En los años 70, apareció un hombre en Francia que aseguraba ser el hijo de Hitler. El Führer, cuando fue soldado en la Gran Guerra, se habría acostado con su madre. Hubiera pasado como una chaladura más en pleno auge de los seguidores de OVNIS, pero el albacea de Hitler le dio credibilidad. Ahora los historiadores serios, como Ian Kershaw, descartan la ocurrencia como "extremadamente improbable", pero la leyenda sirvió de argumento a una novela gráfica motivada por los disturbios de Charlottesville en agosto de 2017
MURCIA. Ya no es ninguna boutade señalar que Hitler y los nazis son un género literario en sí mismo al margen de su abyecto papel en la Historia. Estamos en condiciones de hablar de Hitlerxplotation, como ya comentamos cuando reseñamos el clásico de Rand Holmes sobre la cocaína perdida del Führer. Actualmente, una historia que aparece recurrentemente en el despiece de la figura histórica de este sujeto es la de su hijo. Hace unos días, la prensa argentina le daba una vuelta al mito. Jean-Marie Loret era un francés, un ferroviario, que se pasó la vida asegurando que era hijo de Adolf. Eso, al menos, le había contado su madre. Durante la Gran Guerra, habría tenido relaciones con el joven soldado que luego se convertiría en líder nacionalsocialista.
Su relato tuvo el respaldo de Werner Maser, administrador de los bienes de Hitler tras su desaparición, pero otros historiadores de reconocida solvencia, entre ellos Ian Kershaw, aseguraron que era de "extrema improbabilidad". Es más, Kershaw, en su biografía, señala que en Francia sus camaradas de armas se burlaban de él por su desinterés en el sexo:
«¿Y si buscáramos una madmuasel?» propuso un día un telefonista. «Me moriría de vergüenza si buscase relaciones sexuales con una francesa», exclamó Hitler, provocando las carcajadas de los demás. «Mirad el monje», dijo uno. La respuesta de Hitler fue: «¿Es que no os queda ningún sentido alemán del honor?»
La polémica, sin embargo, llegó a congresos de expertos alemanes en el III Reich, aunque fue para, calificar todo el asunto en 1978 de "sensacionalista". Por lo visto, Loret tuvo el mismo grupo sanguíneo y altura que el dictador y la leyenda dice que llegó a ordenar una investigación en busca de su antigua amante, pero la historia se fue con su protagonista, Jean-Marie, cuando falleció en 1985 y quedó definitivamente olvidada cuando un periodista belga hizo pruebas de ADN y concluyó que no eran familiares.
Sin embargo, como con cualquier fleco que haya dejado el III Reich, el tema se ha explotado para la ficción. Concretamente, Image Comics lanzó hace dos años la novela gráfica El hijo de Hitler, dibujada por Jeff McComsey y escrita por Anthony Del Col y Geoff Moore. Se trata de una ucronía en la cual una agente británica, junto con la Resitencia francesa, encuentra al hijo de Hitler tras un soplo que les dan unos oficiales alemanes.
La confesión se produce en Dover en 1943. Buscan a un hombre que les pueda conducir hasta el Führer para acabar con él y salvar el mundo. Su madre no es, como en el caso real de Loret, Charlotte Eudoxie Alida Lobjoie, sino que se llama Sabine Moreau. Cuando dan con él, se trata de un pastelero. Ha nacido en 1918, como Loret. Aquí se llama Pierre.
El pasado del hijo que cuenta el cómic es que el pobre chaval, al ser bastardo, sufrió toda clase de vejaciones de niño. Trataban a su madre de puta e incluso había hombres que se propasaban con ella. El hijo, que había salido al padre -nos quieren decir no sin cierto trazo grueso- cuando se enteraba de algún incidente de esta clase, perdía los nervios, actuaba impulsivamente, y le reventaba la cabeza al personaje en cuestión.
Cuando por fin le explican la situación, al chaval no le sorprende. Hay dibujos, como aseguraba Loret, de su madre desnuda que supuestamente los habría dibujado el joven Hitler. El problema es que no solo la agente de inteligencia británica le buscaba, también andaban los nazis detrás porque dar con él supondría la continuidad de la saga y, por lo tanto, del régimen. La inmortalidad de su legado, como en las viejas monarquías.
El cómic es un correcalles en el que vuelan cabezas que da gusto con el interés puesto en el encuentro entre padre e hijo. Es un thriller realista dentro de lo que cabe, lo que ayuda a acabarlo. Se basa en que la rabia que tiene Pierre por el síndrome del padre ausente, dadas las circunstancias, le ha convertido en una fría máquina de matar. Un Terminator. Y esa es la idea que manejan los ingleses, que se vea con su padre y se lo cargue de una vez antes de que provoque aún más ruina en Europa. Al final, descubriremos cómo murió realmente Hitler en una simpática ucronía en la que la teoría de la conspiración sigue tirando del hilo.
Al guionista De Col, la inspiración para esta obra, aparte de en la versión de Loret, le vino con la película de Tarantino Inglorious Bastards, que empleaba el recurso de la modificación del pasado. Pero lo más grave se produjo en Estados Unidos, cuando vio en agosto de 2017 a nazis auténticos marchar en los disturbios de Charlottesville. Le dejó en shock que alguien pudiera tener ideología neonazi, pudiera presumir de ella abiertamente y exhibirse en plena calle. Sintió escalofríos. Su intención entonces fue que esta obra llegase a todas las bibliotecas de su país.
Los tonos monocromáticos le dan un corte más clásico a la historia y hacen que los muchos cráneos que saltan por los aires no parezcan un cómic gore. La sangre negruzca tiene otro punto. Es un recurso que se ha empleado mucho en el cine cuando se trata de la Segunda Guerra Mundial. En la película El capitán su director también quiso blanco y negro para evitar que pareciese una película de terror con tanta sangre. Es lo que tiene la Historia, que no necesita monstruos ni fenómenos paranormales para ser realmente terrorífica.