MURCIA. El ruido social, político y mediático que genera de unos años a esta parte la justa conmemoración del Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo, ha oscurecido el hecho de que en ese día, desde 1630, se celebra por la Iglesia la memoria de San Juan de Dios, a quien ni siquiera el hecho de ser patrono de los hospitales, enfermos y enfermeros (y de los bomberos y vendedores de libros) le ha valido para ser demasiado recordado al cumplirse un año de pandemia y de lucha sin cuartel contra ella por las instituciones y el personal que prestan atención médica.
Este santo portugués, Joao Cidade Duarte, o Juan Ciudad, se instaló en Granada en 1538, cuando ya tenía 43 años de edad y había sido pastor, militar, albañil y, últimamente, librero, y fue allí donde, un año después, oyó una predicación del futuro santo Juan de Ávila que le llevó a transformar por completo su vida y su ser, para pasar a atender, en adelante, a los enfermos más pobres y a fundar hospitales.
Fueron sus seguidores quienes constituyeron, en 1572, la Orden Hospitalaria, que se extendió rápidamente llevando su benéfica labor por toda España y a todo el Mundo, al punto de que en la actualidad está presente en 53 países de los cinco continentes y cuenta con más de 40.000 colaboradores, 33.000 plazas sanitarias y sociales y más de 20 millones de beneficiarios. Sólo en España son 188 hermanos distribuidos en 75 centros y dispositivos sociales y sanitarios que atienden a 1,4 millones de personas y para los que trabajan 3.300 voluntarios.
La Región de Murcia pertenece a la provincia de Aragón, junto con la comunidad autónoma del mismo nombre, la Valenciana, la Navarra, Cataluña y las Islas Baleares, pero la semana que viene, el día 16 en concreto, se producirá la unificación de las tres provincias españolas (Bética, Castilla y Aragón) en una sola.
En Murcia comenzaron los hospitalarios de San Juan de Dios a intervenir en fecha temprana, por los años de 1589, pero su establecimiento en la ciudad con carácter estable data de 1613, alcanzado un acuerdo con el Obispado y el Ayuntamiento, poco después, para gestionar en adelante el Hospital, situado desde el siglo XVI hasta los años 50 del pasado siglo en el lugar que hoy ocupan los edificios de la Consejería de Hacienda (originalmente Diputación Provincial) y la Delegación del Gobierno (Gobierno Civil).
Allí permaneció la Orden Hospitalaria hasta la desamortización de 1837, desapareciendo entonces de Murcia durante 155 años para regresar en 1992 y participar desde entonces en el Patronato que gestiona la benéfica obra que es, desde 1978, Jesús Abandonado.
El viejo hospital siguió funcionando aún más de un siglo tras la marcha de los hermanos de San Juan de Dios, que dieron el nombre de su fundador a la iglesia situada a espaldas del establecimiento, erigida en el siglo XVIII sobre el espacio donde estuvo antes el templo dedicado a Santa María de Gracia.
Este recinto sacro, y la antigua puerta de caballerizas situada a su lado, separando la fachada del actual Instituto Licenciado Cascales, y en la que campea la simbólica granada que remite al origen de la Orden Hospitalaria, son los vestigios del paso de la misma por la ciudad durante más de tres siglos de activa y eficaz dedicación a los enfermos.
El hospital de San Juan de Dios fue derruido tras la construcción de su sucesor en la nueva barriada de Vistabella, cuyo estreno tuvo lugar en el otoño de 1953 y su clausura en 1999. La prensa de mediados del siglo pasado no escatimó en detalles sobre el flamante edificio, en el que se instalaron “modernísimos aparatos clínicos de radiología, rayos X, radium, ontología, esterilización, radioterapia, desinfección, autoclaves térmicas, cámaras frigoríficas, homo crematorio de basuras, etc., etc. El coste de todo, incluida la mano de obra, ha superado los veintiún millones de pesetas, cantidad hecha efectiva en su totalidad por la Diputación Provincial”.
Y seguía el relato: “En salas bien aireadas, con excelente orientación, podrán ser hospitalizados hasta seiscientos enfermos, dedicándose una parte del edificio a los que, desgraciadamente, haya necesidad de tenerlos aislados. Todos serán atendidos por abnegadas hermanas de la Caridad, para las cuales, dentro del edificio, ha sido construido un pabellón, con una capilla contigua, en donde diariamente se celebrará el santo sacrificio de la misa. Ante la puerta de entrada se ha erigido una soberbia estatua de San Juan de Dios, Patrón de los desvalidos”.
Y es que, en efecto, el conjunto escultórico realizado por el molinense Bernabé Gil en 1950, y por el que obtuvo uno de sus dos premios Salzillo, otorgados por la Diputación y más tarde por la Comunidad Autónoma fue colocado frente a la fachada, y allí estuvo hasta que con motivo de la demolición del inmueble fue trasladado al hospital de Molina de Segura, para regresar a finales del año 2012 a su original emplazamiento a la entrada del Reina Sofía. De este modo, San Juan de Dios permanece vinculado a nuestros servicios hospitalarios.
Además, en la capilla del inmueble radica otro ancestral recuerdo procedente del primitivo centro médico que regentaron los hermanos. Se trata del Cristo de Zalamea, una piadosa talla datable en el siglo XVI y que presidía la escalera de acceso al establecimiento, por lo que fue muy venerado durante centurias como imagen asociada a las oraciones dirigidas a la divinidad implorando la salud para los enfermos atendidos en aquellas dependencias.
Al Cristo llamado también de la Escalera o del Hospital le dedicaba un articulista estas palabras en el año 1927: “En aquella regia escalera, sobre el principal rellano, de donde arrancan a derecha e izquierda dos tramos de suaves peldaños, para que el sufrimiento humano elija inconsciente su triste ascensión, está aquel doloroso retablo adornado de lámparas y cirios siempre lucientes, y en medio, la dolorida y tiernísima Imagen del que únicamente puede y sabe consolar”.