado la frase para el resto de mi vida.
Vivimos en un perpetuo a favor o en contra. Esta polarización constante nos lleva a muchas situaciones análogas a la cada vez más actual Ley de Godwin. La ley de Godwin aseguraba que en cualquier ciberdiscusión, si alguien nombraba a Hitler, se terminaba el debate. Lo que aparentemente es una broma en la red me parece hoy una realidad como un templo. Cada vez es más difícil leer opinadores espontáneos en las redes sociales que le den más de una vuelta a aquellos titulares que mezclan el fascismo (por ejemplo) con el tocino. Y nombrado el fascismo, agachemos la cabeza. Pero, ¿está en lo cierto? ¿alguna encuesta que lo confirme o son elucubraciones? ¿Debo aceptar pulpo como animal de compañía? What?...
En Mrs America disfrutamos, de forma excepcional, del personaje de Alice Macray, una mujer que no existió en la historia del feminismo ni del anti-ERA. Interpretado por una sublime Sarah Paulson, Alice es una aburrida esposa y madre, como Phyllis Schlafly, que ve en la líder conservadora un referente. Su admiración es incondicional. Hasta que un día Alice participa en la Conferencia Nacional de Mujeres de Houston (1977).
Allí conoce a grupos de feministas. Bajo los efectos lisérgicos siente por unas horas la libertad que disfrutan el resto. Por otro lado comienza a darse cuenta de las tiranías y egocentrismo de Schlafly. Cada vez discrepa más con ella, hasta que decide convertirse en una mujer trabajadora que sin complejos deja a su marido en casa (o donde esté) para desarrollar su propia profesión. El personaje de Alice es el único que no ha sido derrotado al final. Es el único que ha cambiado. Ha avanzado, no se ha dejado pisar ni por el zapato de su marido, ni por el de su líder política ni, por supuesto, por el de nadie. Que la mujer piensa y actúe por sí misma. Ese es el verdadero logro.
Nadie daba un duro por una serie sobre un bar en el que todo el mundo sabía tu nombre, pero fue un éxito que no conoció fronteras y duró trece temporadas
Las ruedas de una camilla de tanatorio. Líquido de embalsamar. Un ataúd. Flores que se marchitan. La magistral cabecera de A dos metros bajo tierra no dejaba lugar a dudas acerca de la temática de la serie
Décadas antes de Stranger Things, Richard Ayoade, el mítico Maurice de The IT Crowd (Los informáticos) creo una de las mejores series de humor inglés de la historia. En ella pretendía burlarse y parodiar todos los clichés de la televisión de los años 70 y 80. Era una serie de hospitales, pero los médicos resolvían misterios paranormales como se liaban a tiros con recortadas o hacían artes marciales. Mientras, se abrían las puertas del infierno y ojos con patas querían sodomizar a los pacientes. Y todo contado como telenovela melodramática