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Los Talbot, cronistas de un activismo del que primero se reía la gente y ahora es agenda de gobiernos

Brian Talbot ha tocado numerosos géneros en la novela gráfica, desde el histórico al distópico, pero para el drama social ha tenido siempre una sensibilidad especial. Sobre todo porque en sus páginas ha mostrado ideas y planteamientos que en su momento pertenecían al underground o al activismo minoritario, pero que pasados los años se han convertido en políticas nacionales y debates globales. Primero fue con la vivisección, ahora un planteamiento ecologista radical.

20/07/2020 - 

MURCIA. Es algo que recuerdo perfectamente y sobre lo que no me canso de pensar. A principios de los 90, los fanzines políticos subversivos traían planteamientos de los que se reía la gente. Antimilitarismo, la vivisección, feminismo, veganismo, legalización de las drogas, antirracismo, antitaurinos, etc... Pero según ha ido pasando el tiempo, de risa nada. El servicio militar obligatorio, por ejemplo, fue un debate que cada vez estuvo más presente en la sociedad hasta que, prácticamente por sorpresa, Aznar lo eliminó. Ese extremo era inconcebible en los ochenta.

El feminismo, con artículos que se preguntaban por qué se decía que algo era "un coñazo" si era malo y "cojonudo" si era bueno, etc... etc... ahora los puedes leer en el El País. En aquella época, reitero, todo esto venía en páginas fotocopiadas grapadas, escritas con máquina de escribir y maquetadas con tijeras y pegamento, de venta por correo, en algunos puestos de mercadillo o en casas okupas.

La vivisección, los experimentos con animales, en el cambio de siglo tuvieron una legislación europea. Veganos son hoy muchísimas personas, seguro que con sobrerrepresentación entre los famosos. Del racismo no hay nada que comentar, el discurso antitaurino hoy es mayoritario, sobre todo entre la juventud y quizá donde menos lejos se ha llegado es en la legalización de las drogas, aunque tampoco se imaginaba nadie los clubes de cannabis.

Estas reivindicaciones estaban en los márgenes de la sociedad. Cuando la gente oía hablar de los veganos, se partía de risa. Ahora, como ya no son tan pocos, o se reacciona con hostilidad o, como mínimo, se ve como algo normal, una opción más. Esa evolución en tan pocos años da que pensar en cómo será el futuro a tenor de reivindicaciones o corrientes de pensamiento que hoy sean marginales o parezcan estrafalarias.

En este sentido, Bryan Talbot siempre ha sabido reflejar la circulación de esas ideas y tomarle el pulso a la sociedad. En su última novela gráfica, Lluvia (La Cúpula, 2020) escrita por su mujer, la académica Mary M. Talbot, al igual que sus exitosos trabajos anteriores Sally Heathcote. Sufragista, La Virgen roja y La niña de sus ojos, se ha introducido en los planteamientos del ecologismo radical.

Las protagonistas son dos lesbianas en el contexto de las inundaciones del norte de Inglaterra de 2015. Por supuesto, con un enfoque no exento de cierto ombliguismo anglosajón por activa o por pasiva, en detalles como que en un diálogo se deslice que los ingleses y sus voluntarios ayudan mucho a otros países, siempre que hay un desastre, pero nunca suele ser Yorkshire.

La narración incide en la mala gestión de los recursos rurales por el bien de negocios cortoplacistas que nada tienen que ver ya con la tradición y que resultan sumamente lesivos para la fauna y flora. En este contexto, Cath, una de las chicas, es una urbanita que muestra un interés relativo por estos problemas y su pareja, Mitch, la que vive en el pueblo, es muy radical e intransigente. No permite la entrada de un solo plástico en casa.

Esa viñeta, una pelea por haber comprado la fruta en el supermercado en un pack con bandeja y envuelto en papel trasparente de plástico, pone de manifiesto un tipo de sensibilidad que, según para quién, puede parecer un delirio. Pero no será de extrañar que en unos años te puedan escupir en la cara si te abren el frigo y se encuentran con una bandeja de champiñones en su corchopán correspondiente.

Había un detalle como este en El cuento de la rata mala (Astiberri). En esta aclamada novela gráfica, de 1994, la protagonista no solo tenía una rata y explicaba todas las bondades de este animal como mascota o compañero, algo que décadas después está bastante extendido, sino que cuando, en clase, se encontraba en un laboratorio con que las criaban para diseccionarlas, las liberaba a todas. Actualmente, en 2015, un millón de ciudadanos europeos firmaron para exigir a la Comisión Europea que acabe con estos experimentos.

Aquella historia, en términos generales, iba sobre los abusos sexuales. En esta, el telón de fondo político-social es mucho más protagonista. Entre las dos mujeres el compromiso acaba siendo un factor fundamental en su relación. Otros personajes que orbitan por la historia, como el padre de Cath, también evolucionan de manera similar. Hay una toma de conciencia paulatina sobre los problemas del entorno y se van comprometiendo de una manera y otra, de forma más radical o menos.

Es la anatomía de una revuelta, de un movimiento social. Algo que siempre empieza porque alguien dice basta. Solo que accedemos a la historia a través de los pormenores de una relación entre dos mujeres.

A mí, personalmente, me parece que los Talbot presentan el fresco como una obra profundamente cristiana. Es aleccionadora y las aristas de los personajes no logran impedirles llegar a la concienciación positiva final. No obstante, no es nada extraño encontrar ese poso religioso en trabajos de este tipo. El hipermoralismo que cada vez conquista más parcelas sociales guarda relación con el cristianismo en sus planteamientos y, sobre todo y más importante, lo sustituye en unas sociedades que ya no creen en las religiones tradicionales.

Si uno habla con adolescentes y escucha y comprende la seriedad con la que asumen los nuevos esquemas morales, se da cuenta de que no sería de extrañar que lo que está ocurriendo estos años sea una revolución equiparable. En viñetas, como gesto contestatario, este cómic cumple de forma óptima. A la hora de plantear las contradicciones del ser humano, esa sucia tarea que nos gusta tanto en esta casa, pues ya no está tanto por la labor y se dirige a otras metas que no tienen nada que ver. Lluvia aspira a ser instructivo y ejemplarizante.

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