MURCIA. Ciudadanos obtuvo un pésimo resultado en las recientes elecciones catalanas, pero la verdad es que su destino quedó prácticamente sellado en las dos elecciones generales de 2019. En la primera, Ciudadanos tocó el cielo: estuvo a punto de superar al PP y logró 57 escaños, que junto con los 123 del PSOE sumaban una cómoda mayoría absoluta de 180 diputados. Un eventual Gobierno de coalición en el que Albert Rivera habría sido vicepresidente primero y su partido tendría un enorme poder, sumado al que habría logrado en mayo si aplicase la "geometría variable" (pactar con PP y PSOE según cada caso) en comunidades autónomas y ayuntamientos.
Claro que eso habría supuesto traicionar completamente las razones por las que le apoyó el electorado en abril. La mayoría de los votantes que optaron por Ciudadanos lo hicieron como sucedáneo del PP. Más moderno y "regenerador", si se quiere, pero nítidamente ubicado en las filas de la derecha. Si Rivera rompía su promesa a las primeras de cambio, el desplome electoral era previsible.
Con todo, habrían quedado cuatro largos años para recomponer Ciudadanos, y se habría podido presentar como éxito en la gestión que un gobierno PSOE-Ciudadanos habría sido implacable con los independentistas y habría aplicado las políticas económicas defendidas por Ciudadanos (después de todo, si el PSOE las aplica ahora, en pleno "Gobierno más social de la historia"... ¡imagínense con Ciudadanos en el Gobierno!). Así que ese desplome, aunque probable, no estaba garantizado. Y mientras tanto, habrían tenido por delante cuatro años en el Gobierno.
Menos comprensible resultó que Ciudadanos optase por pactar siempre con el PP en cualquier circunstancia en multitud de pactos autonómicos y locales, en los que además el PP se hizo siempre o casi siempre con la presidencia o alcaldía, que como cualquiera sabe reporta los mayores réditos políticos mientras desgasta al invisible socio de coalición. Y si no, que se lo digan a Mónica Oltra, que en 2015 parecía imparable. Pero fue Puig quien se hizo con la Presidencia, y cuatro años después mejoró sensiblemente su posición. Ciudadanos le dio al PP casi todo el poder territorial que tiene, a cambio de muchas vicepresidencias y de la alcaldía de un par de capitales de provincia. Es decir: Ciudadanos fue socio leal; pero, sobre todo, socio subalterno. Y esto sí que no tenía ningún sentido, si de lo que se trataba era de superar al PP.
Con el paso de los meses, y sin investidura a la vista, sin que Ciudadanos diera su brazo a torcer, Pedro Sánchez redobló la apuesta y se repitieron las elecciones en noviembre. Para entonces, el electorado conservador que había apoyado a Rivera había decidido dos cosas: la primera, que Ciudadanos no era totalmente "de fiar" (es decir, que en un momento dado quizás podría pactar con el PSOE, como medio insinuó el propio Rivera poco antes de que se convocaran de nuevo elecciones); la segunda, que Ciudadanos no superaría al PP, cosa que se había encargado de demostrar la propia formación naranja por la vía de darle más y más poder a un PP en horas bajísimas.
Año y medio y una pandemia después, con diez diputados en el Congreso y un nuevo liderazgo, Inés Arrimadas, Ciudadanos ha movido ficha con la moción de censura a su propio gobierno en la Región de Murcia. Un movimiento abrupto, pero lógico, si aspira a sobrevivir a este ciclo electoral. Porque los que votaron a Ciudadanos en abril de 2019 para que sustituyera al PP ya no van a volver. O votarán al PP, o a Vox como nueva alternativa al PP. A Ciudadanos le queda tratar de retener a los votantes que oscilan entre PP, PSOE y la abstención, que es más o menos de donde salió el partido (con el matiz, no menor, de su radical rechazo a cualquier forma de nacionalismo periférico).
Un escenario de "gestión de la miseria", con el que es casi imposible aspirar a ganar elecciones en ningún sitio, pero que ofrece, al menos, la posibilidad de sobrevivir, y de obtener cotas en absoluto desdeñables de poder pactando con unos y otros. No es una posibilidad muy elevada, porque en España los partidos bisagra definen su existencia por el sufrimiento y, sobre todo, por su breve paso por este valle de lágrimas demoscópicas. Pero es mejor que la alternativa, que conduce inevitablemente a la desaparición, por fusión o por absorción del PP. Que es lo que muy probablemente suceda tras la incorporación de tres de los seis diputados de Ciudadanos (los necesarios para que la moción fracase) al gobierno del PP murciano. El PP se ha sabido mover con rapidez y ha jugado tan sucio como la propia moción, presentada cuando uno de los dos partidos que la presentan, Ciudadanos, aún está en el gobierno que pretende derrocar.
El problema, para Arrimadas, es la posición de extrema debilidad de su partido, hoy aún más débil que a principios de semana. En el PP no sólo se han defendido, en Murcia, sino que también han atacado: la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha visto la oportunidad para librarse de la molesta compañía de Ciudadanos y, de paso, consolidar su figura política como nueva líder de la derecha española, una nueva Esperanza Aguirre que ofrezca una alternativa más vocinglera, más dura, y más "madrileña" que el líder nacional (antes Rajoy, ahora Casado). El movimiento de Ayuso es arriesgado, sin duda, pero es mucho más lo que puede ganar que lo que se arriesga a perder. Puede perder el poder, pero eso sucedería igualmente si triunfa una moción de censura contra su gobierno. Y, obviamente, dicha posibilidad pasaba a ser muy probable desde el instante en que se anunció la moción en Murcia.
El movimiento de Ayuso, si hablamos sólo en términos electorales, es impecable. También lo es formalmente, por más que se quejen desde la izquierda, o se inventen ridículos y lastimeros formalismos sobre si la convocatoria electoral está o no publicada antes que la moción. Se anunció antes la convocatoria electoral que la moción (o mociones), y eso es lo que debería contar, pues, en caso contrario, la potestad de convocar elecciones anticipadas carecería de valor: sólo podría hacerse en una situación en la que la presidencia ya cuenta con el apoyo, totalmente seguro, de la cámara legislativa, pero no como salida a una situación de crisis.
Aquí, en cambio, el adelanto puede beneficiar, y mucho, a quien lo convoca, y está clarísimo que perjudicará a Ciudadanos, pero tampoco está escrito que deba llevar a una mayoría de la suma de PP y Vox (aunque, hoy por hoy, parece lo más probable). Quedan por delante dos largos meses, y pueden pasar muchas cosas. No olvidemos que los adelantos electorales, a veces, se vuelven contra quienes los provocaron. Pensemos en el brillante adelanto electoral de Susana Díaz en diciembre de 2018, que tuvo como resultado para el PSOE la pérdida de un poder que parecía casi milenario y la aparición de Vox en el escenario político español. O, sin ir más lejos, en la repetición electoral de noviembre de 2019, que postuló el presidente, Pedro Sánchez, más que ningún otro. El PSOE buscaba con ello debilitar a Unidas Podemos y a Ciudadanos, y lo consiguió... a costa de poner en riesgo su Gobierno y de verse abocado a pactar con Unidas Podemos como única opción de mantenerlo. Al menos, Ayuso sabe que su única opción ahora pasa por Vox, pero la duda es si le bastará, o si necesitará también a Ciudadanos. Si es que superan el 5%, ese umbral que la Comunidad de Madrid comparte con la Comunidad Valenciana, y que haría bien Ciudadanos en bajar al 3% mientras aún puedan bajarlo... suponiendo que su líder, Toni Cantó, aún esté en Ciudadanos de cara a las próximas elecciones. O que Ciudadanos se presente a las mismas.