MURCIA. La fracasada moción de Ciudadanos y PSOE en la Región de Murcia continúa generando consecuencias de alcance nacional. Una de las principales, sin duda, fue la convocatoria de elecciones en la Comunidad de Madrid. Por tratarse de las -en principio- últimas elecciones que se celebrarán en España hasta dentro de año y medio (hasta en esto Madrid ha logrado singularizarse frente a Cataluña, que las celebró hace un mes), así como por el peso específico, económico, poblacional, y sobre todo mediático y político, de la Comunidad de Madrid en España, estas son unas elecciones cuyos resultados tendrán consecuencias políticas a nivel nacional.
Consecuencias que, fundamentalmente, pueden afectar a Unidas Podemos y a Ciudadanos, los dos partidos que -no hace ni siete años de ello- se erigieron en alternativas al bipartidismo imperante en España. Cada uno de ellos tuvo su gran oportunidad de sobrepasar al partido dominante en su espacio político, PSOE o PP (Unidas Podemos estuvo a punto de hacerlo en 2016, y Ciudadanos en abril de 2019), pero ahí encontraron su "techo de cristal", y a partir de ahí se resignaron, más o menos, a cumplir un papel subalterno.
De hecho, el follón murciano, en el que el PP ha desplegado todo su poderío para defenderse comprando tránsfugas por tierra, mar y aire (el espectáculo obsceno de regalar consejerías a los tránsfugas de Ciudadanos y de Vox para mantener el poder en Murcia da la medida de la regeneración del partido), es también una virulenta reacción de uno de los dos partidos del turno bipartidista al ver cómo Ciudadanos, convertido en mayo de 2019 en modoso acólito del PP por Albert Rivera, intentaba desmarcarse. Pero, sobre todo, es un intento de absorber a un partido cuyos votos son imprescindibles para que el PP aspire a recuperar el poder en España.
Pero Ciudadanos no es el único partido cuya existencia está en peligro según sean sus resultados en las elecciones madrileñas de mayo. El socio de gobierno del PSOE en España, Unidas Podemos, ya estuvo a punto de quedarse fuera de la Asamblea de Madrid en mayo de 2019. En Madrid el corte para entrar es tan duro como en la Comunidad Valenciana (el 5%), y además -al igual que en la Comunidad Valenciana- el espacio político de la izquierda está dividido entre tres candidaturas. No conviene olvidar, además, que Madrid no es la única comunidad autónoma en la que Unidas Podemos ha entrado en crisis. En las elecciones gallegas de 2020 desapareció del Parlamento gallego, en un ejemplo de libro de autodestrucción de una de las confluencias de izquierdas más exitosas. Vio, el mismo día de 2020, cómo sus diputados en el Parlamento vasco se veían reducidos a la mitad. En 2019 también experimentó descensos similares en otros parlamentos autonómicos, como el valenciano, sin ir más lejos (de 13 a 8 diputados, y eso teniendo en cuenta que en 2019 fueron coaligados con EUPV). A eso se une la crisis abierta en Andalucía, donde los fieles a Teresa Rodríguez han dividido el grupo parlamentario por la mitad.
Por todo ello, se entiende perfectamente la maniobra electoral de Pablo Iglesias presentándose como candidato en las elecciones autonómicas madrileñas. Es mucho más importante, para él y para su partido, preservar una representación en Madrid que el papel que pueda representar el líder de Podemos en el Gobierno español. Podemos nació en Madrid y tiene en Madrid su eje fundamental; también su escisión más importante, Más Madrid, que de hecho venció con claridad a Unidas Podemos en las anteriores elecciones autonómicas. Si esta vez la coalición liderada por Iglesias desaparecía de Madrid, con dos años por delante, y con los problemas que arrastra la formación en toda España, no era descartable una implosión en los próximos años que reubicase ese espacio en torno a otros actores.
El movimiento de Iglesias, en principio, garantiza que su partido obtendrá representación. Y además, es posible que pueda disputarse con Más Madrid la hegemonía del espacio a la izquierda del PSOE. De hecho, de eso es de lo que se trata, ante todo y sobre todo, con este movimiento de Iglesias. De salvar a su partido a corto plazo, pero también a medio y largo plazo, tratando de reabsorber la molesta escisión 'errejonista', que surgió con fuerza en mayo de 2019 (aunque perdió la alcaldía de Madrid), pero cometió el error de escuchar los cantos de sirena del PSOE y presentarse prematuramente a las elecciones generales de noviembre del mismo año, con muy malos resultados, dado que Más País sólo consiguió representación en Madrid, y además perdió con claridad frente a su antagonista, Podemos, en esa circunscripción.
Ahora, Iglesias intenta que sea el resultado de esas elecciones generales, y no el de las últimas autonómicas, el que rija en la relación de ambas formaciones, para que Más Madrid tenga una posición subalterna e, idealmente, desaparezca y sus votantes vuelvan al redil (o se vayan al PSOE, o a donde sea; seguramente para Iglesias todo valga, con tal de acabar con Errejón). El beneficio que globalmente puedan obtener las izquierdas con su candidatura se resume en que ahora es mucho menos probable que Unidas Podemos se quede a las puertas del 5%, y por tanto sus votos sumarán escaños en una eventual candidatura de izquierdas alternativa a Isabel Díaz Ayuso. No es poco, pero quizás no sea suficiente para desbancar a la musa de la derecha cañí.
En todo caso, como decía, el movimiento tiene mucho sentido, electoralmente hablando. Políticamente, en cambio, pone al descubierto las carencias de Iglesias como dirigente. Pablo Iglesias surgió como líder del único movimiento de izquierdas que ha puesto en riesgo la hegemonía del PSOE en ese campo desde la reinstauración de la democracia en 1977. Generó mucha ilusión en mucha gente. Insistió en repetidas ocasiones en que los votantes le dieran "una oportunidad" para demostrar de lo que era capaz Podemos, y él personalmente, al frente del Gobierno español. Para cambiar las cosas.
Pues bien: dicha oportunidad llegó en enero de 2020, tras una repetición electoral motivada precisamente por el empeño del PSOE en no dársela. Ha pasado un año, e Iglesias abandona la vicepresidencia segunda que ostentó desde entonces. No es difícil resumir las realizaciones del vicepresidente durante este tiempo: ninguna. A lo largo de estos meses, el vicepresidente segundo se ha dedicado a ejercer de contrapeso político al PSOE en el gobierno de coalición, ha dado entrevistas, y ha buscado, en resumen, dejarse ver como parte del Gobierno. Ha anunciado muchas medidas, ninguna de las cuales se ha aplicado por el momento. Pero gestionar, lo que se dice gestionar, no ha gestionado nada, ni ha llevado a cabo iniciativas dignas de mención en su ámbito de competencia.
Todo ello porque, como queda también claro con este movimiento, a Iglesias le apasiona la política, entendida como conjunto de discursos y estrategias encaminados a alcanzar el poder... Pero le aburre la gestión del poder en sí, lenta, parsimoniosa, en manos de una serie de contrapesos y reglamentaciones que -afortunadamente- imposibilitan hacer las cosas con la agilidad de la ficción audiovisual. De manera que puede que Pablo Iglesias le haga un favor a su partido, incluso a la izquierda madrileña, con su sorprendente decisión; pero también se lo hace, sin duda, a sí mismo.