SILLÓN OREJERO 

Caballeros medievales haciendo el saludo fascista: los cómics de aventuras en el franquismo

Los tebeos de la dictadura escenificaron las obsesiones ideológicas del régimen. Los héroes, verdaderos machos, tenían valores patrióticos y religiosos que imponían, con violencia y en venganza, a los enemigos de la fe, generalmente judíos, africanos o musulmanes, que no paraban de raptar princesas. La evolución se vio con El Capitán Trueno, que se permitía sonreír, no como El Guerrero del Antifaz. Sin embargo, con la penetración de la cultura estadounidense tras el fin del Eje, lo primordial fue el anticomunismo y una defensa del capitalismo. 

10/05/2021 - 

MURCIA. Ha caído en mis manos un libro antiguo, pero no por ello sus análisis no dejan de tener cierto interés. Se trata de Los cómics del franquismo de Salvador Vázquez de Parga y fue publicado en 1980. Es un caso curioso el de este catalán, teórico del cómic, porque fue juez del franquismo, sin embargo, tuvo un interés por las viñetas desde niño y siempre investigó la cultura popular, ya fuese en este formato o en novelas de las llamadas de kiosco (aventuras, misterio, policiaca, romance, etc...). Además, entre su extensa obra, hay que agradecerle que en 1998 publicase Los cómics gay, dentro de la colección Biblioteca del Dr Vértigo de Glenat, que parece que fue firmada con seudónimo.

En las páginas de este libro señala que en España, por el atraso cultural que sufrió el país derivado de la guerra y el aislamiento de la dictadura, el cómic que había era, a juicio de la elite intelectual, "un subproducto deleznable", de hecho, al igual que pasó en Estados Unidos se advertía de forma recurrente de que podía causar "peligros" y "estragos" entre la juventud.

"se envileció la historieta como subproducto infantil apto para personas poco cultas, sino que también el cómic como lenguaje llegó a considerarse como un sustitutivo para analfabetos del lenguaje escrito, con una serie de connotaciones supuestamente negativas que lo hacían perjudicial en su esencia para los principios espirituales y culturales de la formación del individuo".

Por ese motivo, entre otros, se llegó a los 80 considerando el cómic un producto para niños. Es curioso que escribiera esto justo en la época en la que iban a surgir revistas de cómic para adultos que se iban a permitir el lujo de tener partidarios y enemigos, como pasó con el cisma entre línea clara y línea chunga y varias opciones, como Cairo, CIMOC o El Víbora. Sin embargo, los propios cómics de humor, explica, en mitad de la dictadura ofrecían múltiples escenarios y giros de guión que eran incomprensibles para la infancia y solo se podían entender desde la perspectiva de que sus autores no podían expresarse de otra manera. Pensemos en Escobar, que durante la Guerra Civil estuvo colaborando con las fuerzas antifascistas en Catalunya hasta que dejaron de funcionar las imprentas.

El niño de la dictadura, contó Salvador Vázquez, no tenía desarrollo intelectual y buscaba en el tebeo "una alienación que le traslade al mundo imaginativo, que satisfaga sus ambiciones de poder, que le permita identificarse con el héroe de papel, sin fijarse demasiado en la forma en que esos deseos son satisfechos". De esta manera, se estableció en un momento dado "una connivencia" entre el contenido de los cómics y el sistema político.

En este contexto, te podías encontrar, como recoge el libro, a caballeros medievales haciendo el saludo fascista. Una historieta de G. Iranzo, Una gran hazaña se adjunta como ejemplo. El héroe jura esgrimir la espada por Dios y por su Patria mientras levanta el brazo.

"El cómic de aquellos primeros años produjo sin duda las escenas de más cruel violencia que puedan recordarse porque ello no se estimaba, después de las violencias reales recién vividas, pernicioso para la juventud, ya que se justificaba sabiamente con la bendición de la venganza privada y la santidad de una lucha justa, siempre en base al particular y maniqueo concepto de justicia oficialmente imperante". 

Mientras tanto, la censura alargó y sombreó los vestidos que llegaban en las historietas extranjeras. Sobre todo se tapaban los escotes. En España ya eran dibujadas inicialmente de acuerdo a represivo código moral  que consideraba que la visión del cuerpo femenino podía tener perniciosos efectos entre los jóvenes. Aunque durante la II República también se cubrieron con vaporosos vestidos mujeres que aparecían desnudas en Flash Gordon, entre otros detalles, al igual que otros países europeos, como Francia o Italia, de moral católica. El caso más llamativo, puntualiza el autor, fue el de la tarzánida Pantera Rubia, precursora de la minifalda, a la que se la alargaban y le colocaban una blusa sobre los senos que en el original no estaba. Al final, poco tarzánida era con tanta ropa.

Los periódicos infantiles de la época estuvieron dirigidos por fray Justo Pérez de Urbet, posteriormente abad del Valle de los Caídos. Flechas y Pelayos tenía extensos textos de propaganda y poca historieta, que estaba más orientada al alivio cómico, pero bajo el lema "Por el Imperio hacia Dios" y el objetivo de hacer de los niños "buenos cristianos y excelentes españoles" aparecieron obras de Gabi, Santi, Soravilla, Aroztegui, Teodoro Delgado y Ángel Pardo. Cuando luego surgió Clarín en 1949, se publicaron con la firma de Vigil "historietas más radicalmente propagandísticas, verdaderos panfletos". En las revistas confesionales aparecían también pocas historietas y estaban enfocadas a ejemplificar las virtudes cristianas en los niños. No será hasta la aparición de Chicos que las viñetas se quitaron el corsé de dos bloques ideológicos monolíticos del régimen.

Cuando por fin empezaron a desarrollarse personajes, el protagonismo corresponde sin duda a El Guerrero del Antifaz. Empezó en 1944, pero sus andanzas se cubrieron en 668 entregas. El superfascista de Manuel Gago García, su autor, tenía que hacer frente continuamente a raptos de doncellas a manos de malvados musulmanes.

"Toda la serie de El Guerrero del Antifaz se asienta sobre el trípode ideológico inamovible que constituyen los conceptos de raza, religión y patria. Los tres se conjugan hábilmente hasta casi confundirse para fundamentar una especial concepción de la Reconquista española".

De un modo casi cómico, su simple estructura se parecía a la mentalidad cuartelera de la época que tanto daño hizo y parece que no remite del todo. Siempre había una lucha del bien contra el mal, una afrenta que tenía que ser vengada con sangre, para seguir con una nueva afrenta que había que vengar otra vez recurriendo a la violencia. Así hasta el infinito. Para Vázquez, "la seriedad es quizá la más destacada característica de esta personalidad hasta el punto de que en el transcurso de su prolongado ciclo aventurero es difícil verlo sonreír alguna vez".

En 1956 apareció El Capitán Trueno, que introdujo importantes cambios. Para empezar, sonreía y no le incomodaba mezclarse con las gentes. Según este análisis, era todo falsa modestia para elevarlo igualmente al Olimpo de los superhombres. En su caso, no luchaba tanto contra musulmanes y judíos en una España medieval, sino que se encontraba en la Tercera Cruzada. La patria, la religión o la ideología no estaban tan presentes y el héroe y sus amigos, Goliat y Crispín, estaban más dedicados al quijotesco desfacer entuertos con humor y alegría.

Más en perspectiva que centrado en personajes concretos, lo más interesante del libro es cuando desglosa las características comunes de estos tebeos. El más insistente era el de la raza. Una sublimación de la supuesta raza española que necesariamente llevaba a infravalorar las demás. "En nombre de esa españolidad podía denigrarse a quien no era español e incluso a quien no merecía serlo". Ahí entraban desde ingleses, franceses, los Aliados, los soviéticos y "amarillos", y en un sentido mucho más amplio, musulmanes y judíos.

Resulta gracioso que en Jinete del espacio, de ciencia ficción, un sabio de otro mundo intenta llevarse mediante un rayo que había inventado a un Tercio de la Legión Española. El extraterrestre exclama: "Temo que aquellos hombres, aunque sean españoles, no puedan resistir el viaje" (spoiler: lo resisten). La influencia de la Italia fascista y la Alemania nazi fue patente en la posguerra, pero eliminada de un plumazo cuando estas perdieron la II Guerra Mundial. Entró entonces la cultura estadounidense, pero sin ningún problema, el héroe americano y sus valores se adaptó perfectamente a lo que esperaba la ideología franquista. La exaltación de la patria y de la raza dio paso a un anticomunismo, digamos, más transversal.

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